lunes, 22 de noviembre de 2010

Turquía, con rumbo oeste

por Nelson Gustavo Specchia
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Cuando llegué por primera vez a Estambul era de noche. Desde las ruinas de Pompeya habíamos embarcado en el puerto de Bríndisi –desde donde partió al exilio el poeta Virgilio- hacia Grecia, y un lento y largo tren, con campesinos con chivas y gallinas y bolsas de pan y verduras, nos había traído hasta la vieja Constantinopla desde Atenas. Las primeras horas en Estambul, esa primera imagen que siempre es tan importante para embeberse de los nuevos escenarios, despertaron en nosotros la idea de la “diferencia” turca. No identificábamos bien qué, o dónde estaba esa diferencia que se nos aparecía tan radical y al mismo tiempo tan confusa, y con el paso de los días esa sensación primera se fue asentando al confirmase a cada paso: los turcos eran iguales a todo ese mundo mediterráneo que veníamos recorriendo durante meses, pero al mismo tiempo eran radicalmente diferentes. ¡Pero si hasta para negar mueven la cabeza hacia arriba y hacia abajo, con el gesto que todo el mundo utiliza para asentir!
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Estas impresiones intuitivas, de contacto vivencial con entidades culturales diferentes a los estándares de estudio en sociología política y en relaciones internacionales, pueden servir para ilustrar los problemas a los que nos enfrentamos al momento de analizar los enormes cambios actuales en la estructura del sistema de gobierno en la República de Turquía; en las implicancias que se derivan de estas alteraciones del rumbo ejecutadas por la conducción del gigante que cabalga entre Europa y Asia; en la crítica importancia que para todos reviste la experiencia turca, en una coyuntura global de resignificación de los factores religiosos en la política; y en los actores que encarnan esa transformación. Porque Turquía es tan diferente, que aquí los progresistas y democratizadores sociales son los conservadores religiosos, y los que se oponen al cambio y a la modernización de las estructuras son los socialdemócratas laicos. Como el gesto de negar o asentir, exactamente al revés que en el resto del mundo.
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LIMPIAR LA CONSTITUCIÓN
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El domingo de esta semana, 12 de septiembre, el gobierno turco sometió a plebiscito popular la reforma de la Constitución, y su propuesta ganó por porcentajes abrumadores. El ejecutivo de Ankara está encabezado por el primer ministro Recep Tayyip Erdogán, y la figura de representación del Estado reposa en el presidente Abdullah Güll. Esta dupla de políticos encarna la nueva élite dirigente turca: intelectuales, cultivados, políglotas, republicanos, demócratas, occidentalizados, liberales y capitalistas; pero, al mismo tiempo, musulmanes convencidos y religiosamente practicantes, dispuestos a reinsertar una agenda de contenidos islámicos en la vida social y en la práctica política. Esa combinación de elementos es, desde cualquier punto de vista y de experiencia regional en los países árabes de Oriente Medio, una arriesgada apuesta original.
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Cuando los militares nacionalistas dan un golpe de Estado contra el antiguo orden del Imperio Otomano, en 1923, y capitaneados por el general Mustafá Kemal –Atatürk- fundan la moderna República de Turquía, entienden que su principal enemigo es la identificación entre orden político y orden religioso. Por lo que imponen el laicismo obligatorio, desterrando las prácticas obligatorias del Islam de toda la vida pública, desde los elementos profundos, sistémicos, hasta los más superficiales, como la vestimenta: nada en la vía pública, en las escuelas, en las universidades, en las oficinas gubernamentales puede hacer referencia a la religión mahometana.
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Y Atatürk, militar al fin y al cabo, encargó a sus colegas del ejército la tutela de este laicismo obligatorio, que ya se apresta a cumplir noventa años. Pero la cultura popular, especialmente desde la Turquía profunda, rural, la que viene desde los amplios llanos de Anatolia (y, por ello, adentrada en la geografía, los usos y los modos asiáticos) se ha resistido desde siempre a esta imposición forzada de los militares kemalistas. Éstos, a su vez, tomándose la “tutela” encargada por Atatürk muy en serio, han provocado varios golpes de Estado durante el siglo XX para preservar la pureza laicista del país. Aquí es donde aparecen Erdogán, Güll, y la nueva generación de políticos, con la novedad del intento de armonización entre republicanismo democrático y respeto religioso. Pero, ¿la democracia liberal –occidental y moderna- puede ser compatible con el Islam?
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CABEZA DE TURCO
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Los militares kemalistas siguen diciendo que es imposible, y los apoyan todos los partidos del arco que, en nuestros esquemas, consideraríamos la izquierda, encabezada por el laicista Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus siglas en turco), vinculado a la socialdemocracia internacional.
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Pero Erdogán y Güll tienen la cabeza dura y son persistentes, desde su juventud universitaria. En 2001 crearon el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, Adalet ve Kalkinma Partisi) y desde esa militancia avanzaron a pesar del veto militar y judicial permanente, y han logrado finalmente arrebatar a los laicistas la iniciativa política y el mayoritario apoyo popular. En las clasificaciones a las que estamos acostumbrados, el AKP sería un partido conservador, islamista moderado, de centroderecha; al que se podría comparar con la democracia cristiana o el Partido Popular europeo. Para el contexto turco, en cambio, la agrupación en el gobierno encarna las ideas más de avanzada, reformistas y progresistas.
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Porque las reformas constitucionales sometidas a referéndum este domingo sólo pueden ser comprendidas en ese sentido. La actual Constitución data de 1982, redactada por una Junta Militar que se había hecho con el gobierno tras uno de esos múltiples golpes de Estado (el de 1980), con que los militares kemalistas ejercieron la “tutela”. La reforma propuesta por Erdogán contempla la modificación de 26 artículos de la Carta Magna, que en su conjunto suponen supeditar el poder militar al civil, terminar con la impunidad jurídica de los generales golpistas mediante la aplicación de la jurisdicción civil para los delitos cometidos por uniformados.
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Por otro lado, avanza con la reforma de la judicatura, el otro sector –además del ejército- donde se ha atrincherado el nacionalismo laicista. Y, por último, legisla sobre la protección de los derechos civiles y de las minorías: otorga el derecho de huelga a los empleados públicos y el acceso a los convenios colectivos; explicita el derecho a la privacidad; e incorpora artículos sobre la protección de los colectivos sociales más vulnerables. Un auténtico programa progresista y democratizador, llevado adelante por islamistas moderados.
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EUROPA COMO BALANZA
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Además de terminar con la “tutela” militar interna, la dupla Erdogán-Güll busca afanosamente adecuar los estándares legales y jurisprudenciales a los parámetros de Occidente, porque el ingreso de Turquía a la Unión Europea sigue siendo la principal baza de su política exterior. Con la reforma constitucional aprobada el domingo, tanto el francés Nicolás Sarkozy como la alemana Ángela Merkel, los dos principales oponentes al ingreso turco, se quedan sin una parte importante de sus argumentaciones.
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Y el referéndum, además, y aunque no lo mencionara explícitamente en las papeletas, ha implicado un plebiscito sobre la propia gestión del ejecutivo, sobre la agenda del gobierno, y sobre la prioridad en la orientación de las relaciones internacionales hacia el Oeste. De los 72 millones de habitantes del gigante turco, casi 50 millones integran el padrón electoral (y dos tercios de esa población tienen menos de 30 años). Con una participación cercana al 80 por ciento del padrón, prácticamente el 60 por ciento apoyó la reforma constitucional planeada por el AKP. Una mayoría abrumadora que, al mismo tiempo, deja a Recep Tayyip Erdogán en inmejorables condiciones para volver a presentar su candidatura a un tercer mandato, en las elecciones generales del año que viene.
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En todo caso, a pesar de estos apoyos mayoritarios, y si de verdad la élite del AKP no oculta una agenda de “reislamización” de Turquía, el primer ministro (al que los medios de prensa opositores en Estambul ya llaman el “sultán”) debería recordar que en Occidente la república y la democracia requieren de la pluralidad de opciones y de la alternancia en el poder. También debería recordárselo la Unión Europea, a la que con tanta ansia aspira ingresar.
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nelson.specchia@gmail.com
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