jueves, 1 de noviembre de 2007

Europa cabalga de nuevo



EUROPA CABALGA DE NUEVO



por Nelson Gustavo Specchia




El escritor catalán Lluís Foix ya lo ha definido, en una afirmación un tanto críptica, pero que alcanza a explicar los movimientos en ese laboratorio gigante de política internacional que es la Unión Europea: “La historia de Europa es la del miedo a no cometer nuevos errores. El éxito lo hemos aprendido del fracaso, para volver a fracasar y seguir intentándolo, para que de cada crisis saliera una nueva oportunidad.”


Una crisis profunda se instaló en la primavera boreal de 2005, con el fracaso de la Constitución Europea, cuando los electorados francés y holandés (dos países fundadores de la Unión, en 1957) la rechazaron en plebiscito. La Constitución intentaba acercar al continente a un cierto macro-Estado federal, con bandera, himno, gobierno, y ley fundamental. Aquel fracaso sumió en la parálisis al proceso de integración durante casi dos años, hasta que la Canciller alemana Angela Merkel, asumiendo la presidencia semestral del Consejo Europeo en enero de este año, se lanzó a rescatarlo: a convertir la crisis en una nueva oportunidad.


Los líderes del viejo continente han estado a la altura de las circunstancias. En la cumbre de Lisboa, del pasado 20 de octubre, se acabaron dos años de inmovilismo e incertidumbre, y se relanzó con ímpetu y fuerza renovada la construcción comunitaria. Es cierto que –al menos de momento- las esperanzas constitucionales de una mayor “Europa política” han quedado aparcadas. Pero el acuerdo de Lisboa logra rescatar una considerable porción de las aspiraciones esbozadas en el proyecto constitucional. Además, las reformas otorgarán un dinamismo y una agilidad mayor a los gestores del ejecutivo comunitario, al eliminar el paralizante derecho de veto en unas cuarenta cuestiones. Un elemento imprescindible para maniobrar la organización, de 27 miembros, en una globalización acelerada.


La cumbre de Lisboa no quiere exponerse a nuevas riesgosas consultas plebiscitarias: los acuerdos entre los líderes serán sometidos sólo a ratificación parlamentaria. Y el consenso se logró a la vieja usanza: con concesiones a los miembros más problemáticos. Se acomodaron los números de parlamentarios (751 eurodiputados representarán a los quinientos millones de habitantes); la “Carta de Derechos Fundamentales” será de aplicación en todos los Estados, pero con la excepción del Reino Unido, que quiere seguir siendo el único árbitro de las huelgas de sus súbditos; la Polonia de los gemelos Kakzinski –tan remisa a que Europa entre en sus asuntos internos- recibe garantías para frenar los acuerdos que no alcancen la minoría de bloqueo.


Pero, más allá de estas salvedades, y de que algunos de los consensos de Lisboa (como las votaciones por mayoría cualificada, o los asuntos de justicia e interior, deberán esperar recién hasta el 2014 y 2017 para entrar en vigor), las incorporaciones a la marcha del proceso permiten evaluar positivamente los golpes de timón: Se afianza el liderazgo de la presidencia del Consejo Europeo, que abandona la actual rotación semestral, y se define un presidente estable por períodos (renovables) de dos años y medio cada uno. Ya Tony Blair, que se definió a sí mismo como un “europeísta convencido” (aunque tan poco haya hecho por Europa siendo premier británico), está en la línea de largada de las candidaturas.


La política exterior común, la posibilidad de que Europa hable al mundo con una sola voz, recibe un espaldarazo: Javier Solana, el español que desde hace años viene oficiando de “Alto Representante”, verá su rol fortalecido mediante la investidura de Vice-Presidente de la Comisión. Este área de acción, la política exterior, así como la presupuestaria y fiscal, quedan dentro de las posibilidades del veto de cualquiera de los 27 miembros. Pero las demás decisiones serán adoptadas por una doble mayoría: aquellas propuestas que concentren el 55% de los Estados miembros, y, al mismo tiempo, el 65% de la totalidad de la población continental.


No será, quizá, un dechado de eficiencia. Y el “Estado Europeo” sigue muy lejos aún. Pero la vieja Europa cabalga de nuevo, y acorta distancias para responder más congruente y rápidamente a las necesidades ciudadanas, para tomar decisiones ágiles, y para marcar una presencia internacional activa, como una fuerza de equilibrio en un escenario de creciente inestabilidad.