jueves, 8 de noviembre de 2007

Guatemala, la pesada deuda de la justicia


GUATEMALA:

LA PESADA DEUDA DE LA JUSTICIA



La normalización democrática avanza en Guatemala, pero sigue sin solucionar la extrema inequidad social del país más desigual de toda América.




por Nelson Gustavo Specchia

(desde Antigua Guatemala)



La Avenida Reforma separa el distrito 11º y el 12º, en Ciudad de Guatemala. En este último se agrupan los hoteles de categoría, los restaurantes y bares para el incipiente turismo que va animándose a llegar, y el centro comercial de cuatro plantas que es el orgullo de la ciudad, y que recomiendan todos los serviciales empleados del hotel. Esos mismos que, frunciendo el seño pero sin perder la cordial amabilidad que los caracteriza, recomiendan no abandonar el distrito 12º, salvo en coche, y con guía.


La Avenida Reforma, con sus cuatro carriles separados por canteros, es un hormiguero de coches, que aún parece hacerse más denso hacia el final de la tarde. Aquí, como en el resto de Centroamérica, los conductores hacen un uso indiscriminado de la bocina, durante minutos enteros, produciendo una silbatina sin final en la lista de coches que se mueven a paso de hombre. Pero aún en este altísimo nivel de ruido logra imponerse el “tren verde”: un autobús equipado con bocinas de camión y lleno de banderas verde oliva, el color de la UNE – Unión Nacional de la Esperanza, del candidato presidencial Álvaro Colom, que logró imponerse en la segunda vuelta del pasado domingo.


En las esquinas de las grandes avenidas, mientras tanto, y en las salidas hacia el aeropuerto y hacia la ciudad de Antigua (un gran museo a cielo abierto, la original capital de Guatemala, destruida por un terremoto a fines del siglo XVIII y hoy conservada con esmero), se alinean los seguidores del general Otto Pérez Molina, con sus camisetas y sus banderas anaranjadas, menos bulliciosos y ordenadamente formados en el cordón. El partido del general se denomina Patriota, su logo es un puño cerrado, y el lema es “péguele fuerte”. Su campaña se basó en el combate a la inseguridad, pero no le alcanzó para ganar la segunda vuelta: con un 47 por ciento de los votos, cedió la victoria a Álvaro Colom, que se declara socialdemócrata, y que logró una ventaja de más de cinco puntos, con el 53 por ciento del voto nacional.


Con el triunfo de la UNE, los sectores progresistas de Guatemala vuelven al poder después de medio siglo. En 1954 el populismo de izquierda de Jacobo Arbenz fue expulsado por un golpe de Estado que dio origen a treinta años de dictaduras militares. Y desde la recuperación democrática de 1986 se han sucedido gobiernos conservadores, hasta el del actual mandatario, Óscar Berger, líder de un ejecutivo donde, de 15 carteras ministeriales, 13 están ocupadas por los principales empresarios guatemaltecos.


Colom, dice, representa la “esperanza”, y así ha denominado a su partido. Una esperanza que este pueblo gentil y hospitalario no ha perdido, contra todo pronóstico. La guerra civil terminó formalmente el 29 de diciembre de 1996, con la firma de los Tratados de Paz que pusieron fin a casi cuatro décadas del conflicto sangriento que marcó a la sociedad guatemalteca. Doscientos mil muertos y desaparecidos en una historia que aún está por contarse, que ha dejado un sinfín de heridas abiertas, y una cultura de violencia e intolerancia que sigue pesando en la vida política: en la campaña electoral que acaba de finalizar, más de 50 candidatos a cargos electivos han sido asesinados.


Y más allá de la enorme carga que supone el terror como condicionante de la vida cívica, Guatemala debe transitar el camino de la reafirmación democrática con unas condiciones estructurales negativas demasiado pesadas. De su población (unos 12 millones de personas), un alto porcentaje se ve limitado a la producción agraria de subsistencia, pero, sin embargo, sólo el 2 por ciento de la población detenta la propiedad del 70 por ciento de las tierras agrícolas. Esta concentración de las superficies cultivables, ha empujado a una alta migración a las ciudades, especialmente a la capital, para el empleo en los servicios. Pero en éstos, el salario mínimo no alcanza a cubrir, de media, la mitad del costo de los productos de primera necesidad. Como consecuencia del cruce de estas variables, la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, ha calculado que un cuarto del país sufre de subalimentación.


En el otro extremo, Guatemala ocupa el segundo lugar en el mundo en número de aviones particulares por habitante, antes aún que los EE.UU. El 4 por ciento de la población concentra el 50 por ciento del consumo. La deuda externa ha saltado de 6.000 millones a 20.000 millones de quetzales (unos 2.900 millones de dólares) en la última década. El pago de los servicios de esta deuda demanda una quinta parte del presupuesto nacional. Mientras tanto, la ONU calcula que el 58 por ciento de la población guatemalteca es pobre, y el 23 por ciento, extremadamente pobre.


Con estos datos, Guatemala tiene el lamentable privilegio de ser el país más desigual de toda América latina (59,9 en el coeficiente de Gini). Para la región más desigual del mundo, eso es mucho decir. Más allá de las victorias electorales, las deudas acumuladas en el platillo de la justicia y de la igualdad pueden colocar en un difícil equilibrio a la balanza del sistema democrático.