jueves, 28 de febrero de 2008

Hillary, Obama, y el resto del mundo


HILLARY, OBAMA, Y EL RESTO DEL MUNDO


Por Nelson Gustavo Specchia


Las elecciones internas en el Partido Demócrata estadounidense se acercan a momentos de definición, luego de una campaña de tensión creciente y llena de sorpresas: se inició con una candidata que daba por segura su nominación presidencial, y ha llegado hasta un virtual empate técnico en la cantidad de delegados a la convención partidaria que tanto Hillary Clinton como Barack Obama han logrado sumar a sus respectivas candidaturas.

Así, un evento político interno, las elecciones primarias en unos de los dos componentes del bipartidismo norteamericano, se ha convertido en los últimos meses en un tema de agenda internacional, en un marco de análisis de los centros de investigación, y en la página obligada de la sección internacional de todos los medios de la prensa escrita.

El próximo martes 4 de marzo serán las elecciones internas demócratas en uno de los estados más grandes de la Unión: Texas. Y la definición aquí (y en Ohio, para la misma fecha) puede marcar el fin de la campaña, y la consagración de uno de los dos candidatos.

Tanto en Texas como en Ohio Hillary Clinton está por encima en la medición de las encuestas preelectorales; un cálculo especialmente determinado por el alto porcentaje de votantes hispanos en el estado sureño (cerca de un cuarto del total). El “voto hispano” es un colectivo social donde la señora Clinton tiene un buen semillero de adherentes: en California, el 65% del voto hispano fue el que le otorgó un cómodo triunfo.

Pero en ambos estados el “factor Obama” se le acerca a pasos rápidos, y recorta la distancia en los sondeos. Los casi treinta puntos de ventaja que las encuestas mostraban a fines del año pasado, se han reducido a menos de diez. Como ya pasó en oportunidades anteriores de esta campaña, si el candidato afroamericano logra movilizar a los sectores más jóvenes –un colectivo generalmente reacio a la participación- en Texas puede haber una nueva sorpresa, quizá la definitiva.

Los golpes de sorpresa han sido, precisamente, los que han ido marcando esta campaña, desde el inicio en los “caucuses” de New Hampshire. Aquella elección en un estado rural y de importancia menor en el recuento final, suele imprimir un fuerte carácter simbólico al tono general de la campaña. Y el buen papel desempeñado por Barack Obama fue la primera sorpresa de la lista. Para fines de febrero, la acumulación de sorpresas lo han convertido en una figura mundial: sus diez victorias consecutivas en diferentes circunscripciones han generado un cambio paulatino en la consideración de la opinión pública –tanto la norteamericana como la de otros países-, que ha pasado de remarcar su inexperiencia o supuesta superficialidad discursiva, a hacer centro en el entusiasmo fervoroso que logra aglutinar en torno suyo; una vuelta al viejo sueño del “destino manifiesto” de la América del Norte, a la renovación generacional de las formas y los modos políticos, y a la recuperación de la esperanza, “la esperanza que movió a las mejores generaciones de norteamericanos a proclamar la independencia, a acabar con la esclavitud, o a derrotar el fascismo”, como repite en cada mitín.

Estos sorpresivos golpes de timón –y de masas- han convertido a Obama en el claro favorito de las primarias, especialmente después de su triunfo en Wisconsin (58%, frente al 41% de Hillary), y los aplastantes cincuenta puntos de diferencia (76% frente al 24% de la señora Clinton) en Hawai. Con estos porcentajes, Obama ha logrado juntar unos 1.319 delegados a la convención que proclamará el candidato a Presidente, superando a los delegados obtenidos por Hillary Clinton (1.245). Para ser nominado, un candidato requiere de la mitad de delegados a la convención partidaria, sobre un total de 4.049. Aún así, y a pesar de esta seguidilla de victorias parciales, Hillary Clinton todavía parece conservar los resortes del aparato del Partido Demócrata. De allí la importancia crucial, prácticamente definitoria, de las elecciones en Texas.

En este cuerpo a cuerpo mediático, desde el arranque de la campaña Hillary y Obama han debido medirse en unos veinte debates televisivos en vivo. Debates que totalizan más de cuarenta horas de discusión en el aire, repasando en detalle los contenidos programáticos que cada uno defiende, intentando desmarcarse del rival, poniendo el énfasis en lo original de cada propuesta, y criticando –velada o abiertamente- las posturas legislativas que el otro ha asumido en su reciente derrotero político.

En este vasto y pormenorizado análisis frente a las cámaras –y a millones de posibles votantes- los temas que hacen referencia a la política internacional en general, y a la política exterior de los Estados Unidos en particular, han tenido una importancia muy marginal en el conjunto. Y dentro de esas consideraciones apenas al margen, las que se han centrado en la región latinoamericana han estado claramente subordinadas frente a las referencias a Irak, Irán, Israel, Afganistán, Rusia, y la relación con los socios atlánticos de la Unión Europea.

Y si estos lugares de preeminencia y marginalidad en un orden jerárquico de atención no sorprenden demasiado, sí lo hace la práctica ausencia de diferencias en las posturas internacionales entre ambos. Todo indica que, independientemente de quién termine quedándose con el premio de la nominación presidencial, la concepción de la relación de la potencia hegemónica con el resto del mundo tendrá muy pocas variaciones, apenas algunas de estilo y de discurso, para el candidato que surja de las primarias demócratas.