Don Quijote de América
Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, es un ex obrero metalúrgico que se ha convertido en un hombre de Estado y en una referencia moral.
por Nelson G. Specchia
Profesor titular de Política Internacional de la Universidad Católica de Córdoba
“En algún lugar de América, de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Esta semana, la primera línea de la más grande novela de todos los tiempos podría haber ubicado su acción en un lugar distinto, cambiando La Mancha original por las tierras americanas. El rey Juan Carlos I de España entregó los galardones de la primera edición del premio “Don Quijote” a dos hombres que van camino de convertirse en figuras paradigmáticas de la América latina contemporánea: el presidente del Brasil, Luiz Inácio da Silva, Lula, y el escritor y ensayista mejicano Carlos Fuentes.
Y Lula no desperdició la oportunidad de la tribuna internacional que le ofrecía la recepción del premio, y avanzó en la línea crítica hacia los bancos y hacia las instituciones multilaterales de crédito, a las que responsabilizó –en parte– de la actual crisis financiera global. Una crítica que extiende también hacia el gobierno de los Estados Unidos, que impone las directrices del mercado y de las instituciones multilaterales: “Se acabó eso de que el mercado lo puede todo –dijo Lula–, se acabaron los tiempos en que las economías emergentes dependíamos del Fondo Monetario Internacional. Se terminó una América latina sin voz propia”. Y en ese nuevo tiempo y en la nueva arquitectura internacional que imagina, está claro que Lula se considera habilitado para oficiar de portavoz de la región.
El premio recibido en Toledo constituye un nuevo escalón en la acelerada carrera del brasileño hacia una posición de preeminencia en el subcontinente americano. Y le llega en un momento de fuerte consolidación política, tanto en lo personal como a nivel de las instituciones. Lula promedia su segundo mandato, y mantiene en Brasil niveles de popularidad superiores al 80 por ciento. Es el principal interlocutor del presidente George W. Bush en América del sur, sin que ello sea un obstáculo para entenderse muy bien con Chávez en Venezuela o con Evo Morales en Bolivia, tan “antiimperialistas” ambos. Su figura es referencia de consenso, como pudo verse en la reciente crisis entre el poder central y las regiones autonómicas bolivianas; la presidenta Cristina Fernández se apoya en él para un nuevo relanzamiento del Mercosur, porque intuye que el rol que le toca jugar a la Argentina en estos tiempos es a la vera del gran vecino; Michele Bachelet lo tiene como un modelo de desarrollo ordenado con búsqueda de justicia para los más desfavorecidos; Rafael Correa acude a la cita de Manaos sabiendo que tiene en Lula a un socio privilegiado, a pesar de que Ecuador es el único país (junto a Chile) con quien el gigante sudamericano no comparte fronteras; Tabaré Vázquez y Fernando Lugo –como socios menores– confían en que el jefe de Estado brasileño mantendrá una relación equilibrada tanto con Uruguay como con el Paraguay de las centrales hidroeléctricas que comparten. En América latina, Lula da Silva es el hombre del momento.
Indicadores de fortaleza. Por su parte, a nivel interno Brasil se ha fortalecido con una temporada sostenida de indicadores macroeconómicos positivos, que han impactado en el crecimiento del producto y, de alguna manera, han blindado al sistema para recibir mejor parado la ola de inestabilidad y desconfianza que sacude los mercados financieros. Este armazón económico con regulación estatal no sólo le permitirá hacer frente a la crisis de estos días, sino también sostener un plan de inversiones en infraestructura y desarrollo industrial de gran envergadura para los próximos años.
Si Lula consigue que Petrobras mantenga el plan de inversiones previsto hasta 2012 (más de 100 mil millones de dólares), el país saltará hacia el tope en la lista de los grandes productores de petróleo del mundo. El mismo plan contempla la construcción de cuatro nuevas refinerías con tecnología de punta, y un fuerte impulso a los sectores industriales derivados del petróleo y la petroquímica. Y respecto de las plataformas petroleras marítimas, el plan prevé sustituir la importación de las plataformas noruegas que utilizan actualmente, por unas de fabricación nacional (a unos dos mil millones de dólares cada una).
Además del petróleo, Lula apunta a los sectores navales y aeronáuticos, tanto civiles como de defensa. Respecto de estos últimos, ya han sido formalizados los acuerdos de transferencia de tecnología desde Francia, con la que Brasil construirá su primer submarino nuclear en el corto plazo. Y seguirá equipando a la Armada con helicópteros, aviones y otros tres submarinos atómicos, que se abocarán a patrullar los ocho mil kilómetros del litoral brasileño. Las mismas aguas atlánticas por las que está navegando la IV Flota de la Marina de los Estados Unidos desde el 1° de julio de este año, esas aguas donde se ubican las plataformas petroleras de Lula.
La difusión del español. Pero el premio “Don Quijote” no tuvo que ver tanto con estos indicadores de crecimiento interno y de políticas de visión larga, sino con ese ex obrero metalúrgico que –como dijo el académico de la lengua española Juan Luis Cebrián al presentarlo– se ha convertido en “un hombre de Estado y en una referencia moral”, para quien la integración regional con los demás países sudamericanos es un objetivo último, y una estrategia que vertebra toda su política exterior.
Y para que haya integración efectiva, es indispensable comunicarse en la misma lengua. Rodeado de países de habla castellana, Lula da Silva impulsó personalmente la ley federal que impone la enseñanza del idioma español como segunda lengua en todas las escuelas secundarias: un millón de alumnos brasileños hoy estudian castellano como materia obligatoria. En cuatro años más, ese número de escolares hispanohablantes trepará a los 12 millones, y Brasil habrá girado estructuralmente hacia un bilingüismo funcional. Unas características culturales que apuntalarán aún más sus condiciones de liderazgo regional.
Por traer la lengua del Ingenioso Hidalgo de La Mancha a sus tierras lo premiaron. Cebrián lo presentó diciendo que tanto por su apariencia física como por su pragmatismo, Lula da Silva se parece más al personaje de Sancho Panza. Pero el brasileño dio muestras de estar empapado de espíritu quijotesco al contestarle: “Con la imaginación sola no cambiamos la realidad –dijo en su discurso de respuesta–, pero sin imaginación corremos el riego de quedar presos de un conformismo ceniciento”.
Dejó España con un premio por haber abierto nuevos horizontes vitales al diálogo iberoamericano, y al día siguiente ya estaba en Nueva Delhi, en el foro Ibsa (India – Brasil – Sudáfrica), la reunión de las tres democracias multiculturales y multirraciales que agrupan en sus geografías unos mil cuatrocientos millones de personas. Volvió a pedir allí una nueva arquitectura internacional. Quizá marcar el ritmo en la región no le parezca suficiente. El Quijote de América va a por más, a por los molinos del globo.
