La crisis calienta el invierno europeo
Por Nelson-Gustavo Specchia
He pasado el mes de enero en Europa, en actividades académicas en varias universidades del viejo continente, y además de las impresiones térmicas, los vientos, las nevadas, (y hasta una “tormenta perfecta”, como en la película con George Clooney, que obligó a toda la flota de pesca del mar del Norte a amarrar en puerto, dada la violencia de la tempestad), una de las impresiones más fuertes que me traigo, tras haberla compartido y discutido con los colegas europeos, es la percepción social y política de la crisis económica que estalló a fines del año pasado, y que parece, especialmente vista desde allá, ahondarse día a día, sin que se pueda ver el fondo, hasta dónde puede seguir descendiendo.
Todos hablan de la crisis: las señoras en el mercado y los profesores en las universidades, las propagandas de la televisión y la promoción de las primeras y de las segundas “rebajas” posteriores a las fiestas de fin de año; los taxistas y los dirigentes políticos; el público de a pie y los analistas en los medios de comunicación. La crisis es la protagonista estrella.
Y otro elemento muy notable: se mira hacia América latina, inclusive hacia nuestro castigado país, con cierto dejo de envidia: “Ustedes sí que han tenido suerte”, me decían los colegas profesores, “ustedes campearán este temporal mejor que nosotros”. Mientras tanto, los flujos de migrantes desde América latina hacia Europa parecen haberse detenido, e inclusive –a juzgar por los comentarios con diversos grupos, en las largas horas muertas de las esperas en los aeropuertos- muchos han comenzado a volver: uno de los fantasmas más temidos, la desocupación, ha comenzado a hacer estragos, y muy especialmente en uno de los destinos principales de nuestros compatriotas: España, con una tasa de desempleo del 16,1%, encabeza la lista de toda la Unión Europea.
¿Es en realidad tan profunda esta crisis en el viejo continente? ¿Tiene un fondo tan profundo que no puede ni siquiera divisarse? ¿Se limitará a las instituciones financieras y a las empresas productivas, o llegará también a alterar los gobiernos y las alianzas políticas? Detengámonos a analizar un momento algunos de los últimos indicadores, en diferentes escenarios europeos.
Uno de estos indicadores podría ser el resurgimiento, muy fuerte, de la protesta social. Otro de los elementos que informarían un análisis podría ser el aumento de la inestabilidad política: desde que se ha desatado la crisis económica, dos ejecutivos han debido renunciar, el belga y el islandés: El primer ministro Yves Leterme, fue el primero en caer a consecuencia de la crisis de Fortis, el principal banco belga, el pasado 19 de diciembre; mientras que el ejecutivo islandés del conservador Geir Haarde fue literalmente expulsado del gobierno frente al hundimiento de la economía islandesa, que este año caerá casi un 10%.
Por su parte, los gobiernos de dos de los países “grandes” de Europa, Gran Bretaña y Francia, empiezan a sentir consecuencias políticas, con la pérdida acelerada de popularidad de sus líderes. El primer ministro británico Gordon Brown había recuperado cierto protagonismo a fines del año pasado, al diseñar las medidas para salvar a los bancos del desastre, pero poco le ha durado: en todas las encuestas se encuentra contra las cuerdas, y seguramente tendrá que adelantar las elecciones. La estrategia de Brown de ayudar a los bancos con dinero público ha generado un creciente malestar, porque finalmente se comprobó que ni se recuperaba la economía ni el empleo, mientras que los banqueros, a quienes todos identifican como los verdaderos culpables de la crisis, reciben ayudas del gobierno.
Nicolás Sarkozy también ha visto llenarse las calles de Francia, el jueves pasado, con manifestaciones de más de dos millones de trabajadores, y este golpe de multitudes lo ha llevado a detener las reformas que había anunciado, y que limitaban los derechos de los empleados. Sabe lo que arriesga en estos momentos.
En cuanto a los “nuevos socios” de la Unión Europea, los países del viejo cinturón comunista del Este, que no han tenido tiempo suficiente para afianzar sus economías de mercado en el reingreso al capitalismo, han vuelto las masivas protestas callejeras, que pueden poner en jaque la propia continuidad de los gobiernos.
Como digo, el detonante estelar, el de mayor difusión social y el más temido es el aumento del desempleo, con una tasa media para toda la “zona euro” de 9,3. España a la cabeza con el mencionado 16,1, y apenas 7 de los 27 países de la Unión Europea con tasas inferiores a 7. Estos indicadores reflejan que el número de empleos destruidos en la Unión Europea es de 17,4 millones (o sea, que hay un millón y medio de desocupados más que hace un año). Son números catastróficos para la cultura de empleo europea en el último medio siglo. A este miedo generalizado de perder el trabajo, se une la frustración creciente por las medidas de los gobiernos, al parecer más dispuestos a salvar a los bancos que a los trabajadores. Y esta frustración, a su vez, impacta en la pérdida de legitimidad de los gobiernos.
Si bien las economías más débiles son las de Europa oriental, los “grandes” tienen los mismos problemas. Alemania, la mayor economía europea, sufre la peor recesión desde la posguerra; las mencionadas manifestaciones en Francia; y las protestas en Gran Bretaña, con los brotes xenófobos de los trabajadores de las plantas energéticas, que han exigido que no se contrate a extranjeros (“British workers first”). O Irlanda, que hace tan poco tiempo atrás mostraba el “milagro irlandés” como un producto de exportación (una delegación del gobierno de la provincia de Córdoba estuvo de visita por allá, intentando aprender), y que hoy tiene las cuentas públicas en un rojo absoluto, que puede acarrear un déficit del orden del 13%.
En Davos, en el Foro Económico Mundial que terminó el domingo pasado, todos los dirigentes tenían claro que la crisis amenaza con generar reacciones sociales violentas en todo el mundo, y una más que posible vuelta al proteccionismo y el nacionalismo: las protestas callejeras de ingleses, franceses, y de los países de la Europa oriental, parecen pedir que se comience a caminar en ese sentido.
El próximo mes de marzo se reunirá la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea, los dirigentes –creo- deberán atender a tres frentes: cómo impedir que la deslegitimación de los gobiernos se agrave, cómo desactivar la protesta social; y cómo frenar la recesión (que puede que no sea del 2% anunciado por el Banco Central Europeo, sino del 18% o del 20%, ya nadie se atreve a afirmar claramente cuan lejos está el fondo).
Las bajas temperaturas y los fuertes vientos llenan de nieve y de frío este invierno europeo, pero las brasas de la crisis caldean los ánimos en todos los rincones.