
VUELTA DE PÁGINA EN EL SALVADOR
Por Nelson Gustavo Specchia
Mauricio Funes ha triunfado en las elecciones presidenciales de El Salvador, ya es el presidente electo, y ya está en la historia.
Realmente, junto a la remanida crisis de las bolsas que suben y que bajan, y a las que hay que cuidar -y hasta estimular- como si fueran unas ancianas señoritas llenas de caprichos, este tiempo político también nos ha deparado más de una novedad, de esas profundas, que marcan las estructuras de pensamiento y el devenir de los pueblos. Novedades que provienen, especialmente, de las conductas electorales, de cierta manera nueva y sorpresiva de expresar las opiniones populares en las urnas, como si fuera cada día más difícil prever el movimiento político de las mayorías, de la conformación de alianzas inéditas, de la reconversión de fuerzas en nuevas y ágiles combinaciones, que poco tienen que ver con las recetas políticas más tradicionales.Además del central y paradigmático “fenómeno Obama”, comentábamos también las recientes elecciones autonómicas en Galicia, por ejemplo, adonde volvieron los conservadores del Partido Popular, cuando ya nadie los esperaba; o las del País Vasco, donde las fuerzas nacionalistas –las de derecha y las de izquierda sumadas- perdieron la mayoría en la cámara, por primera vez en los treinta años que lleva la democracia española, y un socialista, Paxi López, muy seguramente logrará hacerse con el gobierno regional.
Una de estas marcas novedosas en el juego político, novedosa y al mismo tiempo profunda, estructural, es la que el domingo anotó Mauricio Funes, al hacerse con la ajustadísima mayoría de apenas dos puntos (lo votó el 51 por ciento, y el 49 por ciento votó por la continuidad de la derecha). Una mayoría exigua, pero que le permitirá acceder legítimamente al gobierno de El Salvador, una de las tierras más fieramente castigadas y asoladas por la violencia política en toda la América latina. Que le permitirá acceder, decimos; otra cosa será que le permita gobernar, eso está aún por verse.
Funes viene de la guerrilla, participó en su tiempo de la estrategia armada del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN); y ahora, llega al poder desde una tribuna democrática, en unos comicios transparentes y –dentro de lo que cabe, para una realidad como la salvadoreña- ejemplarmente superadores de los violentos enfrentamientos que hasta ayer nomás han teñido de sangre la confrontación política. Un amigo nuestro, el jesuita Chema Tojeira, rector de la Universidad Centroamericana, da cuenta desde la imparcialidad de la observación académica, de esa transparencia y limpieza en el recuperado juego democrático.
También demostraron estar a tono con estos tiempos, al menos de momento, los derrotados de la derechista coalición Arena, que ha ocupado el poder en El Salvador en las últimas dos décadas, y el propio presidente en ejercicio, Elías Antonio Saca, que reconoció inmediatamente la victoria del ex guerrillero Funes. Gestos como estos han estado ausentes en las tres elecciones presidenciales celebradas desde la firma de los acuerdos de paz de 1992, que pusieron fin a la guerra civil que venía desangrando a El Salvador desde 1980.
¿Qué dice Funes? Ha ganado las elecciones repitiendo un discurso simple: “A la vuelta de 20 años, tenemos uno de los países más atrasados de América latina, una de las economías con mayor debilidad estructural para enfrentar la crisis, una de las sociedades más pobres y, sobre todo, con los mayores niveles de exclusión y marginalidad social, agobiada por la delincuencia, secuestrada por la delincuencia. Somos el país con la tasa de homicidios más alta del continente. Ése es el desafío que tengo por delante. El cambio que hoy estamos iniciando cierra un ciclo histórico y abre la oportunidad para iniciar un Gobierno auténticamente democrático, que construya una sociedad justa y democrática.”
Esas son sus palabras y su expresión de intenciones. Pero, más allá de su discurso y de esa paz que es necesariamente precaria, ya que El Salvador sigue siendo un país peligroso y violento, con la tasa de homicidios más alta de toda América, sumamente desigual, y con más de la mitad de su población bajo la línea de pobreza, hay otro elemento a considerar. Y es quién ha ganado, detrás de la figura de Mauricio Funes.
Los observadores internacionales marcan una diferencia sutil, pero muy importante: el Farabundo está integrado por un sector socialdemócrata, que intenta incorporarse efectivamente al juego electoral y republicano, que pretende tender puentes hacia América latina y hacia el resto del mundo, con la figura del brasileño Lula da Silva como referente político regional. Pero también dentro del mismo frente Farabundo está la vieja guardia de la guerrilla, los halcones, el grupo más duro. Y desde este sector podría venir la iniciativa de estrechar los lazos con la Venezuela del comandante Chávez, y –quizá- también con otro proyecto de izquierda para América latina.
Como vemos, en el tablero regional las piezas vuelven a acomodarse en un orden no del todo desconocido, en una relación de fuerzas –y de referentes- que parecen seguir un guión, una melodía, ya escuchada.
En este sentido, los primeros pasos de Mauricio Funes, del ex guerrillero hoy presidente democráticamente electo en El Salvador, serán sumamente interesantes de seguir, y desde muy cerca.