ENTRE VASCOS, GALLEGOS, Y PORTEÑOS
Por Nelson G. Specchia
En este país nuestro, un país de aluvión, se ven cosas extrañas. Ver, por ejemplo, cómo se discutía, en estas últimas semanas, en el centro de la ciudad de Buenos Aires un escaño de diputados autonómicos en la cámara vasca, o las elecciones a la Xunta de Galicia, es, sin duda, un evento inusual para los observadores de la política internacional.
Efectivamente, el alto número de votantes habilitados para las elecciones españolas en la República Argentina, naturales de la península o descendientes de aquellos que han adquirido la ciudadanía, se han transformados en votos críticos en unas elecciones sorpresivas y tan ajustadas como las que han vivido el domingo último las legislaturas de aquellas dos regiones españolas, el País Vasco y Galicia.
Y este es el segundo elemento que hay que destacar en un análisis: la sorpresa que viene de las nuevas modalidades, de las nuevas conductas políticas que asumen los electorados, en una coyuntura de crisis e inestabilidad internacional, y ruptura de viejas fórmulas, que llevan a sospechar que ya nadie, ni allá ni aquí, tiene garantizado de antemano la victoria, y que las alianzas y las mayorías se hacen y se deshacen con mucha mayor rapidez y facilidad que hace poco tiempo atrás.
Veamos: en Galicia, una comunidad autónoma todavía predominantemente rural, de donde viene la buena carne, el queso de tetilla y las verduras frescas, ha sido tradicionalmente conservadora, y acostumbraba optar por el Partido Popular. Con ello, tuvo en la cabeza de su ejecutivo, durante años y años, a don Manuel Fraga Iribarne, que supo ser ministro de Franco en las postrimerías de la Dictadura, y que luego se reconvirtió hacia la democracia y fue una figura importante, tanto en la Transición, como en la redacción de la nueva Constitución, luego de la muerte del Generalísimo Dictador. Esta homogeneidad en la conducta electoral de los gallegos se quebró en la última legislatura, cuando una alianza entre los socialistas y los nacionalistas del Bloque Galego desplazó a don Manuel Fraga de su (casi) eterno sillón, y colocó al frente al socialista Emilio Pérez Touriño. Todos daban por supuesta que la hegemonía del conservadurismo del Partido Popular se había acabado en las tierras gallegas, sin embargo, en las elecciones del domingo los populares han vuelto, y has vuelto con fuerzas. Nadie tiene fórmulas permanentes.
Pero aún más sorpresivos han sido los resultados autonómicos en las elecciones vascas, especialmente por lo mucho que pueden tener de trasladables a otros análisis políticos. Por primera vez en treinta años, el Partido Nacionalista Vasco (la primera fuerza política de Euskadi, fundado por Sabino Arana hace un siglo), sumado a las fuerzas nacionalistas de izquierda, han perdido la mayoría en la cámara, y –si todo sale como parece- el País Vasco tendrá por primera vez un presidente autonómico, un “lehendakari”, socialista: el líder Patxi López.
Las elecciones vascas, como ya es habitual, se han desarrollado en un entorno crítico. ETA sigue activa, a pesar de la detención de algunos de sus máximos dirigentes en los últimos tiempos, y los golpes que ha sufrido la organización terrorista por partes de las policías española y francesa. Además, una persecución judicial de las formaciones partidarias afines a ETA (la izquierda “abertzale” que no condena la violencia terrorista), hizo que ese arco de opciones quedara, el domingo pasado, momentáneamente fuera de juego. ETA, al no contar con instrumentos para conseguir escaños desde donde bombardear al propio sistema, llamó a sus simpatizantes a impugnar el voto, colocando en las urnas las boletas de la ilegalizada agrupación D3M (“Democracia 3 millones”), pero éstas no llegaron al 9 por ciento, o sea, unos 100.000 votos impugnados. De esta manera, este sector del nacionalismo independentista se configura como el gran perdedor en las elecciones vascas del domingo.
En síntesis: el PNV (el Partido Nacionalista Vasco) sigue siendo el más votado en la comunidad autónoma, pero con 30 mil votos menos que hace cuatro años, lo que hará muy difícil que Ibarretxe, el actual “lehendakari”, consiga un nuevo período al frente del ejecutivo.
El Partido Socialista Vasco ha batido todos los récords, con un aumento de más del 30 por ciento de los votos; aunque no le alcanzarán para gobernar en soledad, es más que probable que cuente con el apoyo de las demás agrupaciones no nacionalistas para formar gobierno.
El Partido Popular, que enfrenta en estos momentos una grave crisis interna, con denuncias de corrupción en la comunidad de Madrid, ha visto retrocedido el apoyo de los conservadores vascos en casi un tercio respecto de hace 4 años, aunque sigue siendo el tercer partido político de Euskadi, y su intervención en apoyo del candidato a “lehendakari” será vital en la cámara.
Y entre todas estas conclusiones, la que me parece de una importancia relativa más destacada, es la aplastante derrota del nacionalismo violento, de los sectores afines al terrorismo de ETA, que retroceden en más de 50 mil votos respecto de las últimas elecciones, virando este electorado hacia un nacionalismo de izquierdas pacífico, un “abertzalismo” que, en definitiva, renuncie a matar como herramienta de lucha política.
Tengo la esperanza de que nuestros compatriotas, esos viejos vascos que pueblan la Argentina desde hace tantos años, y sus hijos y sus nietos, hayan contribuido con su voto a este cambio de tendencia, que será útil no sólo a los vascos y al resto de España, sino a todos los hombres de buena voluntad.