Un López para Euskadi
La transición alcanzada en el País Vasco por el acuerdo entre los socialistas y el Partido Popular asume toda la carga de un nuevo tiempo fundacional.
por Nelson Gustavo Specchia
El socialista Patxi López ya es lehendakari, el presidente del País Vasco, una de las comunidades autónomas históricas de España. Por primera vez en la historia democrática, en estas tres décadas que van desde el fin de la dictadura franquista y la transición a la democracia, un candidato no nacionalista llega al palacio de gobierno de Ajuria Enea.
Patxi López logró aunar lo que parecía imposible: a los 25 votos de sus diputados del Partido Socialista de Euskadi (PSE), se les sumaron los 13 votos del conservador Partido Popular (PP), y uno del nuevo partido Unión, Progreso y Democracia (UPyD) de la ex socialista Rosa Díez. Con esta alianza, López tuvo la mayoría de 39 votos para terminar con la hegemonía del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y desplazar a Juan José Ibarretxe del gobierno autonómico.
El acuerdo entre los socialistas y el PP reparte carteras y competencias entre ambas agrupaciones, y se supone que permitirá asegurar la gobernabilidad del País Vasco para los próximos cuatro años de Legislatura, sin la participación de representantes del nacionalismo de derecha ni de la izquierda abertzale.
La primera consecuencia de este cambio de rumbo se hará sentir en el meollo de la política vasca: la agenda independentista, centro de gravitación del discurso, de la vida social, y de la violencia terrorista, perderá relevancia.
Patxi López basará su gestión sobre dos ideas fuerza: el ofrecimiento de participación al PNV, sin ningún revanchismo, para lograr un gobierno sin exclusiones (en realidad, para que la exclusión de los sectores independentistas radicales sea aún más notoria); y la centralidad de la lucha contra ETA.
La victoria sobre la organización terrorista, ha dicho el nuevo presidente autonómico, requiere de un rearme moral de toda la sociedad vasca, donde la violencia como arma política se deslegitime en todos los campos y en todos los órdenes, desde los jóvenes incendiarios de la kale borroka (los disturbios callejeros en las manifestaciones), hasta la mirada indulgente de los nacionalistas democráticos.
Y para que este propósito sea más evidente, López tomó posesión en la Casa de Guernica, no juró sobre la Biblia sino sobre un ejemplar del Estatuto de Guernica, el histórico documento rubricado en 1979 por las fuerzas democráticas, para reafirmar la unidad de todos los vascos.
La llegada de Patxi López pone fin al monopolio de un cargo altamente simbólico, además de sus funciones ejecutivas, que el PNV no soltó desde su creación como fuerza política, en los albores de la guerra civil española, en 1936, por el líder nacionalista Sabino Arana. Por eso esta transición asume toda la carga de un nuevo tiempo fundacional.
El hecho inédito de las dos grandes fuerzas antagonistas nacionales pactando un acuerdo de gobierno para alcanzar la mayoría parlamentaria en Euskadi parece demostrar que el discurso identitario, que ha repetido hasta el hartazgo el PNV (y que ha concitado para sí el apoyo de la izquierda afín a ETA), genera rechazo en cada vez más amplios sectores del electorado vasco, tanto de centroizquierda como de centroderecha. Y en este rechazo no es menor la visión del ciudadano medio, no necesariamente imbuido de la lucha ideológica, pero que tiene que vivir su cotidianidad bajo la permanente amenaza de las bombas, el secuestro, la extorsión y el asesinato.
La organización terrorista ETA y el entorno político afín a sus tesis han llevado a que en las tierras vascongadas se perciban dos colectivos sociales separados y antagónicos: quienes quieren, desde su idiosincrasia particular, seguir siendo parte del Estado español (el filósofo Fernando Savater es uno de sus voceros principales) y aquellos cuyo sentimiento de pertenencia a las tierras ancestrales y las aspiraciones de autogobierno los llevarían a plantear posturas soberanistas y antiespañolas (la expresión política legal sería el Partido Nacionalista Vasco, y fuera de la legalidad constitucional, el extremismo radical de la ETA).
Sin embargo, según una investigación de la Universidad del País Vasco de fines del año pasado, seis de cada diez ciudadanos ve compatible su doble identidad vasca y española; la lengua euskera se defiende, pero se realzan las virtudes del bilingüismo.
La sociedad vasca se ha modernizado y transformado en 30 años, y el nacionalismo de cualquier signo parece no haberse percatado de la profundidad de estas leves variaciones en la cultura política de su electorado.
En estos sutiles pero profundos cambios hay que encontrar las razones de la elección de Patxi López como presidente del País Vasco. Así como en ellos, también, se asientan las posibilidades de un nuevo pacto social en el norte de España, que entierre definitivamente la violencia terrorista como herramienta de lucha política.