
Estados Unidos, China, y un nuevo mundo bipolar
por Nelson Gustavo Specchia
Cuando el viejo mundo del siglo XX terminó –esa distribución del planeta en dos realidades políticas antagónicas que hoy percibimos ya como historia antigua, como si el Muro de Berlín hubiera caído hace siglos- los entusiastas del “mundo libre” anunciaron con bombos y platillos el nacimiento de un nuevo orden, en el cual los Estados Unidos de América serían la incontestable potencia hegemónica.
Recuerdo, en los primeros años ‘90, recorriendo una librería Barnes & Noble de Manhattan, la página con que un autor de libros de divulgación política abría su volumen: “Este libro está dedicado a Ronald Wilson Reagan, 40º Presidente de los Estados Unidos de América, triunfador de la Guerra Fría y fundador del nuevo orden internacional”. Pero los breves años transcurridos desde la disolución de la Unión Soviética y del polo socialista están demostrando que el sueño del mundo unipolar no era más que eso, un sueño. Y que nuevos actores con vocación de potencias están ocupando sus posiciones, preparándose para ejercer un rol de liderazgo internacional en breve. El primer lugar en estas candidaturas, claro, lo ocupa China.
La buena noticia, si acaso, es que este momento histórico, cuando el viejo gigante milenario está acomodando el cuerpo para jugar los roles que le tocarán en un futuro muy próximo, del otro lado del mundo, en el sillón de la Casa Blanca se sienta el negro Obama, que no se ve a sí mismo como un “triunfador de la Guerra Fría”, y que parece tener claro que el liderazgo norteamericano tiene que ser, necesariamente, compartido en algunas áreas vitales. Barack Obama entiende que la alternativa es la cooperación y la preeminencia parcialmente compartida, o bien una aceleración en el declive y en la soledad del poder.
Tanto la desastrosa intervención en Irak y los dolores de cabeza que está dando la salida de allí; ó la imposibilidad de cazar a un pastor de cabras escondido en unas montañas heladas por parte del ejército que insume la mitad del gasto militar de todo el planeta; ó el desbarajuste de un sistema financiero en caída libre y sin red, son algunos de los últimos ejemplos de que los Estados Unidos ya no pueden solos, y que en algunos capítulos de la agenda internacional han de abrir el juego y sentarse a la mesa, de igual a igual, con los otros grandes.
Esta semana, a esa mesa se sentó China, y su silla va a ser permanente. En Washington el lunes 27 se abrió una instancia de diálogo que va a sostenerse como herramienta de consulta estable, orientada a distribuirse y monitorear una remodelación del mundo según las prioridades estratégicas de ambos gigantes. En la apertura de las sesiones, el presidente Obama no dejó lugar a dudas: “Las relaciones entre Estados Unidos y China –dijo- determinarán el siglo XXI.” Así de claro.
El abanico de temas de las delegaciones presididas por funcionarios de máximo nivel (la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el primer viceministro chino, Wang Qishán) comprende muy diferentes puntos, desde el terrorismo fundamentalista como amenaza de primer orden, a la cuestión atómica (el Tratado de No Proliferación se renegocia el año que viene); desde el calentamiento del planeta (tanto los Estados Unidos como China son los principales contaminantes del mundo, cada uno libera a la atmósfera 5 mil millones de toneladas de CO2 por año), a la crisis económica global.
Pero no todo será cooperación y entendimiento. Los dos son adversarios comerciales crecientes, y se disputan cuotas y parcelas de mercado a lo largo y a lo ancho del globo. La política de expansión china hacia zonas de reservas energéticas es arrolladora, tanto hacia África como hacia América latina. Y Estados Unidos no puede desentenderse de la seguridad de sus aliados en Asia, inclusive en las propias fronteras chinas. Tampoco de su prédica por la democracia, las libertades individuales, y el respeto por los derechos humanos, capítulos en los que China acumula deudas y carencias insalvables. Ahí está la reciente matanza de uigures en la región de Xinjian para ratificarlas.
Y, por último, en esta primera mesa vís-a-vís, también estuvo presente el tema de Corea del Norte. Estados Unidos insiste que las provocaciones nucleares del régimen de Pyongyang son un riesgo de desequilibrio para todos, y que la llave de ese asunto la tiene China en sus manos.
Para complicar aún más este juego de poderes, China se ha convertido ya en el primer financista de la deuda externa norteamericana. Más de 800 mil millones de dólares en títulos del Tesoro norteamericano se encuentran en manos del gobierno chino. Además, China exporta hacia EE.UU. productos por un monto anual de 340 mil millones de dólares, es su principal cliente en el mundo. Y estas compras norteamericanas son las que financian, en buena medida, el sostenido crecimiento del producto bruto chino. Pero de este gran comprador, el viejo imperio celeste sólo recibe importaciones por unos 70 mil millones, una balanza muy desequilibrada.
Hoy China es la tercera economía del mundo, pero de mantenerse los actuales índices de crecimiento y expansión, será la primera antes de mediar el siglo. Y su modelo político, con un capitalismo fuertemente exportador y férreamente controlado por el Estado y el partido único, el que habrá conducido al país al primer lugar. Interesante: éticamente objetable, pero objetivamente exitoso.
Muchos temas, muchas aristas. Demasiadas como para no darse cuenta de que el foro inaugurado en Washington no ha sido un evento diplomático más, sino el síntoma de un cambio en las condiciones del liderazgo internacional.
Posiblemente, también haya sido la partida de nacimiento de una nueva bipolaridad. Si así fuera, la esperanza pasa por que esta relación entre las superpotencias permanezca en un marco de pacífica racionalidad. Sería una cláusula de garantía de estabilidad mundial, lo que, en estos tiempos, no es poco decir.
En La Voz del Interior:
http://www.lavoz.com.ar/nota.asp?nota_id=538449
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