Una brújula para mister Obama
por Nelson-Gustavo Specchia
.
[ HOY DÍA CÓRDOBA, 05 / 02 / 2010 ]
.
.
En los tramos finales de la última campaña presidencial norteamericana, en las usinas estratégicas republicanas se insistía machaconamente en un punto: la supuesta debilidad del candidato demócrata, Barack Obama, para ocupar la primera magistratura de los Estados Unidos, dada su relativa falta de experiencia en cargos ejecutivos, su juventud, y el hecho de que nadie pudiera estar seguro de cómo podría reaccionar frente a situaciones adversas en el ejercicio del poder. Estas características reafirmaban por contraste la personalidad del candidato republicano, ya que el senador John McCain era un auténtico veterano de la política –y de las armas-, con cargos legislativos y ejecutivos ejercidos en diversas legislaturas y en diferentes circunstancias internacionales, a la par de su legajo de honor como héroe de guerra desde Vietnam.
.
La estrategia, sin embargo, no hizo mella en el ascenso apabullante del joven candidato demócrata, y el atractivo discurso sobre las grandes transformaciones en la política interior, el reposicionamiento de los Estados Unidos como un interlocutor multilateral en el concierto internacional, y la fuerza del mensaje de reencantamiento de la política que se expresaba sucintamente en el eslogan “Yes, we can”, terminó imponiéndose. Sin embargo, en estas últimas semanas son muchos los que han vuelto a recordar aquella estrategia machacona de la campaña, porque el Presidente –sea por su falta de experiencia, su juventud, o las inéditas circunstancias que le han tocado campear- parece haber perdido el norte: su imagen se difumina a pasos acelerados en la aceptación popular; sus estrategias de cambios estructurales no logran, a pesar de las mayorías legislativas que mantiene, los consensos necesarios para llegar a buen puerto; sus socios internacionales miran azorados los desplantes a que los somete luego de haberles prometido una nueva relación menos unilateral; y una derrota electoral –simbólica, pero objetivamente menor- como la de Massachusetts, ha significado un shock para el primer mandatario, llevándolo de golpe a asumir posturas y discursos de neto corte populista, para atraerse con ellos nuevamente la voluntad de las grandes mayorías. Pero, sin una brújula confiable, la ruta del encanto político, ese del que Obama hacía gala hace apenas un año, sigue sin aparecer.
.
Porque aunque haya pasado tanta agua debajo del puente, el Presidente acaba de terminar su primer cuarto de período, un año apenas, cumplido a fines de enero. Al hacer su primer informe de gestión al Congreso, en el discurso del Estado de la Unión –uno de los momentos más altos de la liturgia institucional norteamericana-, Obama intentó mantener el tipo, la voz firme, el gesto de confianza en sí mismo, la oratoria fluida. No le esquivó a los temas complejos ni a los puntos de conflicto. Criticó fallos de la Corte Suprema, mirando hacia el estado mayor de las fuerzas armadas, sentado en la primera fila, dijo que había prohibido la tortura y que finalizaría una guerra. A la oposición, la fustigó a pensar en la Nación por encima de las diferencias, y a sacar las leyes que ésta necesita. Y como un padre comprensivo pero al mismo tiempo inflexible, con el dedo índice admonitorio les dijo que si los proyectos esenciales que llegaran a su escritorio no eran los que la Unión necesita, no le temblaría el pulso para ejercer su derecho de veto. Arrancó aplausos de pie en múltiples ocasiones. Toda la escenografía estaba instalada para inspirar confianza y seguridad. Sin embargo, la duda se colaba por los contornos. En realidad no hay prácticamente ningún resultado concreto para mostrar tras un año de gobierno, los grandes proyectos de transformación política se han abandonado, las metas más ambicionas se han edulcorado en todos los órdenes, y los socios internacionales ven cómo –sin previo aviso- el jefe de la Casa Blanca se baja de los grandes compromisos globales y vuelve a privilegiar la política doméstica: la desocupación, las hipotecas, las becas para estudios, las jubilaciones. Y todo ello mirando a las elecciones legislativas de noviembre próximo.
.
América latina quizá fue la primera región en acusar el golpe de que las prioridades de la Administración demócrata no iban a significar un cambio radical respecto del trato recibido por el departamento de Estado bajo George W. Bush. En Trinidad y Tobago, en abril del año pasado, cuando los líderes sudamericanos se vieron por primera vez en grupo con el presidente norteamericano, éste les prometió un nuevo pacto de asociación hemisférica, pero luego no hubo ninguna medida de política internacional concreta que ratificara esas palabras. Luego, en junio, cuando los cancilleres de la OEA se reunieron en San Pedro Sula (Honduras), y realizaron un tímido guiño hacia la reincorporación de Cuba, Hillary Clinton transmitió la voz de Obama: los tiempos todavía no estaban maduros para eso. Y en agosto de 2009, cuando Felipe Calderón recibió a Barack Obama –junto al premier canadiense Stephen Harper- en Guadalajara, en la cumbre del NAFTA, ni siquiera pudo obtener los cien millones de dólares para combatir el narcotráfico que el norteamericano le había prometido. Y encima Harper le comunicó que reinstalaban el sistema de visas para mexicanos en Canadá. Las ilusiones latinoamericanas de un nuevo trato se esfumaron en menos de un año.
.
Y esta semana le tocó a Europa: Obama ha cancelado su asistencia a la cumbre EE.UU.-Unión Europea, planificada para el próximo mayo, en Madrid. Ya varios analistas venían adelantando que el líder norteamericano estaba relegando en su agenda la relación con el viejo continente, pero nadie se esperaba esta cachetada que golpea, con especial fuerza, en la cara del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, al estar estrenando España la presidencia rotatoria de la Unión. Un cambio de política que desplaza de los interlocutores del departamento de Estado a la organización continental con la que tenía una relación privilegiada, hasta este momento, en el marco de la OTAN.
.
Los europeos se han lanzado a hacer autocríticas: no es funcional que haya tantas voces, dicen. Obama no sabe bien con quién hablar en Europa: si con Rodríguez Zapatero, o con Von Rumpuy, o con Duráo Barroso, o con Lady Ashton. Hay disfunciones internas en la Unión Europea, dicen. Hay redundancias y hay excesos, y muchas veces –como la anterior cumbre, en Praga- estas reuniones no conducen a ningún resultado concreto.
.
Puede ser. Pero, a mi criterio, las razones del desplante (ningún presidente norteamericano ha dejado de asistir a una de estas cumbres en los últimos 17 años) no hay que buscarlas tanto en los socios externos, sean del subdesarrollado sur latinoamericano o de los ricos aliados del norte, sino en las vueltas y los giros de la aguja que apunta el rumbo de la Administración Obama.
.
Qué deseable sería que el Presidente recupere la brújula, aquella por la que medio mundo saludó sus primeros pasos.
.
.
.
nelson.specchia@gmail.com
.
por Nelson-Gustavo Specchia
.
[ HOY DÍA CÓRDOBA, 05 / 02 / 2010 ]
.
.
En los tramos finales de la última campaña presidencial norteamericana, en las usinas estratégicas republicanas se insistía machaconamente en un punto: la supuesta debilidad del candidato demócrata, Barack Obama, para ocupar la primera magistratura de los Estados Unidos, dada su relativa falta de experiencia en cargos ejecutivos, su juventud, y el hecho de que nadie pudiera estar seguro de cómo podría reaccionar frente a situaciones adversas en el ejercicio del poder. Estas características reafirmaban por contraste la personalidad del candidato republicano, ya que el senador John McCain era un auténtico veterano de la política –y de las armas-, con cargos legislativos y ejecutivos ejercidos en diversas legislaturas y en diferentes circunstancias internacionales, a la par de su legajo de honor como héroe de guerra desde Vietnam.
.
La estrategia, sin embargo, no hizo mella en el ascenso apabullante del joven candidato demócrata, y el atractivo discurso sobre las grandes transformaciones en la política interior, el reposicionamiento de los Estados Unidos como un interlocutor multilateral en el concierto internacional, y la fuerza del mensaje de reencantamiento de la política que se expresaba sucintamente en el eslogan “Yes, we can”, terminó imponiéndose. Sin embargo, en estas últimas semanas son muchos los que han vuelto a recordar aquella estrategia machacona de la campaña, porque el Presidente –sea por su falta de experiencia, su juventud, o las inéditas circunstancias que le han tocado campear- parece haber perdido el norte: su imagen se difumina a pasos acelerados en la aceptación popular; sus estrategias de cambios estructurales no logran, a pesar de las mayorías legislativas que mantiene, los consensos necesarios para llegar a buen puerto; sus socios internacionales miran azorados los desplantes a que los somete luego de haberles prometido una nueva relación menos unilateral; y una derrota electoral –simbólica, pero objetivamente menor- como la de Massachusetts, ha significado un shock para el primer mandatario, llevándolo de golpe a asumir posturas y discursos de neto corte populista, para atraerse con ellos nuevamente la voluntad de las grandes mayorías. Pero, sin una brújula confiable, la ruta del encanto político, ese del que Obama hacía gala hace apenas un año, sigue sin aparecer.
.
Porque aunque haya pasado tanta agua debajo del puente, el Presidente acaba de terminar su primer cuarto de período, un año apenas, cumplido a fines de enero. Al hacer su primer informe de gestión al Congreso, en el discurso del Estado de la Unión –uno de los momentos más altos de la liturgia institucional norteamericana-, Obama intentó mantener el tipo, la voz firme, el gesto de confianza en sí mismo, la oratoria fluida. No le esquivó a los temas complejos ni a los puntos de conflicto. Criticó fallos de la Corte Suprema, mirando hacia el estado mayor de las fuerzas armadas, sentado en la primera fila, dijo que había prohibido la tortura y que finalizaría una guerra. A la oposición, la fustigó a pensar en la Nación por encima de las diferencias, y a sacar las leyes que ésta necesita. Y como un padre comprensivo pero al mismo tiempo inflexible, con el dedo índice admonitorio les dijo que si los proyectos esenciales que llegaran a su escritorio no eran los que la Unión necesita, no le temblaría el pulso para ejercer su derecho de veto. Arrancó aplausos de pie en múltiples ocasiones. Toda la escenografía estaba instalada para inspirar confianza y seguridad. Sin embargo, la duda se colaba por los contornos. En realidad no hay prácticamente ningún resultado concreto para mostrar tras un año de gobierno, los grandes proyectos de transformación política se han abandonado, las metas más ambicionas se han edulcorado en todos los órdenes, y los socios internacionales ven cómo –sin previo aviso- el jefe de la Casa Blanca se baja de los grandes compromisos globales y vuelve a privilegiar la política doméstica: la desocupación, las hipotecas, las becas para estudios, las jubilaciones. Y todo ello mirando a las elecciones legislativas de noviembre próximo.
.
América latina quizá fue la primera región en acusar el golpe de que las prioridades de la Administración demócrata no iban a significar un cambio radical respecto del trato recibido por el departamento de Estado bajo George W. Bush. En Trinidad y Tobago, en abril del año pasado, cuando los líderes sudamericanos se vieron por primera vez en grupo con el presidente norteamericano, éste les prometió un nuevo pacto de asociación hemisférica, pero luego no hubo ninguna medida de política internacional concreta que ratificara esas palabras. Luego, en junio, cuando los cancilleres de la OEA se reunieron en San Pedro Sula (Honduras), y realizaron un tímido guiño hacia la reincorporación de Cuba, Hillary Clinton transmitió la voz de Obama: los tiempos todavía no estaban maduros para eso. Y en agosto de 2009, cuando Felipe Calderón recibió a Barack Obama –junto al premier canadiense Stephen Harper- en Guadalajara, en la cumbre del NAFTA, ni siquiera pudo obtener los cien millones de dólares para combatir el narcotráfico que el norteamericano le había prometido. Y encima Harper le comunicó que reinstalaban el sistema de visas para mexicanos en Canadá. Las ilusiones latinoamericanas de un nuevo trato se esfumaron en menos de un año.
.
Y esta semana le tocó a Europa: Obama ha cancelado su asistencia a la cumbre EE.UU.-Unión Europea, planificada para el próximo mayo, en Madrid. Ya varios analistas venían adelantando que el líder norteamericano estaba relegando en su agenda la relación con el viejo continente, pero nadie se esperaba esta cachetada que golpea, con especial fuerza, en la cara del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, al estar estrenando España la presidencia rotatoria de la Unión. Un cambio de política que desplaza de los interlocutores del departamento de Estado a la organización continental con la que tenía una relación privilegiada, hasta este momento, en el marco de la OTAN.
.
Los europeos se han lanzado a hacer autocríticas: no es funcional que haya tantas voces, dicen. Obama no sabe bien con quién hablar en Europa: si con Rodríguez Zapatero, o con Von Rumpuy, o con Duráo Barroso, o con Lady Ashton. Hay disfunciones internas en la Unión Europea, dicen. Hay redundancias y hay excesos, y muchas veces –como la anterior cumbre, en Praga- estas reuniones no conducen a ningún resultado concreto.
.
Puede ser. Pero, a mi criterio, las razones del desplante (ningún presidente norteamericano ha dejado de asistir a una de estas cumbres en los últimos 17 años) no hay que buscarlas tanto en los socios externos, sean del subdesarrollado sur latinoamericano o de los ricos aliados del norte, sino en las vueltas y los giros de la aguja que apunta el rumbo de la Administración Obama.
.
Qué deseable sería que el Presidente recupere la brújula, aquella por la que medio mundo saludó sus primeros pasos.
.
.
.
nelson.specchia@gmail.com
.