Ahmadinejad, el inestable
por Nelson-Gustavo Specchia.
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En su búsqueda de respaldos internacionales que lo defiendan del aislamiento al que quieren empujarlo, el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad ha recalado en las costas sudamericanas. Invitado por su amigo (su “hermano”, como se califica a sí mismo) Hugo Chávez, estuvo en Venezuela y en los países del ALBA. Y dando una de las últimas sorpresas del año pasado, Ahmadinejad fue recibido por Lula da Silva en Brasilia, la misma semana que Hillary Clinton expresaba los reparos de la Administración estadounidense al curso del programa nuclear iraní.
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De sus nuevas relaciones en Sudamérica, Ahmadineyad parece haber asumido algo más que una vía de escape al encierro del aislamiento de Occidente. También puede que haya adquirido algunos modos, muy impactantes y mediáticos, de ejercer el poder. Chávez, en una conferencia de prensa llena de invitados y de cámaras de televisión, se dirigió al comandante en jefe del ejército, y como quien manda al cadete a por un vaso de agua le ordenó: “y ahora, general, me manda los tanques a la frontera con Colombia”. Tomando el ejemplo de su hermano sudamericano, esta semana el presidente iraní, en un acto político cuyas consecuencias internacionales no podía ignorar, mirando a Alí Akbar Salehi, jefe de la oficina nuclear de la República Islámica, le ordenó: “y ahora, doctor Salehi, me empieza a producir uranio enriquecido al 20 por ciento en nuestras centrifugadoras.” Menos la belleza, todo se pega.
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Frente a la estrategia de encierro de Europa y los Estados Unidos, los iraníes han decidido redoblar la apuesta. El largo tira y afloje con los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) sigue en un impasse: Irán sostiene que el enriquecimiento de uranio que actualmente desarrolla (entre el 3 y el 5 por ciento) está destinado a usos energéticos civiles, sólo admite que está construyendo nuevas centrales cuando éstas son detectadas por los servicios de inteligencia occidentales, y cuando se lanza a enriquecer el material radioactivo por sobre esos niveles lo justifica por razones de investigación y servicios (como la utilización de radioisótopos en aplicaciones médicas). Las Naciones Unidas van condenando en cinco resoluciones este proceso, y desde el OIEA se insiste en las dificultades y obstáculos que el régimen de Ahmadinejad pone permanentemente a sus inspectores, en lo turbio y gris de toda la información relativa a los verdaderos fines del plan atómico, y en que la tecnología necesaria para un enriquecimiento al 20 por ciento es la misma que para alcanzar el 80 ó 90 por ciento, cuando el uranio 235 se convierte en insumo de armas nucleares.
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Planteado en estos términos, la cuestión avanza rápidamente a estancarse en un diálogo entre sordos. Una espiral de tensión creciente que es alimentada, además, por otros condimentos. En primer lugar, con las necesidades energéticas del mundo desarrollado en una curva fuertemente alcista, cada día es más difícil seguir sosteniendo que sólo los seis Estados que componen el club atómico internacional (EE.UU., Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) puedan seguir detentando el monopolio de los desarrollos nucleares. En segundo término, las varas con que estos países regulan la no proliferación atómica son de muy diversos largores: Argentina tuvo que disminuir sus investigaciones y aplicaciones en el campo nuclear hasta mínimos casi ridículos, pero a Pakistán no se le exigió lo mismo; la India ha crecido en conocimientos y productos exponencialmente, al mismo tiempo que por esas intenciones Corea del Norte ingresaba al “eje del mal”; a Irán se lo cerca y se lo acosa por el potencial peligro de que llegue a tener la bomba atómica, pero se permite que Israel disponga de un arsenal calculado en una doscientas ojivas nucleares. Frente a estos desequilibrios en la consideración de países amigos y no tan amigos, la reconsideración de un pacto global y en otros términos es cada vez más acuciante.
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Además de estos ítems de política internacional, también hay elementos internos que ayudan a tensar la cuerda en la sociedad iraní. Desde el muy oscuro triunfo en su reelección presidencial, y las protestas de la “revolución verde” que le siguió, Mahmud Ahmadinejad no se siente cómodo en el poder, y debe apelar casi cotidianamente a la Guardia Revolucionaria de los pasdarán y a la milicia paramilitar de los basiyís para reprimir las movilizaciones urbanas. Ayer, jueves 11 de febrero (22 de bahman del calendario iraní), se celebró el 31 aniversario del derrocamiento del Sha de Persia, Mohamed Reza Pahlevi, y el triunfo del movimiento encabezado por el ayatola Ruholla Khomeini que instauró la República Islámica de Irán, con un carácter teocrático y republicano al mismo tiempo.
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Los basiyís, con la obvia anuencia de la presidencia de la república, a la que responden, atacaron violentamente las embajadas de Francia y de Italia en Teherán el martes de esta semana. Los embajadores de la mayoría de los países europeos decidieron no asistir a los actos conmemorativos, y ante el desaire diplomático el gobierno iraní retiró las invitaciones. Para dejar afuera, además, a los numerosos colectivos críticos con el régimen, Ahmadinejad ha movilizado a fondo los recursos de propaganda, y los cordones de seguridad prácticamente sitian la capital. Ningún medio de prensa extranjero estuvo autorizado para cubrir los actos del aniversario, y el gobierno anunció la “suspensión permanente” del acceso de todos los iraníes a los servicios de correo electrónico de Google, el G-mail que tan importante papel –junto a las redes sociales en internet de Facebook y Twitter- jugó en la difusión internacional de la represión que siguió a las elecciones presidenciales de junio del año pasado. A pesar de todas estas medidas, en tan flagrante contradicción con los principios republicanos y democráticos que el régimen iraní asegura sostener, por la red se han filtrado imágenes de las movilizaciones opositoras, y de las reacciones de las fuerzas de seguridad, en un aniversario que ha tenido poco de festejo.
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Uno de los temas de fondo, en la lectura de la conducta de Mahmud Ahmadinejad, el inestable líder conservador del régimen de los ayatolas, es que lo que aquí se está jugando es el destino de la experiencia política puesta en marcha hace 31 años, y el rol que ese grande y antiquísimo país está llamado a jugar en los equilibrios y en las hegemonías regionales del Oriente próximo.
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El grupo de musulmanes religiosos, políticamente nacionalistas y socialmente conservadores que la figura de Ahmadinejad nuclea, reivindica para ese colectivo la auténtica herencia de la revolución islámica y la capacidad para liderar el rumbo político regional. Frente a ellos, el movimiento popular difuso y heterogéneo de la oposición acusa a este establishment de haber traicionado los ideales de libertad y justicia social por los que fue derrochado el Sha, y haber cooptado la revolución para sus propios intereses de grupo. Y desde la óptica externa, los Estados Unidos –con el acompañamiento de la Unión Europea- prefieren mantener la preponderancia regional de un Israel fuerte y pro occidental, a los movimientos de autonomía de Mahmud Ahmadinejad, siempre tan inestable y tan poco previsible.
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Estas son las cuatro aristas por las que seguirá girando la espiral del cercano oriente, en un escenario de paz controlada. De momento.
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nelson.specchia@gmail.com
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