viernes, 5 de marzo de 2010

Hillary, de gira (05 03 10)

HILLARY DE GIRA
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por Nelson Gustavo Specchia
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Son tantos los elementos de política internacional que han cambiado en los últimos tiempos en la relación entre los países sudamericanos y los Estados Unidos de Norteamérica (elementos pequeños, de detalle diplomático; y elementos grandes, de estructura de las relaciones), que sin la perspectiva de las cuentas largas, de una mirada que atraviese este momento y lo ponga en relación, la magnitud de estos cambios y su importancia en la construcción de una nueva relación entre el sur y el norte de América serían difíciles de percibir.
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Así, hasta la última década del siglo XX, el hecho de que un secretario de Estado norteamericano, el funcionario de mayor nivel en el gabinete del jefe político de la potencia hegemónica, viajara a los países del sur constituía, sin duda, el hecho más importante en las agendas de política exterior de cualquier país latinoamericano. La influencia determinante del Departamento de Estado se arrastra desde aquel “América para los americanos” de la decimonónica Doctrina Monroe, y se acentuó tras la concepción del territorio sudamericano como “área de influencia estratégica” de los Estados Unidos durante la mayor parte del siglo (con la sola excepción de Cuba), mientras el globo permanecía divido en dos zonas gravitacionales dominadas por Moscú y Washington.
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Leída con esos parámetros de referencia del pasado político reciente, la gira que la secretaria de Estado del presidente Barack Obama, Hillary Clinton, acaba de realizar por varios países del subcontinente, y las respuestas que cosechó en algunas de las capitales visitadas, tienen una nueva dimensión. Los modos en que este viaje se desarrolló, las motivaciones que llevaron a su realización, y los efectos cosechados en algunos de los encuentros con  los jefes de Estado anfitriones –especialmente el balde de agua fría con que la recibió Lula da Silva en Brasil-, marcan otra variante en los elementos de la nueva relación de América latina con el gobierno norteamericano.
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“Good by, my friends”
Michael Shifter, en una columna publicada el martes de esta semana en la revista Foreign Policy (“Adios, amigos”), da cuenta de la sorpresa –con una nota de desagrado y contrariedad- de Hillary ante la realidad americana que encontró en este viaje, en comparación con aquella –amena, obediente y homogénea- que había conocido en su recorrida como primera dama, en los años ’90 del siglo pasado. La señora Clinton comenzó este segundo periplo de cinco días con la intención de visitar cinco capitales del sur; a último momento incluyó también a Buenos Aires, que no estaba en agenda (prefirió dormir el domingo a la noche en la capital argentina, antes que en los inestables y movedizos hoteles de Santiago de Chile), lo que fue aprovechado por la presidenta Cristina Fernández para recibirla en la Casa Rosada, y plantearle la posible mediación norteamericana frente a Gran Bretaña, que Hillary Clinton no rechazó.
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Había llegado a Montevideo para asistir, en representación del presidente Obama, a la muy atípica asunción presidencial del ex guerrillero tupamaro Pepe Mujica, con quien se reunió durante una hora larga. Clinton le planteo a Mujica que con su antecesor, el también frenteamplista Tabaré Vázquez, tenían muy adelantadas las gestiones para negociar un tratado de libre comercio (TLC) con los Estados Unidos. Y Hillary recibió el primer elemento de ruptura de este viaje relámpago. Pepe Mujica le dijo que él tiene otra idea, un TLC entre el pequeño Uruguay y el gigante norteamericano no le atrae, prefiere privilegiar la unidad de Mercosur, con sus vecinos argentinos, brasileros y paraguayos; (“hasta que la muerte nos separe”, dijo unos momentos después, en el discurso de asunción). Hillary tragó saliva.
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Pasó a Buenos Aires, y aceptó la invitación de Cristina Fernández para que quedara la imagen fotográfica de la secretaria de Estado sentada a la derecha de la Presidenta, en su despacho. Clinton, en todo caso, y más allá de la cuestión Malvinas, no podía desconocer que apenas unos días antes, la señora Kirchner había hecho pública su opinión sobre la Administración Obama, en el sentido de que “no había cumplido con las expectativas de América latina”. Y Hillary tragó saliva.
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Recuperó un poco el talante al llegar a Santiago. Allí pudo conversar en inglés con Michelle Bachelet, y le aseguró la ayuda de su país, en insumos de urgencia y en metálico, para hacer frente a la situación de las víctimas del cataclismo y en la reconstrucción del país. Bachelet había dicho, en los primeros momentos tras el terremoto, que Chile no necesitaría la ayuda internacional, pero para el lunes de esta semana, con las dimensiones de los destrozos a la vista, agradeció a la enviada del presidente demócrata la concesión de créditos blandos para la reconstrucción, “que demandará muchos años y mucho dinero”, dijo la chilena. “Nos quedaremos aquí, como socios y como amigos, cuando todos se hayan ido”, le aseguró la norteamericana.
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La negativa brasileña
Desde Santiago, y antes de terminar el periplo en Costa Rica, Hillary Clinton aterrizó en Brasilia. En realidad, la principal preocupación y objetivo de este viaje de la secretaria de Estado estuvo aquí, en la reunión con Lula da Silva. Obama quiere que la potencia latinoamericana abandone los titubeos y el cortejo equívoco con el régimen de los ayatollah, y se sume a las sanciones que los Estados Unidos impulsan contra Irán en las Naciones Unidas, en virtud del programa nuclear que Mahmud Ahmadineyad ha convertido en el centro de su programa de gobierno, de sus intenciones de autonomía y de liderazgo regional en oriente próximo, y de punta de lanza en el acoso (de momento, sólo discursivo) al Estado de Israel, el gran aliado norteamericano en la zona.
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Lula (que ha recibido al presidente iraní en Brasilia, y tiene previsto visitar Teherán en mayo próximo) ha dicho reiteradamente que Brasil alienta otro camino, e insiste en su postura de que el diálogo con Ahmadineyad no puede darse por concluido. “Es imprudente arrinconar a Irán”, dice el brasilero, argumentando que las mayores penurias de las sanciones económicas a Irán las sufrirán los sectores más humildes. China es de la misma opinión, y tiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. En este período, Brasil tiene uno de los asientos transitorios; ya son dos votos. Hillary no estaba, en todo caso, dispuesta a volver a tragar saliva, no en este tema, y aumentó la presión: “El tiempo para la acción internacional ha llegado. Sólo cuando hayamos aprobado nuevas sanciones en el Consejo de Seguridad, Irán negociará de buena fe”, le dijo al presidente brasilero. Pero no logró mover a Lula de sus trece: “Brasil mantiene su posición”, fue la respuesta.
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No hay mucho para celebrar en Washington, tras la gira de la señora Clinton. La relación de los países de América latina con el gran vecino del norte está en construcción, nuevamente. Pero los parámetros –tanto los pequeños, de detalle, como los grandes- ahora son otros.
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nelson.specchia@gmail.com
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