LOS CAMINOS COMUNES DE LA AMÉRICA HISPANA
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por Nelson-Gustavo Specchia
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Esta semana, los líderes de América latina, el Caribe, y México, se reunieron en las soleadas playas de la Riviera Maya, en una cumbre convocada bajo la bandera y el nombre de la “unidad”. Lejos de ser un reclamo novedoso en la política hispanoamericana, las convocatorias, llamamientos y exhortaciones a la unidad han sido constantes desde el desmembramiento de los virreinatos coloniales. Ningún tema ha tenido más espacio en los discursos que la integración de los Estados al sur del Río Bravo, apelaciones que han traspasado inclusive los bordes ideológicos, desde la derecha a la izquierda revolucionaria. En ningún tema, al mismo y doloroso tiempo, se han registrado menos avances concretos en el terreno de las realizaciones políticas. Venimos hablando de la unidad latinoamericana desde la primera década del siglo XIX, nos aprestamos ahora a celebrar los polémicos bicentenarios, y esas intenciones siguen ancladas en el plano del discurso.
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Junto a la verbalización del liderazgo sobre intenciones, imperativos históricos y destinos comunes, el otro camino que se ha ensayado en la región pasa por la creación de instituciones. Desde la vieja Unión Internacional de las Repúblicas Americanas, de 1889, que terminó generando la Organización de Estados Americanos: la OEA presume de ser el organismo regional más antiguo del mundo. Además, se han creado muy diversas instituciones subregionales, generalmente abocadas a la integración económica vía las zonas de libre comercio. Entre éstas, el MERCOSUR ha sido una de las más exitosas, a pesar de su errático derrotero. En 2008 asistíamos a la creación de la Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR), con la fuerza de la iniciativa de Lula da Silva. Poco tiempo antes, el venezolano Hugo Chávez había lanzado, desde Isla Margarita en 2001, su propia versión de la integración, que denominó ALBA, Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América. El listado de siglas y de nombres es tan largo como las cuentas de un rosario, y casi tan circular como él. Porque, a diferencia de otras iniciativas de asociación regional (como la Unión Europea, a cuyo ejemplo se recurre tan habitualmente) el énfasis no se ha puesto aquí en el reforzamiento y transformación de las instituciones existentes, en orden a aumentar su operatividad y eficacia, sino en la fundación de nuevas y superpuestas estructuras en cada etapa política, que solapan uno sobre otro los órganos y los fines, para debilitarse más o menos rápidamente cuando cambia el tiempo histórico.
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Ahora, Cancún
En la actual confluencia de voluntades gubernamentales, y apelando una vez más a los antiguos conceptos de la unidad cultural y lingüística, del pasado común, y del imperativo de contar con una voz homogénea de la región en los foros multilaterales, la cumbre de Cancún ha decidido fundar una nueva organización regional.
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Junto al decisivo y unánime respaldo de los líderes a la posición de la Argentina en su protesta por la explotación petrolera británica en las Islas Malvinas, la creación de la nueva entidad regional concentró el temario de la reunión. El nuevo bloque de países reunirá a los Estados de América del Sur, Central, y al norteño México, o sea, a todos menos a los Estados Unidos y a Canadá. Concretamente, la exclusión de los estadounidenses de un foro americano, es el objetivo de fondo de la nueva estructura, que por ello viene a presentarse como una alternativa a la OEA, donde el predominio de la potencia norteamericana condiciona todas las iniciativas.
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Es tan vasto el listado de denominaciones y siglas, que aún no hay consenso sobre el nombre que tendrá esta entidad; se barajan designaciones como “unión”, “comunidad”, o la tradicional “organización”. De momento, le han dejado el provisional de Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, pero las intenciones se presentan ambiciosas. La canciller mexicana Patricia Espinosa, anfitriona de la cumbre, dejó claro que el planteo es “la conformación de una instancia comunitaria como la que dio origen a la Unión Europea.” Lo que la canciller no dice, y que está en la base de diferenciación de ese modelo tan recurrido, es que los europeos lograron un proceso de integración exitoso una vez que decidieron renunciar a porciones de soberanía nacional de cada Estado en favor de la organización supranacional, ¿estaría hoy algún país latinoamericano dispuesto a ceder una porción de su sacrosanta soberanía en pos de una integración política efectiva? Yo no encuentro, en las señales de este momento histórico, tendencias en esa dirección.
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En todo caso, la reunión de México tuvo algunas notas diferenciadoras respecto de cumbres anteriores. La asistencia de mandatarios fue la más alta de los últimos tiempos, 32 jefes de gobierno, con la sola ausencia del presidente hondureño Porfirio Lobo, ya que Honduras se encuentra suspendida en sus derechos desde el golpe de Estado que derrocó a Manuel Zelaya, (el buen clima de la cumbre se logró, precisamente, porque no se incluyó el tema de Honduras en el orden del día, sobre ésto no hay consenso, y nadie sabe bien cómo volver a incorporar al país centroamericano, cuando la mayoría no ha aceptado el golpe y el proceso eleccionario que le sucedió). La asistencia calificada de líderes le otorgó a la cumbre una alta legitimidad, y las dos grandes resoluciones –el respaldo a la Argentina en la cuestión Malvinas, y la creación de la nueva comunidad- fueron tomadas por unanimidad y aclamación.
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¿Qué hacer con la OEA?
Así, la “OEA sin los yanquis”, como pedía reiteradamente Fidel Castro, comenzará su andadura en Caracas, el año que viene. Si como ha anunciado el presidente mexicano Felipe Calderón, este organismo llega a ser el “mecanismo único” y la “voz homogénea” de la región en el concierto internacional, la vieja OEA, que acumula reproches a diestra y siniestra, pasaría a un segundo plano. Los republicanos, en el Congreso norteamericano, le piden a Obama que deje de aportar los dólares que permiten funcionar a la organización, porque ésta “ha fracasado” en el propósito de defender y consolidar la democracia en el continente. Y desde el sur también se la critica; Chávez, en su proverbial verborragia creativa, se dirige al secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza, con el apelativo de “insulso”, y son muchos los que opinan que el organismo no ha sido capaz de frenar una sola crisis política en la región. Si la iniciativa de Cancún prospera, y los caminos comunes de América latina se enderezan, la vieja OEA quizá quede limitada a un inocuo y mediocre foro de diálogo entre el sur y los Estados Unidos.
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nelson.specchia@gmail.com
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