miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ceuta y Melilla, las últimas colonias (13 08 10)

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Ceuta y Melilla, las últimas colonias
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por Nelson Gustavo Specchia
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En un tiempo en el que buena parte de los países de América latina celebran los bicentenarios que terminaron con el poder colonial de la Corona española, la antigua metrópoli sigue entrampada en disputas por los últimos kilómetros de pretensión soberana fuera de sus fronteras.
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Dos siglos después que acabara el imperio, y tras un acelerado proceso de modernización y de acercamiento a Europa, la España contemporánea sigue manteniendo dos cuestionadas “ciudades autónomas”, Ceuta y Melilla, que –por más que la retórica política las disfrace- no pueden ocultar su verdadero estatus: posesiones coloniales, en pleno siglo XXI.
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Marruecos, el reino musulmán en cuyo territorio se plantan esos pedazos de España, reclama una y otra vez su restitución, y también fomenta, de manera extraoficial, las protestas frente a la verja de alambre de púas que rodea, como una cárcel al revés (donde los que quieren traspasar la alambrada están del lado de fuera) las acomodadas “ciudades autónomas”. En estos días estamos viviendo una nueva andanada de protestas de los africanos, que vuelven a dejar sin argumentos las respuestas políticas españolas. Es cada día más evidente que España no podrá seguir manteniendo por mucho tiempo más un discurso tan ambiguamente dual: ¿cómo reclamar la devolución del Peñón de Gibraltar a Gran Bretaña, o condenar la ocupación inglesa en las Malvinas, y al mismo tiempo seguir manteniendo enclaves coloniales en la costa africana?
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EL PESO DE LA HISTORIA
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Después de las revoluciones de independencia en América, la guerra de Cuba y la independencia de Filipinas, el que había sido un imperio de ultramar quedó reducido a unas pocas leguas de costa africana hacia el Atlántico (el “Sahara Español”) y dos destacamentos militares en la costa mediterránea.
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Melilla, antiquísima ciudad fenicia, ya veía pasar por su estratégico puerto naves con especies y géneros siete siglos antes de la era cristiana. Se relacionó políticamente con la península cuando los árabes dominaban el Sur, los reinos de Al-Andalus. Expulsados los árabes hacia África, el sultanato de Marruecos nunca pudo fijar claramente su soberanía sobre ambas ciudades, y las guerras con las potencias europeas se sucedieron hasta el siglo pasado, cuando España logró establecer el “Protectorado”, con la ayuda francesa.
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Fue en Melilla, precisamente, donde el general Francisco Franco se rebeló y encabezó el golpe de Estado de 1936 que terminaría con la República, habilitaría los sangrientos años de la Guerra Civil, y finalmente abriría la Dictadura que se extendió hasta la muerte del “Caudillo” y la recuperación democrática actual. En honor a Melilla y a su importancia para los alzados, Franco siempre se hizo escoltar por la “Guardia Mora”, africanos marroquíes del Rif, de a caballo y con turbantes y túnicas blancas, armados de alfanjes. Pero ni el mismo Franco pudo parar la historia, y tuvo que ir entregando al moderno Estado de Marruecos las antiguas posesiones. En 1958 devolvieron Juby; en 1969, Ifni. Y ya en las postrimerías de la Dictadura, en 1975 se retiró definitivamente del “Sahara Español”, dejando a los pobladores librados a su suerte y dando comienzo a un contencioso internacional que las Naciones Unidas no han logrado resolver hasta nuestros días.
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Pero lograron aferrarse a Ceuta y Melilla, cuarteles donde los destacamentos de la Legión, con su culto militar y filofascista, siguen patrullando los territorios de ultramar. Por todo ese peso histórico, siguen siendo un emblema para los melancólicos que añoran las glorias imperiales perdidas, pero también para los sectores más duros de la derecha española, que ven en Melilla no sólo la cuna mítica del franquismo, sino un símbolo del Estado-Nación que imaginan y persiguen.
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VECINOS, CERCANOS, ENEMIGOS
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Pero también hay nacionalistas de diversos pelajes en la costa Sur. Están los recalcitrantes, que no admiten la expulsión de la península y reclaman cada tanto la “devolución de Andalucía” (en definitiva, argumentan, ellos en Al-Andalus estuvieron 800 años, los españoles apenas llevan 500). Y sin llegar a estos extremos, la élite afín al rey Mohamed VI no ceja en mantener en agenda el reclamo por la devolución de ambos enclaves.
La argumentación española es un tanto bizantina (no serían “colonias” en sentido estricto, porque eran parte de España antes de que el Estado marroquí se constituyera como tal, con el nacimiento del Sultanato a mediados del siglo XIX). Por el contrario, desde Rabat se insiste en que, además de las razones simbólicas, históricas, geográficas y culturales, hay demasiados motivos económicos de peso para que Madrid devuelva de una buena vez esos dos puertos.
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España intenta hacer buenas migas. La inmigración marroquí (y la subsahariana que llega vía Marruecos) es abrumadora. El rey Juan Carlos de Borbón mantiene una cordial relación con su “primo” de la dinastía alauí, y tiene que llamar por teléfono a Rabat cada vez más seguido, cuando las cosas comienzan a ponerse calientes. Mohamed VI –jefe de Estado y de gobierno al mismo tiempo- le responde el teléfono también con mucha cordialidad (hablan en francés), pero unos momentos después su primer ministro, Abbas El Fassi, vuelve al Parlamento con el pedido a Madrid de que ponga fin a la “ocupación” de Ceuta y Melilla. En el primer semestre de este año, con Rodríguez Zapatero ocupando la presidencia pro témpore del consejo de la Unión Europea, el gobierno socialista organizó en Granada la primera cumbre Marruecos-UE, con las intenciones de respaldar un estatuto de asociación comercial estratégica entre el reino alauí y la organización continental.
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MAR ABIERTO, SUELO CERRADO
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Pero Marruecos ya no se contenta con espejitos de colores y sigue presionando. Ya no es un Protectorado, ni un Sultanato premoderno, sino un país enorme, con una situación geográfica privilegiada, y unos estándares socioeconómicos que –si bien aún lejos de los porcentajes occidentales- están orientados en ese sentido. Y una clase política moderna y consustanciada con esa dirección estratégica.
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Desde hace un mes, y argumentando el mal trato de la policía española en los puestos de frontera (Melilla duplica su población todos los días, al ingresar los trabajadores desde el lado marroquí de la valla), activistas de las ONG’s “Comité Nacional para la Liberación de Ceuta y Melilla” y la “Coordinadora de la Sociedad Civil en el Norte de Marruecos”, han comenzado una protesta con nuevos métodos: ahogar económicamente a las ciudades autónomas. Contando, si no con el beneplácito al menos con la pasividad oficial, los movilizados han declarado el boicot de trabajo y de productos a Melilla, y los mercados se han vaciado.
Sin nada que entre por tierra, y abiertas pero también arrinconadas por el mar, las ciudades se desabastecen: ni frutas, ni carnes, ni verduras, ni pescado, ni nadie que atienda los puestos. Agosto, además, coincide con el inicio del Ramadán, y los militantes civiles marroquíes han anunciado que mantendrán la presión sobre los “territorios ocupados” durante todo el mes de ayuno islámico, con un bloqueo a la entrada de productos y de personas.
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Junto al boicot económico, el ministerio de Exteriores de Mohamed VI ha comenzado una seguidilla de reclamaciones diplomáticas (ha llegado a enviar a Madrid tres protestas diplomáticas en una semana), a las que se agregan las concentraciones masivas de protesta ante edificios españoles en Marruecos: primero fue la embajada de España, después los consulados en las ciudades de Nador y Tetuán, y finalmente el Instituto Cervantes en Rabat.
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Quizá un nuevo llamado telefónico desde el Palacio de la Zarzuela logre detener la espiral de crisis. Pero estos gestos de buena voluntad, tanto del monarca como del presidente del gobierno, no pueden reemplazar la toma de una decisión real y concreta de política exterior, como tendrá que ser –más temprano que tarde- la devolución de los últimos enclaves coloniales españoles en territorio africano.
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nelson.specchia@gmail.com
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