Corea, “comunismo monárquico”
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por Nelson Gustavo Specchia
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Corea del Norte es, en más de un sentido, un país a contramano de este tiempo y espacio histórico. Mientras el vector de la globalización política y económica achica la “aldea global”, el sector Norte de la península coreana se retrae en sí mismo y se cierra herméticamente a casi ningún contacto.
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Cuando la revolución de las comunicaciones y de la información pone en tiempo real y a disposición de prácticamente cualquier usuario los detalles mínimos de la locación más remota, el régimen norcoreano cierra a cal y canto el acceso o la salida de cualquier tipo de información, desde las cifras demográficas hasta los indicadores más básicos para conocer la estructura y el desarrollo interno del país; de una manera tan obtusa que las únicas fotografías que circulan por la prensa internacional son las obtenidas por teleobjetivos potentes desde largas distancias (o desde el borde sur de la frontera que la separa del resto de la península), o los escuetos partes noticiosos gubernamentales –redactados en un léxico rimbombante y acartonado- que sólo dejan lugar a conjeturas.
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También a contramano de la historia en lo que se refiere a las tendencias participativas. Cuando a nivel global se amplían la delegación de poderes concentrados, aumenta la participación de la sociedad civil en los asuntos públicos, y se observan mayores grados de democratización y horizontalidad en los procesos de toma de decisiones, el sistema norcoreano da un paso más en su tendencia hacia la concentración y establece, como los analistas internacionales han podido deducir estos días de una serie de indicios y sospechas, una sucesión dinástica del poder, retenido por la familia Kim desde hace más de medio siglo.
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Corea del Norte, así, termina por plantear la difícil paradoja de ser el último Estado de ortodoxia comunista estalinista y, al mismo tiempo, una monarquía absoluta que reserva el ejercicio del poder a los miembros de una única familia, que lo trasmite de generación en generación por vía sanguínea.
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EL MURO DEL PARALELO 38
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Kim Jong-il, el actual líder, está gravemente enfermo, y el sistema ha dado en las últimas semanas señales de que la sucesión dinástica ha comenzado.
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El actual mandatario recibió el poder de manos de su padre, Kim Il-sung, el jefe comunista que encabezó la revolución coreana tras la independencia de la península del dominio japonés, en 1945, y fundó el actual Estado, formalmente denominado República Popular Democrática de Corea. Kim Il-sung sigue siendo hoy presidente, aunque murió en 1994; la Constitución y las leyes lo designan como “Presidente Eterno”. La enfermedad de su hijo –que desde la desaparición física del “Presidente Eterno” ejerce autocráticamente el mando- ha llevado al régimen a presentar a su posible sucesor.
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La elección ha recaído en Kim Jong-un, el tercero de los hijos del mandatario, un joven regordete (se estima que puede tener entre 25 y 27 años) que ha sido designado en pocos días como general de cuatro estrellas y colocado en los puestos clave para ocupar el lugar de su padre en cualquier momento. Dada su juventud y su falta de experiencia, la élite dirigente, en el mejor estilo de las monarquías absolutas del pasado, también ha elevado al generalato de cuatro estrellas a la hermana del presidente, la señora Kim Kyong-hui, que será la virtual regente e instructora del muchacho Jong-un ante una desaparición repentina de su padre, el dirigente socialista a quien la ley obliga a llamar “querido líder”.
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La anomalía coreana arraiga en la lógica bipolar surgida de las cenizas de la segunda Guerra Mundial. Cuando el Imperio del Sol Naciente cayó bajo las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el ejército japonés abandonó la vecina península coreana, a la que había ocupado en 1910, como a la Manchuria china, en su avance expansionista hacia el Oeste. Retirados los japoneses, las tropas aliadas se encontraron frente a frente, en una situación similar a la de Berlín, a un lado y al otro del Paralelo de 38º de latitud Norte; y ninguno de los dos se movió un palmo hacia atrás.
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El Ejército Rojo, con el apoyo de los “voluntarios chinos”, apoyó la creación de un nuevo Estado, con capital en Pyongyang y soberanía sobre toda la península, en 1948. Simultáneamente, el ejército estadounidense respaldó la creación de un nuevo país, con capital en Seúl y también pretensiones soberanistas sobre todo el territorio. Kim Il-sung, como secretario general del Partido de los Trabajadores Coreanos –con el pleno apoyo logístico de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- se hizo con el puesto de presidente de la Comisión Nacional de Defensa, el cargo más alto de la nueva formación institucional. Desde su puesto de mando, el primer Kim ordenó la invasión de la parte Sur y la recuperación de la soberanía sobre todo el territorio de la península.
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La invasión del Norte generó la Guerra de Corea, en 1950, que en Occidente se conoció y se popularizó a través de la serie televisiva M.A.S.H., con Alan Alda en el protagónico. Las Naciones Unidas lograron imponer un armisticio en 1953, que consagró al Paralelo 38 como la frontera entre ambos Estados, y disparó el proceso de clausura del régimen del Norte sobre sí mismo y el aislamiento internacional.
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CAPARAZÓN CONTRA EL OTRO
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Mientras el Sur caminaba a pasos largos para convertirse en la expresión ideal de un país capitalista, desarrollado y democrático (que los Juegos Olímpicos de 1988, y el campeonato mundial de futbol de 2002, mostraron como un gran escaparate al mundo), el Norte se cerraba, refugiándose en la filosofía denominada Juche.
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La Juche es un sistema de ideas muy simples y terriblemente efectivas. Su autoría se le atribuye al “Presidente Eterno”, y ha sido ampliamente desarrollada por su hijo, Kim Jong-il, desde que ocupa el trono (asumió en 1997). La idea central de la Juche es que el hombre es responsable de su vida y destino individual, y por ello responsable de la revolución y del destino de la patria. De alguna manera, explican los profesores en Occidente, la Juche intenta enlazar marxismo teórico, estrategia leninista, capitalismo de Estado, y todo ello con notas propias de la cultura oriental. Esta intersección de fuerzas lleva a otorgar mucha importancia al proceder independiente, tanto a nivel individual como colectivo, y a adaptar las soluciones a las capacidades, sin depender de nadie.
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La Juche ha sido el respaldo discursivo del régimen norcoreano para defender su independencia frente al mundo (aunque soslaye la central dependencia del apoyo chino, único valedor regional e internacional de Pyongyang); la centralidad de lo militar en la vida política (denominado “songun”: “los militares primero”); la exaltación nacionalista; y el voluntarismo frente a las adversidades.
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En la práctica, este conjunto de ideas-fuerza ha conducido a Corea del Norte al aislamiento, a la provocación permanente a los vecinos, a la histeria de la seguridad (la frontera del Paralelo 38 es la más custodiada del planeta), a iniciativas agresivas (como las pruebas nucleares subterráneas, o el misil que hundió una corbeta surcoreana en marzo de este año), a un sobredimensionamiento de las fuerzas armadas (su ejército de cinco millones es el cuarto del mundo, se estima que tiene unos 45 soldados por cada 1.000 habitantes, la mayor tasa relativa del globo). Y a unos desequilibrios internos de desarrollo que han conducido a la pauperización de la sociedad, e inclusive a hambrunas, como la de 1995-1998, en la que se estima que entre 600.000 y un millón de coreanos murieron de hambre.
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QUEDA EN FAMILIA
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Pero a la familia Kim nada de esto parece afectarla demasiado, y el rumbo del régimen no se ha alterado ni en el menor detalle. En estos días, inclusive, el hijo mayor del “querido líder”, Kim Jong-nam, ha mostrado su malhumor en una entrevista para una radio japonesa. El primogénito habría perdido el favor del mandatario cuando, en 2001, fue detenido en el aeropuerto de Tokio con un pasaporte falso: el muchacho quería visitar Disneylandia. Su simpatía por ese símbolo del imperialismo capitalista le costó el trono, donde su hermano menor, Kim Jong-un, está presto a sentarse.
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Estos enredos familiares de telenovela deberían estar destinados a las páginas de la prensa rosa y a los programas de chismes de la televisión de mediodía. Pero Corea del Norte es clave para la estabilidad en Oriente: su potencial nuclear, el aislamiento internacional, la histeria securatista, la economía desestabilizada y una población (quizá de unos 25 millones) en crónico estado de escases, conforman un abanico de factores que pueden poner en serio riesgo aquella estabilidad regional.
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nelson.specchia@gmail.com
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