Columna “En foco” - El Mundo - página 2 - Hoy Día Córdoba - martes 25 de octubre de 2011
Ni un duro
por Pedro I. de Quesada
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El desconcierto de la clase política europea es insólito. En las tres últimas reuniones del G-20 se va escuchando que si no cambian de libreto, el abismo está asegurado; que dejen de restringir el gasto y, keynesianamente, amplíen la base de consumo, como en Brasil o Argentina.
Pero la señora Merkel se ha encaprichado, y al tiempo que no deja de repetir que salvar al euro es condición para salvar a Europa, empuja a Europa cada día un pasito más cerca de aquel precipicio anunciado. Esta semana han vuelto a reunirse, de emergencia.
Ya han comenzado a elevar el tono de los reproches: “Estamos hartos de que vengas a decirnos qué hacer, siempre odiaron al euro, nunca quisieron dejar la libra, y ahora te metes en nuestras reuniones a darnos órdenes”, le gritó el francés Sarkozy al inglés Cameron, hasta ayer tan amigos y tan de acuerdo en bombardear a Khaddafi.
Los británicos, que no forman parte de la Eurozona, insisten en participar en las decisiones de los 17 países del euro, porque si se cae la moneda común también ellos se verán afectados. Sarkozy dejó Bruselas y se volvió a París, a ver a su hija recién nacida.
Y Cameron se volvió a Londres, donde ayer enfrentaba a un Parlamento que, en su orden del día, trata un pedido de referéndum para decidir si Gran Bretaña permanece o se retira de la Unión Europa.
La votación no es vinculante, y es difícil que sea aprobada, pero da una idea –como el enfrentamiento verbal con el francés- de la temperatura que han alcanzado los ánimos.
Von Rumpuy ha llamado a una nueva cumbre, otra vez de emergencia. Y Merkel asistirá, pero sin dar el brazo a torcer. Ni un “duro” más en aportes: restrinjan los gastos. Y el borde del precipicio, cada vez más cerca.
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Ni un duro
por Pedro I. de Quesada
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El desconcierto de la clase política europea es insólito. En las tres últimas reuniones del G-20 se va escuchando que si no cambian de libreto, el abismo está asegurado; que dejen de restringir el gasto y, keynesianamente, amplíen la base de consumo, como en Brasil o Argentina.
Pero la señora Merkel se ha encaprichado, y al tiempo que no deja de repetir que salvar al euro es condición para salvar a Europa, empuja a Europa cada día un pasito más cerca de aquel precipicio anunciado. Esta semana han vuelto a reunirse, de emergencia.
Ya han comenzado a elevar el tono de los reproches: “Estamos hartos de que vengas a decirnos qué hacer, siempre odiaron al euro, nunca quisieron dejar la libra, y ahora te metes en nuestras reuniones a darnos órdenes”, le gritó el francés Sarkozy al inglés Cameron, hasta ayer tan amigos y tan de acuerdo en bombardear a Khaddafi.
Los británicos, que no forman parte de la Eurozona, insisten en participar en las decisiones de los 17 países del euro, porque si se cae la moneda común también ellos se verán afectados. Sarkozy dejó Bruselas y se volvió a París, a ver a su hija recién nacida.
Y Cameron se volvió a Londres, donde ayer enfrentaba a un Parlamento que, en su orden del día, trata un pedido de referéndum para decidir si Gran Bretaña permanece o se retira de la Unión Europa.
La votación no es vinculante, y es difícil que sea aprobada, pero da una idea –como el enfrentamiento verbal con el francés- de la temperatura que han alcanzado los ánimos.
Von Rumpuy ha llamado a una nueva cumbre, otra vez de emergencia. Y Merkel asistirá, pero sin dar el brazo a torcer. Ni un “duro” más en aportes: restrinjan los gastos. Y el borde del precipicio, cada vez más cerca.
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