HOY DÍA CÓRDOBA – columna “Periscopio” – viernes 20 de abril de 2012.
Francia a las urnas
Por Nelson Gustavo Specchia
Este domingo, la República Francesa acude a las urnas para renovar la figura presidencial. A pesar de ser los inventores del republicanismo moderno, los franceses nunca han logrado quitar del todo el aura monárquica de su jefe de Estado.
Las sucesivas refundaciones de la República desde 1789 no han hecho sino reafirmar ese carácter concentrador del poder en el Presidente. Y la Quinta República, con la Constitución impulsada por el general Charles de Gaulle en 1958, siguió en esa línea, robusteciendo la figura presidencial al otorgarle el pleno ejercicio del Poder Ejecutivo.
A diferencia de las formas adoptadas por los demás Estados europeos tras la posguerra, sean reinos constitucionales o democracias parlamentarias, en Francia el Presidente representa al Estado y lo gobierna efectivamente.
Nicolás Sarkozy ha sido un mandatario plenamente consciente de esta particularidad de la política francesa, y en sus gestos y actitudes la puso permanentemente en evidencia; sólo le faltó exclamar alguna vez aquel “L’État c’est moi”, que apócrifamente se atribuye a su predecesor Luis XVI, el Rey Sol.
Esta característica, asimismo, denota la importancia de las elecciones que comienzan este domingo, y concluirán en el casi seguro ballotage, que se celebrará en dos semanas más.
Un conjunto extenso de instituciones completan el entramado político galo: primer ministro, parlamento, alcaldías, circunscripciones, provincias, regiones. Éstas, a su vez, también con su propia malla de legislaturas zonales y locales, delegaciones del gobierno central y competencias autonómicas. Un armazón complejo pero que gira, en su conjunto, alrededor de la figura central del Presidente de la República, personificación unitaria de un país unitario.
Y ese eje unificador de la personalidad política francesa está a punto de marcar un quiebre, si una sorpresa de último momento no logra cambiar las tendencias que han tomado forma durante la campaña, y que terminaron por afirmarse esta semana: François Hollande, el candidato de la socialdemocracia francesa, desplazará del centro del poder a Nicolás Sarkozy.
Y ese pase, si se concreta, no sólo implicará un nuevo ciclo para Francia, tras un largo período de predominio de los conservadores de la derecha gaullista, sino que también marcará un pelotazo en el frontón europeo. Porque la continuidad de Sarkozy es una de las condiciones esenciales para que el plan de austeridad diseñado por la canciller alemana, Ángela Merkel, se siga aplicando.
Hollande, por el contrario, ha anunciado que revisará esa política de achique y de ajuste ortodoxo aplicada sin anestesia por “Merkozy”, el disciplinado matrimonio ideológico de la derecha europea.
EL DESPERTAR DE LA “GAUCHE”
Francia es la quinta economía del mundo y la segunda de la Unión Europea, y desde el inicio del proceso de integración continental ha sido la “otra locomotora”; a veces delante, otras veces a la par, y en la última década detrás de la locomotora alemana.
El consenso entre Berlín y París (con la anuencia explícita o tácita de Londres) ha sido la auténtica causal del avance del Viejo Continente desde los Tratados de Roma, de 1957, que dieron origen a la primitiva Comunidad Económica Europea.
Los franceses ocuparon ese lugar prioritario con capacidad y realismo, aunque para ello tuvieran que cambiar de ideas y de adaptarse a las nuevas circunstancias. La derecha fue paulatinamente dejando de lado el orgullo separatista de la “grandeur de la France”, y la izquierda del Partido Socialista –especialmente durante el período comandado por François Mitterrand- fue adecuando su consustancial internacionalismo al proceso gradual de ampliación de la organización continental.
De esta manera, tanto los conservadores como la izquierda se comprometieron con Europa, y mientras todo anduvo bien no hubo demasiadas quejas. Pero llegó la crisis, y todo cambió.
En la debacle, reaparecieron viejas ideas y prácticas en la derecha neogaullista. Empujado por la desocupación, el aumento del déficit y la caída del consumo, Nicolás Sarkozy apeló al baúl de los recuerdos, y comenzó a poblar el discurso político de consignas nacionalistas (y hasta xenófobas), e inclinó la doctrina económica hacia la ortodoxia liberal.
Su objetivo era acabar con las prebendas del Estado de Bienestar, pero, en cambio, consiguió un resultado inesperado: abrió la puerta para que la izquierda, que llevaba años medio sonámbula, minoritaria e irrelevante, regresara con sus banderas de protección social y de defensa de las libertades, ofreciendo una salida alternativa a la crisis económica, que no pasa por la reducción del espacio público sino por su fortalecimiento.
Y las encuestas de preferencia de voto para este domingo muestran que las mayorías darán la espalda al ajuste merkozyano, y una nueva oportunidad a la “gauche” del Partido Socialista Francés, el más viejo de Europa.
Aunque el Elíseo cuenta con un ejército de asesores graduados en la exclusiva Escuela Nacional de Administración, ninguno de esos bien pagados profesionales le advirtió a su jefe que la vía del ajuste le pasaría la cuenta en las elecciones presidenciales. El verdadero autor del renacimiento de la izquierda francesa es Nicolás Sarkozy.
MONSIEUR “NORMAL”
Aunque François Hollande –a quien la campaña oficialista llamaba hasta hace poco “Señor Normal”, suponiendo que con eso lo desacreditaba- también debe agradecer que los astros se hayan alineado en su favor, y que lo hayan dejado a las puertas de la Presidencia con tan poco esfuerzo.
Además del enorme error estratégico de Sarkozy, fue otra metida de pata garrafal la que aupó a Hollande a la primera línea de la competencia: la de Dominique Strauss-Kahn, el libertino.
Después que la socialdemocracia gala tocara fondo en 2002 (cuando su candidato presidencial, Lionel Jospin, no pudo ni siquiera competir en el ballotage, porque la extrema derecha del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen lo desplazó al tercer lugar nacional), el partido venía buscando un candidato casi a las desesperadas.
Y no lo encontraba. La apuesta por Ségoléne Royal –por entonces la mujer de Hollande- salió mal, y los conservadores disfrutaban de un poder incontestado, tanto durante las dos presidencias de Jacques Chirac, como en los inicios del período de Sarkozy.
Entonces, cuando la crisis comenzó a poner todo patas arriba, empezó a ascender la estrella de DSK. Inteligente y abierto, brillante abogado, economista keynesiano, políglota, hombre de mundo, amante de los buenos vinos y de los buenos quesos, Strauss-Kahn aparecía como una figura ideal para reemplazar a la acartonada monarquía republicana de “Sarko”, y salvar al mismo tiempo el Estado de Bienestar y las políticas sociales conquistadas por los trabajadores franceses.
Pero lo perdieron sus excesos. La denuncia por violación en el hotel Sofitel de Nueva York lo tumbó de la jefatura del Fondo Monetario Internacional, de la conducción del Partido Socialista, y de una candidatura presidencial que ya se sentía ganada. Y cuando desapareció la enorme figura de Dominique Strauss-Kahn, quedó a la vista la sonrisa paciente y el discreto encanto de un hombre normal.
Las últimas mediciones les dan a ambos contendientes un porcentaje de votos casi idéntico en la primera vuelta de este domingo, con un 27 por ciento de los votos; pero Hollande saltaría al 56 en el ballotage del 6 de mayo, mientras que el actual Presidente se hundiría, por debajo de la línea del 44 por ciento.
Sarkozy es bajito, “hijo desclasado de un inmigrante judío húngaro” como lo retratan sus críticos, o “un pequeño francés de sangre mezclada”, como se ve a sí mismo. Pero, en todo caso, es un león de la política, que ha peleado mil batallas.
Yo no descartaría un último zarpazo.
En Twitter: @nspecchia