Columna “En foco” - El Mundo - página 2 - Hoy Día Córdoba – martes 17 de abril de 2012
Un elefante que se llamaba “Trompita”
por Pedro I. de Quesada
La Monarquía española pasa por sus momentos de más apuro desde la redacción de la Constitución. En ese texto refundacional acordado tras la muerte de Franco, hubo un artículo no escrito pero respetado por todos: el Rey es intocable.
Los grupos económicos y los medios de comunicación se avinieron también a esa cláusula tácita. Un acuerdo de cúpulas que ha sobrevivido por 40 años, con las únicas excepciones de los partidos de izquierda y de los grupos del republicanismo secesionista en el País Vasco y en Cataluña.
Pero los porcentajes minoritarios y marginales que representan estos colectivos no han incidido mayormente en aquella entente: la Monarquía representa en su unidad a la pluraridad de España, y el Rey es la imagen del Estado.
Pero como tantas cosas cosidas con retazos en esas negociaciones de la transición, donde había que pegar parches rotos de telitas frágiles junto a trozos de cuero crudo y duro, los costurones están cediendo. La Monarquía viene descendiendo por una pendiente sostenida en la aceptación social peninsular. Uno de los termómetros de este descenso lo constituye, precisamente, el hecho de que la prensa haya dejado de ser una cortina negra que tapa la ropa sucia del Palacio de la Zarzuela.
Todo el “caso Urdangarín”, que ventila en los tribunales de Mallorca los tráficos de influencia con que el yerno del monarca se forró los bolsillos, ha sido reproducido al detalle y sin anestesia por los diarios de primera línea (con la sola excepción del periódico “ABC”, de probada editorial conservadora y monarquista).
Y en este annus horribilis para los borbones, uno de los nietos del Rey se dispara en un pie, usando una escopeta de caza ilegal a sus años, y el propio Juan Carlos I se quiebra la cadera en una carísima cacería de elefantes en Botswana, uno de los países más paupérrimos del África negra.
No sólo por las repercusiones negativas desde una perspectiva medioambiental; o que los más de cuarenta mil euros de la cacería hayan sido sufragados por las arcas públicas que financian a la Casa Real, en un momento en que todo es recorte y achique, desde la salud a la educación; sino también que la tournée cinegética se haya hecho en secreto, sin ni siquiera informar al gobierno (sólo fue revelada por el accidente en que el Jefe de Estado se quebró la cadera), ha convertido el tiro al elefante en un disparo a la propia institución monárquica.
Y parece haber dado en el blanco. La prensa mundial y las redes sociales están exaltadas, con una foto que repele: el Rey posando frente a un elefante abatido, la trompa aplastada contra el tronco de un árbol, y todos los políticos españoles preguntándose qué hacer ahora.
Encima, en el histórico anuncio de recuperación de YPF, la presidenta argentina muestra un gráfico con las ganancias de Repsol, y dice que en la utilización de esos dividendos estuvo “la trompa del elefante”. Magistral. Casi un tiro de gracia.
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Un elefante que se llamaba “Trompita”
por Pedro I. de Quesada
La Monarquía española pasa por sus momentos de más apuro desde la redacción de la Constitución. En ese texto refundacional acordado tras la muerte de Franco, hubo un artículo no escrito pero respetado por todos: el Rey es intocable.
Los grupos económicos y los medios de comunicación se avinieron también a esa cláusula tácita. Un acuerdo de cúpulas que ha sobrevivido por 40 años, con las únicas excepciones de los partidos de izquierda y de los grupos del republicanismo secesionista en el País Vasco y en Cataluña.
Pero los porcentajes minoritarios y marginales que representan estos colectivos no han incidido mayormente en aquella entente: la Monarquía representa en su unidad a la pluraridad de España, y el Rey es la imagen del Estado.
Pero como tantas cosas cosidas con retazos en esas negociaciones de la transición, donde había que pegar parches rotos de telitas frágiles junto a trozos de cuero crudo y duro, los costurones están cediendo. La Monarquía viene descendiendo por una pendiente sostenida en la aceptación social peninsular. Uno de los termómetros de este descenso lo constituye, precisamente, el hecho de que la prensa haya dejado de ser una cortina negra que tapa la ropa sucia del Palacio de la Zarzuela.
Todo el “caso Urdangarín”, que ventila en los tribunales de Mallorca los tráficos de influencia con que el yerno del monarca se forró los bolsillos, ha sido reproducido al detalle y sin anestesia por los diarios de primera línea (con la sola excepción del periódico “ABC”, de probada editorial conservadora y monarquista).
Y en este annus horribilis para los borbones, uno de los nietos del Rey se dispara en un pie, usando una escopeta de caza ilegal a sus años, y el propio Juan Carlos I se quiebra la cadera en una carísima cacería de elefantes en Botswana, uno de los países más paupérrimos del África negra.
No sólo por las repercusiones negativas desde una perspectiva medioambiental; o que los más de cuarenta mil euros de la cacería hayan sido sufragados por las arcas públicas que financian a la Casa Real, en un momento en que todo es recorte y achique, desde la salud a la educación; sino también que la tournée cinegética se haya hecho en secreto, sin ni siquiera informar al gobierno (sólo fue revelada por el accidente en que el Jefe de Estado se quebró la cadera), ha convertido el tiro al elefante en un disparo a la propia institución monárquica.
Y parece haber dado en el blanco. La prensa mundial y las redes sociales están exaltadas, con una foto que repele: el Rey posando frente a un elefante abatido, la trompa aplastada contra el tronco de un árbol, y todos los políticos españoles preguntándose qué hacer ahora.
Encima, en el histórico anuncio de recuperación de YPF, la presidenta argentina muestra un gráfico con las ganancias de Repsol, y dice que en la utilización de esos dividendos estuvo “la trompa del elefante”. Magistral. Casi un tiro de gracia.
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