HOY DÍA CÓRDOBA – columna “Periscopio” – viernes 1 de junio de 2012.
Siria, una sangría sin fin
Por Nelson Gustavo Specchia
Como en aquel descenso a los infiernos que el Dante fijó en la Comedia, los Al Assad parecen dispuestos a recorrer un nuevo círculo, cada vez más lóbrego y sanguinario, en su intento de aferrarse al poder. No están aún tan solos como para temer una intervención internacional: El explícito apoyo de los rusos (y el tácito de los chinos) siguen siendo las fichas fuertes, y el remanido discurso del avance del islamismo radical la excusa para asfixiar las protestas.
La intercesión de Rusia, y su veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a todas las sanciones hacia Siria, forzaron el camino intermedio de la misión personal de Kofi Annan. En abril, cuando el ex secretario general de la ONU consiguió que Bachar al Assad estampara su firma en el plan de paz, las organizaciones humanitarias calculaban una cifra de 9.000 muertos por la represión de las fuerzas del régimen.
Esta semana, tras la matanza de Hula y de que las fotos del medio centenar de cadáveres de niños envueltos en sábanas blancas recorrieran el mundo, Barack Obama tuvo una videoconferencia con la alemana Ángela Merkel, el francés François Hollande y el italiano Mario Monti, las tres principales economías europeas. De esa conferencia a cuatro bandas salieron los términos de la condena de las Naciones Unidas.
Tanto fue el escarnio, que ni siquiera Rusia puso obstáculos esta vez, y su embajador ante el organismo multilateral también firmó la condena.
Vino luego una seguidilla de expulsiones de diplomáticos sirios de todos lados.
¿Amedrentó acaso esta reacción al régimen de Damasco? Para nada, a juzgar por la vía que adoptó en su respuesta.
Un vocero del presidente Al Assad desmintió categóricamente la participación del gobierno o de milicias cercanas a él en la orgía de sangre de Hula (los observadores que Kofi Annan tiene desplegados en el territorio certificaron la muerte de 108 personas, 59 de ellas niños de corta edad); y desestimó sin explicaciones el hecho de que sólo el ejército regular tiene tanques, como los que asolaron la ciudad antes de que grupos de sicarios remataran –la huella de los disparos mostraron que fueron a quemarropa- a las mujeres y a los chiquitos.
Y mientras las cancillerías de medio mundo enviaban sus cables de condena, el régimen volvía a redoblar la apuesta enviando los tanques a otra de las ciudades mártires de la zona rebelde, Hama, con docenas de nuevas víctimas como resultado.
Aquellas organizaciones humanitarias que contabilizaron las bajas civiles al momento del primer aterrizaje de Kofi Annan en Damasco, hoy aseguran que la cifra se acerca a los 13.000 muertos.
Los observadores de la ONU sólo parecen servir para contar cadáveres: El alto el fuego propuesto por la diplomacia global no ha conseguido frenar la carnicería, ni siquiera atemperarla.
“IN COLD BLOOD”
Hula –geográficamente cercana al bastión rebelde de Homs- forma parte de un conjunto de aldeas agrícolas de mayoría sunnita, pero rodeadas de poblaciones chiítas y alauíes (la secta minoritaria que detenta el poder en Siria, y a la que pertenece la familia de los Al Assad y la alta oficialidad del ejército).
Sus habitantes cuentan una historia muy diferente a la del vocero gubernamental. El viernes pasado, hacia la una de la tarde, una pequeña multitud se concentró en Taldu, una barriada de Hula, después del rezo islámico preceptivo.
El ejército comenzó a disparar para dispersarlos, pero cuando retrocedían hacia Hula, llegó el bombardeo de los tanques. Tras el intenso fuego de artillería, aparecieron los paramilitares de la milicia progubernamental “Shabiha”, integrada por chiítas de las poblaciones aledañas a Hula, que habrían recorrido casa a casa, ejecutando a puñal o a tiros a quemarropa a todos sus habitantes, sin distinción de adultos o niños.
Sin embargo, el comunicado oficial de Damasco culpa de la masacre a grupos terroristas vinculados con Al Qaeda; pero hasta esa misma línea argumentativa se contradice cuando intenta explicar las causas. Khamal Al Mahmmoud, un importante politólogo de Damasco afín al régimen de los Al Assad, escribió en el diario “Tishreen” (propiedad del gobierno, por cierto): “Las masacres de Hula son parte de la llamada inteligencia de guerra –o guerra psicológica- contra Siria; es una política llevada a cabo por sus enemigos: los Estados Unidos, Qatar, Turquía, Arabia Saudita y Francia, como actos de venganza y para crear caos”.
Hollande, tras la videoconferencia con sus colegas europeos y Obama, salió a acusar a Moscú y a Pekín de bloquear los esfuerzos para imponer medidas severas contra los Al Assad. Rusia tiene en Siria la última base militar que le queda en el extranjero; el viceministro de Exteriores del Kremlin, Andrei Dénisov, le respondió a Hollande que no se pueden tomar decisiones sobre operaciones militares en Siria “sólo guiados por las emociones”. Como en un guión pre establecido, en que cada parte ya sabe cómo va a reaccionar la otra, el vocero del ministerio chino de Exteriores, Liu Weimin, secundó a los rusos, oponiéndose a cualquier sanción, intervención internacional o forzamiento de cambio de régimen.
Todos apuntan a apoyar el programa que llevó Kofi Annan en abril, un plan de paz de seis puntos, que se desarrollarían durante dos meses y que serían fiscalizados por 300 observadores internacionales sobre el terreno.
Pero a estas alturas, si el régimen envía a sus voceros a defender su posición en los mismos términos, sigue mandando los tanques a reprimir las revueltas, y no hay cifra de muertos ni imagen lo suficientemente escabrosa como para que los aliados de Damasco cambien el libreto, está claro que el programa de Annan es inviable. Para un diálogo, por definición, hacen falta dos.
LA HORA DE LAS ARMAS
A pesar de que el rechazo y la condena mundial que han provocado las imágenes de Hula parecen haber activado la iniciativa de las grandes potencias, las vías moderadas de intervención en el conflicto sirio se van quedando sin margen.
El régimen de los Al Assad ha dado suficientes muestras de que se aferrará al poder a cualquier costo, y que no está dispuesto a ninguna negociación que incluya una alternativa a rescindir ese poder. Antes bien, es obvio que ha aprovechado el plan de Annan para ganar tiempo y reordenar la ofensiva contra los rebeldes. En el plano del Consejo de Seguridad, las jugadas –por repetidas- ya pueden preverse.
Y a eso hay que sumarle los escenarios internos: Mitt Romney, desde esta semana ya oficialmente candidato del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos, le achaca a Obama su tibieza y lo hace responsable de que Bachar al Assad siga “ejecutando su matanza militar”.
Romney dice lo que dicen muchos, inclusive dentro del Partido Demócrata: si no se puede intervenir directamente, hay que armar a la oposición siria.
Entre los europeos también va cuajando esa idea, y Arabia Saudita y los restantes países árabes de mayoría sunní lo vienen proponiendo desde hace rato.
El Ejército Libre Sirio, un rejunte bastante poco confiable de opositores, quiere armas y apoyo externo. Tras la carnicería de Hula hizo saber que se apartaba del plan de paz de Kofi Annan, del cual “el régimen se está aprovechando para masacrar civiles desarmados”.
La guerra civil parece haber llegado a las llanuras de Siria. El peor de los escenarios posibles en una sociedad fracturada por líneas étnicas y religiosas, inserta en una región quebradiza; donde un triunfo de los sunnitas será visto como una victoria de la monarquía de los Saúd, y si los chiítas logran resistir el que saldrá fortalecido será el Irán de los ayatollahs. Los muertos, en cualquier caso, serán sirios.
Pero si todos quieren pelear, va a ser difícil detener esta hora de las armas.
Twitter: @nspecchia
Siria, una sangría sin fin
Por Nelson Gustavo Specchia
Como en aquel descenso a los infiernos que el Dante fijó en la Comedia, los Al Assad parecen dispuestos a recorrer un nuevo círculo, cada vez más lóbrego y sanguinario, en su intento de aferrarse al poder. No están aún tan solos como para temer una intervención internacional: El explícito apoyo de los rusos (y el tácito de los chinos) siguen siendo las fichas fuertes, y el remanido discurso del avance del islamismo radical la excusa para asfixiar las protestas.
La intercesión de Rusia, y su veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a todas las sanciones hacia Siria, forzaron el camino intermedio de la misión personal de Kofi Annan. En abril, cuando el ex secretario general de la ONU consiguió que Bachar al Assad estampara su firma en el plan de paz, las organizaciones humanitarias calculaban una cifra de 9.000 muertos por la represión de las fuerzas del régimen.
Esta semana, tras la matanza de Hula y de que las fotos del medio centenar de cadáveres de niños envueltos en sábanas blancas recorrieran el mundo, Barack Obama tuvo una videoconferencia con la alemana Ángela Merkel, el francés François Hollande y el italiano Mario Monti, las tres principales economías europeas. De esa conferencia a cuatro bandas salieron los términos de la condena de las Naciones Unidas.
Tanto fue el escarnio, que ni siquiera Rusia puso obstáculos esta vez, y su embajador ante el organismo multilateral también firmó la condena.
Vino luego una seguidilla de expulsiones de diplomáticos sirios de todos lados.
¿Amedrentó acaso esta reacción al régimen de Damasco? Para nada, a juzgar por la vía que adoptó en su respuesta.
Un vocero del presidente Al Assad desmintió categóricamente la participación del gobierno o de milicias cercanas a él en la orgía de sangre de Hula (los observadores que Kofi Annan tiene desplegados en el territorio certificaron la muerte de 108 personas, 59 de ellas niños de corta edad); y desestimó sin explicaciones el hecho de que sólo el ejército regular tiene tanques, como los que asolaron la ciudad antes de que grupos de sicarios remataran –la huella de los disparos mostraron que fueron a quemarropa- a las mujeres y a los chiquitos.
Y mientras las cancillerías de medio mundo enviaban sus cables de condena, el régimen volvía a redoblar la apuesta enviando los tanques a otra de las ciudades mártires de la zona rebelde, Hama, con docenas de nuevas víctimas como resultado.
Aquellas organizaciones humanitarias que contabilizaron las bajas civiles al momento del primer aterrizaje de Kofi Annan en Damasco, hoy aseguran que la cifra se acerca a los 13.000 muertos.
Los observadores de la ONU sólo parecen servir para contar cadáveres: El alto el fuego propuesto por la diplomacia global no ha conseguido frenar la carnicería, ni siquiera atemperarla.
“IN COLD BLOOD”
Hula –geográficamente cercana al bastión rebelde de Homs- forma parte de un conjunto de aldeas agrícolas de mayoría sunnita, pero rodeadas de poblaciones chiítas y alauíes (la secta minoritaria que detenta el poder en Siria, y a la que pertenece la familia de los Al Assad y la alta oficialidad del ejército).
Sus habitantes cuentan una historia muy diferente a la del vocero gubernamental. El viernes pasado, hacia la una de la tarde, una pequeña multitud se concentró en Taldu, una barriada de Hula, después del rezo islámico preceptivo.
El ejército comenzó a disparar para dispersarlos, pero cuando retrocedían hacia Hula, llegó el bombardeo de los tanques. Tras el intenso fuego de artillería, aparecieron los paramilitares de la milicia progubernamental “Shabiha”, integrada por chiítas de las poblaciones aledañas a Hula, que habrían recorrido casa a casa, ejecutando a puñal o a tiros a quemarropa a todos sus habitantes, sin distinción de adultos o niños.
Sin embargo, el comunicado oficial de Damasco culpa de la masacre a grupos terroristas vinculados con Al Qaeda; pero hasta esa misma línea argumentativa se contradice cuando intenta explicar las causas. Khamal Al Mahmmoud, un importante politólogo de Damasco afín al régimen de los Al Assad, escribió en el diario “Tishreen” (propiedad del gobierno, por cierto): “Las masacres de Hula son parte de la llamada inteligencia de guerra –o guerra psicológica- contra Siria; es una política llevada a cabo por sus enemigos: los Estados Unidos, Qatar, Turquía, Arabia Saudita y Francia, como actos de venganza y para crear caos”.
Hollande, tras la videoconferencia con sus colegas europeos y Obama, salió a acusar a Moscú y a Pekín de bloquear los esfuerzos para imponer medidas severas contra los Al Assad. Rusia tiene en Siria la última base militar que le queda en el extranjero; el viceministro de Exteriores del Kremlin, Andrei Dénisov, le respondió a Hollande que no se pueden tomar decisiones sobre operaciones militares en Siria “sólo guiados por las emociones”. Como en un guión pre establecido, en que cada parte ya sabe cómo va a reaccionar la otra, el vocero del ministerio chino de Exteriores, Liu Weimin, secundó a los rusos, oponiéndose a cualquier sanción, intervención internacional o forzamiento de cambio de régimen.
Todos apuntan a apoyar el programa que llevó Kofi Annan en abril, un plan de paz de seis puntos, que se desarrollarían durante dos meses y que serían fiscalizados por 300 observadores internacionales sobre el terreno.
Pero a estas alturas, si el régimen envía a sus voceros a defender su posición en los mismos términos, sigue mandando los tanques a reprimir las revueltas, y no hay cifra de muertos ni imagen lo suficientemente escabrosa como para que los aliados de Damasco cambien el libreto, está claro que el programa de Annan es inviable. Para un diálogo, por definición, hacen falta dos.
LA HORA DE LAS ARMAS
A pesar de que el rechazo y la condena mundial que han provocado las imágenes de Hula parecen haber activado la iniciativa de las grandes potencias, las vías moderadas de intervención en el conflicto sirio se van quedando sin margen.
El régimen de los Al Assad ha dado suficientes muestras de que se aferrará al poder a cualquier costo, y que no está dispuesto a ninguna negociación que incluya una alternativa a rescindir ese poder. Antes bien, es obvio que ha aprovechado el plan de Annan para ganar tiempo y reordenar la ofensiva contra los rebeldes. En el plano del Consejo de Seguridad, las jugadas –por repetidas- ya pueden preverse.
Y a eso hay que sumarle los escenarios internos: Mitt Romney, desde esta semana ya oficialmente candidato del Partido Republicano a la presidencia de los Estados Unidos, le achaca a Obama su tibieza y lo hace responsable de que Bachar al Assad siga “ejecutando su matanza militar”.
Romney dice lo que dicen muchos, inclusive dentro del Partido Demócrata: si no se puede intervenir directamente, hay que armar a la oposición siria.
Entre los europeos también va cuajando esa idea, y Arabia Saudita y los restantes países árabes de mayoría sunní lo vienen proponiendo desde hace rato.
El Ejército Libre Sirio, un rejunte bastante poco confiable de opositores, quiere armas y apoyo externo. Tras la carnicería de Hula hizo saber que se apartaba del plan de paz de Kofi Annan, del cual “el régimen se está aprovechando para masacrar civiles desarmados”.
La guerra civil parece haber llegado a las llanuras de Siria. El peor de los escenarios posibles en una sociedad fracturada por líneas étnicas y religiosas, inserta en una región quebradiza; donde un triunfo de los sunnitas será visto como una victoria de la monarquía de los Saúd, y si los chiítas logran resistir el que saldrá fortalecido será el Irán de los ayatollahs. Los muertos, en cualquier caso, serán sirios.
Pero si todos quieren pelear, va a ser difícil detener esta hora de las armas.
Twitter: @nspecchia