Columna “En foco” - El Mundo - página 2 - Hoy Día Córdoba – martes 5 de junio de 2012
El “rais” entre rejas
por Pedro I. de Quesada
Egipto dio esta semana una muestra de oportuno manejo de los tiempos políticos, en la confusión que transita la “primavera árabe”. Unas medias tintas que también significaron un empujón para los ímpetus libertarios y democratizantes de las concentraciones de la Plaza de Tahrir.
Hay que reconocer que la condena perpetua impuesta al ex presidente Hosni Mubarak, el otrora todopoderoso “rais”, es una novedad en el tratamiento a ex jefes de Estado en todo el mundo árabe.
La sentencia, escuchada por un demacrado Mubarak con lentes oscuros y tras los barrotes de la cárcel, se distancia del destino de sus colegas autócratas caídos en desgracia: Zine el Abidine ben Ali logró llenar un avión con barras de oro y despegar de Túnez antes de que llegaran los cuchillos, pero será difícil que salga alguna vez del exilio dorado que le ofreció la monarquía de los jeques sauditas. En Yemen, Ali Abdallah Saleh logró negociar su salida del poder después de aferrarse hasta último momento, con algunos rasguños pero con vida; a Muhammar el Khaddafi le cortaron la retirada y pagó con su vida y la de varios de su familia el fin del régimen.
En comparación, Mubarak fue sometido a un juicio con garantías procesales, se preservó su salud y la seguridad de su familia, y pudo defenderse con asesores legales.
En ese contexto, la condena a prisión perpetua por la muerte de más de 800 personas durante el alzamiento civil, termina siendo una severa llamada de atención para los Estados árabes, ya que, de diversas maneras, casi todos ellos se encuentran en algún punto de transición desde las antiguas seguridades de gobierno dictatorial.
La otra cara de la moneda, sin embargo, es la que muestra la debilidad interna de estos procesos de democratización.
Con 84 años y enfermo, bien puede ser que Mubarak termine muriendo en la cárcel, pero el tratamiento discrecional del tribunal hacia sus colaboradores y hombres de confianza en los cuerpos policiales, los autores materiales de la represión a tiros contra los manifestantes desarmados –a quienes absolvió-, así como la negativa de los jueces a pronunciarse respecto de las múltiples acusaciones de corrupción contra el viejo “rais” y su entorno familiar, son indicadores de la fortaleza que aún tiene el antiguo régimen, y el tratamiento privilegiado que los agentes de la ley y los poderosos del sistema le otorgan.
De ahí las marchas de protesta y de indignación contra el fallo condenatorio al ex presidente: la moneda que muestra el castigo ejemplar, al darla vuelta también muestra lo endeble de la transición y la permanencia de los poderosos de siempre.
Y esa cara y cruz volverá a estar presente en las elecciones, en quince días, en la segunda vuelta de las presidenciales. Mohammed Morsi, el candidato del islamismo egipcio, se enfrentará a Ahmmed Shafik, militar, y el último primer ministro de... Hosni Mubarak.
Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud.
Twitter: @nspecchia
El “rais” entre rejas
por Pedro I. de Quesada
Egipto dio esta semana una muestra de oportuno manejo de los tiempos políticos, en la confusión que transita la “primavera árabe”. Unas medias tintas que también significaron un empujón para los ímpetus libertarios y democratizantes de las concentraciones de la Plaza de Tahrir.
Hay que reconocer que la condena perpetua impuesta al ex presidente Hosni Mubarak, el otrora todopoderoso “rais”, es una novedad en el tratamiento a ex jefes de Estado en todo el mundo árabe.
La sentencia, escuchada por un demacrado Mubarak con lentes oscuros y tras los barrotes de la cárcel, se distancia del destino de sus colegas autócratas caídos en desgracia: Zine el Abidine ben Ali logró llenar un avión con barras de oro y despegar de Túnez antes de que llegaran los cuchillos, pero será difícil que salga alguna vez del exilio dorado que le ofreció la monarquía de los jeques sauditas. En Yemen, Ali Abdallah Saleh logró negociar su salida del poder después de aferrarse hasta último momento, con algunos rasguños pero con vida; a Muhammar el Khaddafi le cortaron la retirada y pagó con su vida y la de varios de su familia el fin del régimen.
En comparación, Mubarak fue sometido a un juicio con garantías procesales, se preservó su salud y la seguridad de su familia, y pudo defenderse con asesores legales.
En ese contexto, la condena a prisión perpetua por la muerte de más de 800 personas durante el alzamiento civil, termina siendo una severa llamada de atención para los Estados árabes, ya que, de diversas maneras, casi todos ellos se encuentran en algún punto de transición desde las antiguas seguridades de gobierno dictatorial.
La otra cara de la moneda, sin embargo, es la que muestra la debilidad interna de estos procesos de democratización.
Con 84 años y enfermo, bien puede ser que Mubarak termine muriendo en la cárcel, pero el tratamiento discrecional del tribunal hacia sus colaboradores y hombres de confianza en los cuerpos policiales, los autores materiales de la represión a tiros contra los manifestantes desarmados –a quienes absolvió-, así como la negativa de los jueces a pronunciarse respecto de las múltiples acusaciones de corrupción contra el viejo “rais” y su entorno familiar, son indicadores de la fortaleza que aún tiene el antiguo régimen, y el tratamiento privilegiado que los agentes de la ley y los poderosos del sistema le otorgan.
De ahí las marchas de protesta y de indignación contra el fallo condenatorio al ex presidente: la moneda que muestra el castigo ejemplar, al darla vuelta también muestra lo endeble de la transición y la permanencia de los poderosos de siempre.
Y esa cara y cruz volverá a estar presente en las elecciones, en quince días, en la segunda vuelta de las presidenciales. Mohammed Morsi, el candidato del islamismo egipcio, se enfrentará a Ahmmed Shafik, militar, y el último primer ministro de... Hosni Mubarak.
Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud.
Twitter: @nspecchia