La incógnita mexicana
por Nelson Gustavo Specchia
México tendrá nuevas elecciones presidenciales el próximo 1º de julio, y el movimiento de los "enojados" ha venido sorpresivamente a instalar un gran signo de interrogación sobre las maneras en que el sistema político saldrá de esta encrucijada.
El escenario, hasta hace apenas un mes, era el siguiente: los analistas coincidían en que los doce años de los dos gobiernos de la centroderecha católica del Partido de Acción Nacional (PAN) fueron una excepción. Sólo se habría tratado de una reacción de hastío frente a la corrupción que había penetrado todas las estructuras del viejo Partido de la Revolución Institucional (PRI), el heredero de aquellos movimientos socialistas, liberales, anarquistas, populistas y agrarios que, con hombres como Francisco Madero, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza y Pancho Villa, terminaron con el país feudalizado por los Estados Unidos e impusieron el nuevo Estado en las primeras décadas del siglo XX.
Pero 70 años ininterrumpidos ocupando el palacio del Zócalo terminaron transformando al PRI en una cueva de ladrones, y la reacción de descontento terminó por aupar al PAN al poder, con la carismática figura de un "charro" de botas texanas en el año 2000: Vicente Fox.
EL CORAZÓN A LA IZQUIERDA
El tercer elemento de este diagnóstico de los especialistas en la política mexicana, lo constituía la oportunidad de oro perdida por la izquierda. Cuando el PRI cayó haciéndose añicos, los sectores progresistas se rearmaban a alta velocidad. Cuauhtémoc Cárdenas (hijo de Lázaro Cárdenas, presidente de México entre 1934 y 1940, cuando el PRI estaba en sus tiempos de esplendor) había hecho crecer fuertemente al Partido de la Revolución Democrática (PRD), y se presentaba como una auténtica opción alternativa desde la izquierda a la crisis del partido hegemónico, al convertirse, en 1997, en el primer Jefe de Gobierno del Distrito Federal -la Ciudad de México- electo por votación democrática.
Con elementos provenientes del Partido Comunista, de los diversos brazos del socialismo democrático, y de priístas desencantados, Cárdenas intentaba regresar a las esencias fundacionales del Partido de la Revolución Institucional, aunque reemplazando aquel agrarismo primigenio por políticas desarrollistas en lo industrial y en la explotación de hidrocarburos.
Pero al ingeniero Cuauhtémoc Cárde-nas no le alcanzó con el alto predicamento que había conseguido en la capital para ganar también el México profundo, donde, ante la desbandada del PRI, el "charro" Fox aparecía como una opción más confiable, enraizada en el populismo tradicional, mientras Cárdenas era visto como un candidato más intelectual y urbano.
La izquierda, en todo caso, siguió organizándose durante el sexenio de Vicente Fox, y llegó con unas condiciones inmejorables a las elecciones de 2006. Y a punto estuvo de quedarse con el poder. En el gigante mexicano (un extenso país federal de más de dos millones de kilómetros cuadrados), y con 112 millones de habitantes que hablan en 68 idiomas oficiales, el Partido de la Revolución Democrática -que había reemplazado la tradicional candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas por la de Andrés Manuel López Obrador- quedó apenas a 1.200 votos del candidato del PAN, Felipe Calderón.
La izquierda perdió su oportunidad de oro, y en el análisis de escenarios para las próximas elecciones había quedado prácticamente fuera del cuadro.
EL HIJO PRÓDIGO
Durante doce años el PRI veló las armas, fue depurando viejos dirigentes y vicios varios; encontró un joven gobernador carismático y exitoso, y se preparó para volver al poder. Enrique Peña Nieto se puso al frente, y su candidatura fue torciendo todas las encuestas hacia arriba. El oficialismo del PAN lo ha intentado todo, hasta apeló a las grandes figuras del conservadurismo internacional: Mario Vargas Llosa salió a defender, desde las columnas que firma en algunos de los más prestigiosos diarios del mundo, la candidatura de continuidad de Josefina Vázquez Mota.
Pero ni siquiera esta estrategia logró frenar el éxodo de apoyos del partido de la derecha. Además de un derrotero presidencial sin ningún tipo de brillo y plagado de desaciertos, los seis años de Felipe Calderón en el Zócalo han terminado por fracturar al país en dos territorios: el controlado por la autoridad constitucional y el gobernado por el narco.
La "guerra al narcotráfico" declarada por Calderón a poco de asumir, fue una decisión efectista y mal calculada. No se midieron los riesgos y la capacidad real del enemigo. La tan mentada guerra, que sería la llave que legitimaría a su gobierno después de haberle ganado a Andrés Manuel López Obrador por tan escueto margen, ha estado a punto de perderse en más de una ocasión, y las organizaciones de derechos humanos cifran en unos 50.000 muertos y desaparecidos el costo humano de esa temeraria iniciativa.
Ante el fracaso de la gestión y las fracturas internas, hasta el ex presidente Vicente Fox llegó a declarar su apoyo al retorno del viejo PRI, de la mano de Enrique Peña Nieto, a poner orden y volver sobre los tradicionales y pacíficos carriles en que se desenvolvió el sistema político durante la mayor parte del siglo veinte.
LOS DÍSCOLOS
Pero la clase política mexicana, tan ocupada en mirarse el ombligo, perdió la perspectiva del contexto. Y hace un mes, el previsible escenario en el que coincidían todos los analistas saltó por los aires.
Los responsables de patear el tablero mexicano no se diferencian demasiado de los jóvenes que le propinaron un buen puntapié a las consolidadas autocracias árabes en el norte de África y en el arco de Medio Oriente; y tampoco son muy disímiles de los "indignados" españoles, franceses, italianos y británicos que vienen empujando sentadas y protestas contra un sistema que, a pesar de conservar todas las formas legales para ser una democracia legítima, perciben como viciado, oscuro y cada día más insustancial. Los jóvenes mexicanos se parecen inclusive a sus cercanos colegas estadounidenses ("pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos", como dicen con ironía en el DF) del Occupy Wall Street, que han llevado la movida juvenil de los "indignados" a las puertas de los bancos de Manhattan, donde se acumula buena parte de la riqueza del mundo.
Enrique Peña Nieto tenía todos los vientos a su favor. Pero desde que los jóvenes comenzaron a organizarse, apelando (también en esto emularon a los colectivos juveniles en Túnez o en Egipto o en Nueva York) a las redes sociales de Twitter y de Facebook, el candidato del PRI no deja de caer en las encuestas, y el seguro retorno del partido hegemónico ya no es tan seguro.
No es una fuerza menor: en el padrón mexicano hay 24 millones de jóvenes menores de 30 años, de los cuales 14 millones votarán por primera vez en las presidenciales del 1º de julio, y han decidido oponerse a que México retorne a los consabidos caminos de una forma de hacer política que ya no tiene más lugar.
Espontáneamente, han abierto el mayor interrogante de la política mexicana, ¿sería probable que este fenómeno cruzara las fronteras aztecas y llegase a otras realidades institucionales de América latina?
Twitter: @nspecchia