La Esfinge desorientada
por Pedro I. de Quesada
Inmóvil y pétrea, la gran Esfinge de Egipto sigue mirando hacia la inmensidad del desierto, como hace milenios, encerrando todos los enigmas. En estos días, baraja también la pregunta sobre quién terminará ganando el ajedrez a tres bandas que se libra en esas arenas: los militares, los sectores laicos, o el islamismo político.
Después del derrocamiento del "rais" Hosni Mubarak, los Hermanos Musulmanes bajaron la radicalidad de su discurso político, quizá también hubo un "acercamiento táctico" entre los islamistas y el estamento militar, y lograron hacerse con la mayoría de votos.
Así, se instaló el nuevo presidente, Mohammed Mursi, pero en una gestión altamente controlada por el sector castrense. Un control que se evidenció en la disolución del Parlamento y en la presencia del hombre fuerte de Egipto, el mariscal Hussein Tantawi, permanentemente a la vera del nuevo presidente.
La Esfinge, entonces, parecía contestar que la "primavera árabe" había dado de sí lo que podía, y que eso no era mucho: habría que esperar mejores tiempos.
Pero entonces explotó la cuestión del Sinaí. La península había quedado a la deriva desde la caída de Mubarak, y en estos meses se fue llenando de grupos salafistas. Esas extensiones de arena infinita, además, llevan al borde fronterizo con Israel, y con la Franja de Gaza, donde los Hermanos Musulmanes tienen a sus primos políticos de Hamas resistiendo el bloqueo israelí a través de los túneles, por donde cruzan, en subterráneas avenidas clandestinas, hombres, alimentos, agua, dinero y -asegura el Mossad- también armas.
El descuido del Sinaí costó caro: 16 soldados egipcios fueron muertos en un ataque de extremistas musulmanes a un cuartel del Ejército; a pesar de que el mismo Mossad había advertido a sus colegas de El Cairo del peligro.
Pero si el ataque sorprendió a todos, a la reacción del (supuestamente débil) presidente Mursi no se la esperaba nadie. Mohammed Mursi, con acuerdo de la cúpula de los Hermanos Musulmanes, destituyó de inmediato al jefe de los espías egipcios y al gobernador del Norte del Sinaí, y frente a las primeras muestras de descontento en la soldadesca, no dudó en firmar la destitución fulminante del jefe del estado mayor conjunto, general Sami Annan, y del mismísimo mariscal Tantawi, que la recibió con cara de esfinge, desorientado.
Atrás de Hussein Tantawi vendrá, por supuesto, una purga en todo el estamento castrense, especialmente en los altos mandos, que han detentado de una manera cuasi patrimonialista el poder político en Egipto desde que el general Gamal Abdel Nasser destituyera al rey Faruk, en los años cincuenta. Finalmente, Mursi anuló la "declaración constitucional" por la que el Ejército se arrogaba la autoridad sobre el Poder Legislativo.
La pregunta de hoy a la Esfinge es quién gana con este pase: ¿un futuro Estado laico y moderno, o la vía expedita hacia un país islamizado?
Twitter: @nspecchia
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