Columna “En foco” - El Mundo - página 2 - Hoy Día Córdoba – martes 25 de septiembre 2012
¡Visca Catalunya i Sant Jordi!
por Pedro I. de Quesada
Y los catalanes lo volvieron a hacer. Ya lo presagiaban esas simbólicas declaraciones de desobediencia al Estado español de algunas municipalidades nacionalistas.
Ruidosas declaraciones que anticipaban el humor que iba a explotar en la Diada –el día nacional- del 11 de septiembre.
De las fuerzas políticas del gobierno autónomo, sólo los independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) mantenían como consigna principal el reclamo secesionista del resto de la península, y detrás de ella juntaron históricamente, desde la recuperación democrática, unos miles de personas en las marchas de la Diada. Las formaciones políticas mayoritarias, tanto la centroderecha de Convergencia i Unió (CiU), como los socialdemócratas del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC, aliado a nivel nacional con el PSOE) se habían mantenido al margen.
Pero este año todo cambió, y ese cambio todavía no está claro hacia dónde lleva. Los dos partidos que forman la federación de CiU se sumaron a la marcha de la Diada, y aquellos pocos manifestantes históricos se transformaron en multitud: cerca de dos millones de personas llenaron los paseos barceloneses de “senyeras”, la bandera con las cuatro barras rojas heredada de la corona de Aragón; y muchas, muchas de ellas con el agregado del triángulo azul y la estrella blanca: la que quiere distinguirse, además de como nación aparte, también como República, fuera de la obediencia a la monarquía borbónica y al centralismo madrileño.
La apuesta del presidente autonómico, Artur Mas (CiU), era asistir a la marcha de la Diada para presionar a Mariano Rajoy en la puja por el pacto fiscal: los industriosos catalanes son quienes más aportan a los presupuestos del Estado, y se sienten discriminados en la repartija de los fondos.
Mas quiere un nuevo Pacto Fiscal, imposible de aceptar por ningún gobierno central (porque dejaría sin razón de ser a la propia distribución federal de fondos), y la crisis económica aporta el resto del entusiasmo.
Cataluña ha experimentado, en dos oportunidades, jugar por libre: Francesc Maciá proclamó la República Catalana en 1931, y Lluís Companys volvió a hacerlo tres años más tarde. Pero eran tiempos convulsos.
En la actual Europa de la integración y las responsabilidades fiscales compartidas, la posibilidad de que las instituciones de Bruselas, y los países centrales de la Unión Europa, vayan a admitir el ingreso de una Cataluña independiente, es quimérica.
España, ciertamente, se empobrecería con la salida catalana, pero Cataluña también. Y las mentes más lúcidas –tanto de Madrid como de Barcelona- lo saben.
Por eso la convocatoria al plebiscito secesionista de Artur Mas no deja de ser un recurso populista para hacerse con algunos euros adicionales, al grito de guerra de “¡Viva Cataluña y san Jorge!”, como en el medioevo, y en catalán.
Twitter: @nspecchia
.
¡Visca Catalunya i Sant Jordi!
por Pedro I. de Quesada
Y los catalanes lo volvieron a hacer. Ya lo presagiaban esas simbólicas declaraciones de desobediencia al Estado español de algunas municipalidades nacionalistas.
Ruidosas declaraciones que anticipaban el humor que iba a explotar en la Diada –el día nacional- del 11 de septiembre.
De las fuerzas políticas del gobierno autónomo, sólo los independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) mantenían como consigna principal el reclamo secesionista del resto de la península, y detrás de ella juntaron históricamente, desde la recuperación democrática, unos miles de personas en las marchas de la Diada. Las formaciones políticas mayoritarias, tanto la centroderecha de Convergencia i Unió (CiU), como los socialdemócratas del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC, aliado a nivel nacional con el PSOE) se habían mantenido al margen.
Pero este año todo cambió, y ese cambio todavía no está claro hacia dónde lleva. Los dos partidos que forman la federación de CiU se sumaron a la marcha de la Diada, y aquellos pocos manifestantes históricos se transformaron en multitud: cerca de dos millones de personas llenaron los paseos barceloneses de “senyeras”, la bandera con las cuatro barras rojas heredada de la corona de Aragón; y muchas, muchas de ellas con el agregado del triángulo azul y la estrella blanca: la que quiere distinguirse, además de como nación aparte, también como República, fuera de la obediencia a la monarquía borbónica y al centralismo madrileño.
La apuesta del presidente autonómico, Artur Mas (CiU), era asistir a la marcha de la Diada para presionar a Mariano Rajoy en la puja por el pacto fiscal: los industriosos catalanes son quienes más aportan a los presupuestos del Estado, y se sienten discriminados en la repartija de los fondos.
Mas quiere un nuevo Pacto Fiscal, imposible de aceptar por ningún gobierno central (porque dejaría sin razón de ser a la propia distribución federal de fondos), y la crisis económica aporta el resto del entusiasmo.
Cataluña ha experimentado, en dos oportunidades, jugar por libre: Francesc Maciá proclamó la República Catalana en 1931, y Lluís Companys volvió a hacerlo tres años más tarde. Pero eran tiempos convulsos.
En la actual Europa de la integración y las responsabilidades fiscales compartidas, la posibilidad de que las instituciones de Bruselas, y los países centrales de la Unión Europa, vayan a admitir el ingreso de una Cataluña independiente, es quimérica.
España, ciertamente, se empobrecería con la salida catalana, pero Cataluña también. Y las mentes más lúcidas –tanto de Madrid como de Barcelona- lo saben.
Por eso la convocatoria al plebiscito secesionista de Artur Mas no deja de ser un recurso populista para hacerse con algunos euros adicionales, al grito de guerra de “¡Viva Cataluña y san Jorge!”, como en el medioevo, y en catalán.
Twitter: @nspecchia
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