Sexo, cachaça, drogas y pobreza
por Pedro I. de Quesada
San Pablo, la megalópolis industrial y financiera de Brasil, está alterada desde principios de mes. Tras el acelerado crecimiento fabril e inmobiliario de los últimos años, con el surgimiento casi a diario de rascacielos de oficinas y de filiales de bancos, hoy no sale de las noticias de las luctuosas páginas policiales. No hay día, desde fines del mes pasado, en que la crónica no dé cuenta de la ola de violencia que enluta San Pablo, la ciudad en la que se concentra la riqueza brasileña.
Esa ola ha matado ya a unas 300 personas. Las balas pistoleras han acabado también con unos 90 policías este año, tanto en servicio como jubilados.
Las políticas de integración de Lula da Silva y de Dilma Rousseff han conseguido sacar de la pobreza a millones: el informe del Banco Mundial -una fuente insospechable de estar condicionada por ideología populista- que se difundió la semana pasada, reconoce esta nueva distribución social latinoamericana, una tendencia encabezada por Argentina, donde la clase media se ha duplicado en la última década.
La política de expansión de los sectores medios, sin embargo, ha generado en el gigante brasileño unas fricciones fuertes con los grupos marginales que han medrado, durante años, con la pauperización de las favelas. El gobierno formal, tanto del Estado nacional como de las administraciones municipales, poco ha podido hacer con ese poder de facto que ejerce -a través de un complejo tejido de alianzas, favores, armas, cocaína, alcohol y prostitución- el narco de las favelas.
Por otro lado, la política de control y represión intentada desde Brasilia (con utilización del Ejército, en algunos casos, y el encarcelamiento de los cabecillas detenidos) se vuelve ahora contra la seguridad urbana.
Las atiborradas cárceles brasileñas alumbraron una nueva organización parapolítica: el Primer Comando de la Capital (PCC), una especie de asociación de bandas surgida en los penales hacia 1997 que, a través de los teléfonos celulares y de internet, ha logrado traspasar los muros de los institutos penitenciarios y seguir controlando el tráfico ilícito de las "rúas" de las grandes ciudades.
Los asesinatos de San Pablo podrían ser la respuesta organizada del PCC ante los operativos policiales, a los que también se han sumado los grupos paramilitares conocidos como de "exterminio" o "milicias".
El PCC tira a matar, indiscriminadamente, caiga quien caiga: peatones, bancarios, transeúntes, turistas, colectivos urbanos, policías, amas de casa.
Del terror que están generando, pescarán en río revuelto. En la vecina Santa Catarina, mientras tanto, miran con estupor cómo llega a sus costas la ola de violencia paulista.
Ya son dos papas calientes en el sillón de Dilminha.
Twitter: @nspecchia
por Pedro I. de Quesada
San Pablo, la megalópolis industrial y financiera de Brasil, está alterada desde principios de mes. Tras el acelerado crecimiento fabril e inmobiliario de los últimos años, con el surgimiento casi a diario de rascacielos de oficinas y de filiales de bancos, hoy no sale de las noticias de las luctuosas páginas policiales. No hay día, desde fines del mes pasado, en que la crónica no dé cuenta de la ola de violencia que enluta San Pablo, la ciudad en la que se concentra la riqueza brasileña.
Esa ola ha matado ya a unas 300 personas. Las balas pistoleras han acabado también con unos 90 policías este año, tanto en servicio como jubilados.
Las políticas de integración de Lula da Silva y de Dilma Rousseff han conseguido sacar de la pobreza a millones: el informe del Banco Mundial -una fuente insospechable de estar condicionada por ideología populista- que se difundió la semana pasada, reconoce esta nueva distribución social latinoamericana, una tendencia encabezada por Argentina, donde la clase media se ha duplicado en la última década.
La política de expansión de los sectores medios, sin embargo, ha generado en el gigante brasileño unas fricciones fuertes con los grupos marginales que han medrado, durante años, con la pauperización de las favelas. El gobierno formal, tanto del Estado nacional como de las administraciones municipales, poco ha podido hacer con ese poder de facto que ejerce -a través de un complejo tejido de alianzas, favores, armas, cocaína, alcohol y prostitución- el narco de las favelas.
Por otro lado, la política de control y represión intentada desde Brasilia (con utilización del Ejército, en algunos casos, y el encarcelamiento de los cabecillas detenidos) se vuelve ahora contra la seguridad urbana.
Las atiborradas cárceles brasileñas alumbraron una nueva organización parapolítica: el Primer Comando de la Capital (PCC), una especie de asociación de bandas surgida en los penales hacia 1997 que, a través de los teléfonos celulares y de internet, ha logrado traspasar los muros de los institutos penitenciarios y seguir controlando el tráfico ilícito de las "rúas" de las grandes ciudades.
Los asesinatos de San Pablo podrían ser la respuesta organizada del PCC ante los operativos policiales, a los que también se han sumado los grupos paramilitares conocidos como de "exterminio" o "milicias".
El PCC tira a matar, indiscriminadamente, caiga quien caiga: peatones, bancarios, transeúntes, turistas, colectivos urbanos, policías, amas de casa.
Del terror que están generando, pescarán en río revuelto. En la vecina Santa Catarina, mientras tanto, miran con estupor cómo llega a sus costas la ola de violencia paulista.
Ya son dos papas calientes en el sillón de Dilminha.
Twitter: @nspecchia