sábado, 16 de marzo de 2013

Un estrecho círculo de sombras (15 03 13)


La Voz del Interior – Suplemento Papal – Política Internacional – 15 de  marzo, 2013  


NUEVO PONTIFICADO

Un estrecho círculo de sombras

por Nelson Gustavo Specchia
Politólogo. Profesor de Política Internacional (UCC y UTN Córdoba)






Con apenas unas ligeras variaciones, el cónclave que acaba de terminar con la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, que reinará con el nombre de Francisco, se ha mantenido a lo largo de los siglos y hasta de los milenios. La modalidad de designación política y canónica de un nuevo Obispo de Roma (que, por ese carácter, asume también la dignidad de ser “primus inter pares” y cabeza de la Iglesia) logró tan extensa vida útil porque las condiciones objetivas del mundo se lo permitían.

El séptimo círculo

El máximo secreto y la decisión limitada a un puñado muy selecto de hombres ancianos tenía, hasta ahora, su correlato en una realidad internacional acotada y previsible, donde las grandes decisiones estratégicas también eran prerrogativas de un club exclusivo de hombres. Otro círculo, cuyos miembros se comunicaban entre sí con unos códigos no accesibles al común de la población, y se enviaban mensajes y documentos a través de unos funcionarios especiales –el cuerpo diplomático- cuyo oficio supone el carácter reservado y secreto.

Pero esa realidad internacional relativamente previsible y equilibrada –aunque fuese mediante el equilibrio del terror atómico- ya comienza a formar parte de la historia. El balance bipolar del mundo saltó por los aires a fines de la década de los años ’80 del siglo pasado, y en paralelo a esa patada al tablero de la previsibilidad, el desarrollo acelerado de la sociedad de la información fue estrechando cada vez más los círculos dentro de los cuales el secreto puedo permanecer en las sombras.

Intentar que se mantengan unos métodos que se arrastran desde el Medioevo en plena transformación de la sociedad de la información parece, cuanto menos, un despropósito. Hoy las cadenas televisivas funden la historia con el tiempo real (como la CNN con las guerras del Golfo, la invasión de Irak y de Afganistán), y los “hackers” informáticos traspasan hasta los “firewalls” tecnológicamente más desarrollados, como los que protegen a las computadoras de la Agencia Central de Inteligencia –CIA- o al Departamento de Estado norteamericano.

Los propios papeles clasificados de las comunicaciones al interior del círculo del poder no logran permanecer bien guardados en las “valijas diplomáticas” (esos recipientes antiguos en que viajaba el secreto) y quedan expuestos a la luz pública. El caso más resonado, WikiLeaks y su cruzada por la transparencia, es apenas el inicio de un camino sin retorno: desde 2008, cuando comenzó a operar, su base de datos no ha dejado de crecer y ya va difundiendo 1,2 millones de documentos clasificados (incluyendo los 251.187 cables de la diplomacia estadounidense con sus embajadas, la mayor filtración de documentos secretos de la historia y la piedra del escándalo).

En ese contexto de globalización informativa, los métodos de elección papal no podrán permanecer inmunes. Pero no solo ellos: también las maneras en que los pontífices se relacionan con ese mundo en transformación deberán necesariamente adaptarse.

Roma locuta, causa finita 

Y en este punto, la elección de un papa no europeo, además de la radical novedad histórica implicará también un desafío en las relaciones de la Iglesia y del Estado vinculado a ella con el emergente escenario de la sociedad de la información.

Francisco, romano pontífice, será el líder espiritual de una comunidad religiosa calculada en 1.200 millones de personas en todo el mundo, y jefe administrativo de un cuerpo de agentes pastorales de unos 420.000 sacerdotes y 5.100 obispos. Pero además de este colectivo interno, será también la máxima autoridad de una unidad política reconocida por la comunidad internacional. La Ciudad del Vaticano es un Estado a todos los efectos, su régimen político es una monarquía electiva y absoluta –desde ayer, Jorge Bergoglio es también rey- y sus embajadores –los nuncios apostólicos- lo representarán en los cuerpos diplomáticos frente a los demás gobiernos del mundo.

Estos nuncios han sido tradicionalmente la expresión más mundana del solio pontificio. Generalmente son diplomáticos de carrera, con poca o nula experiencia pastoral, a quienes se les asignan obispados ficticios u honorarios. Son expertos en el lobby político y también el principal conducto de comunicación secreto entre el papa y los engranajes del poder local. Con sus túnicas y ropajes anacrónicos imponen respeto ceremonial y protocolario; preceden, por costumbre, a los demás embajadores acreditados (“Decanos del cuerpo diplomático”) y tienen una incidencia importante en temas de política interna, como, por ejemplo, en la designación de los ministros y secretarios de Educación.

La comunicación de las nunciaturas no es unidireccional: no solo “baja” directrices desde el Vaticano, sino que también es la ventanilla por la que los grupos de los círculos de poder al interior de los países envían a Roma cuestiones problemáticas, informaciones sensibles, y también muchos chismes. Porque el gobierno de la Iglesia ha ido perdiendo, con la acumulación de años y de tradiciones, el original espíritu colegiado de los pastores, acentuando, en su lugar, la estructura de poder y de decisión verticalista, que tiene su punta en el sillón del papa: cuando Roma habla, la causa se ha terminado.

Nueva agenda  

Al elegir a Karol Wojtila, el polaco que reinó con el nombre de Juan Pablo II, la Iglesia rompió una tradición de más de 500 años durante los cuales los papas fueron exclusivamente italianos. Esos cinco largos siglos modelaron una organización burócratica, romana y latina, que se fue alejando del mundo y de la realidad del hombre de a pie.

Ahora, un nuevo salto: un papa no italiano, ni siquiera europeo. Sudamericano, y argentino. Jorge Bergoglio tiene ante sí la gran oportunidad del siglo, no solo de su vida: volver a “aggiornar” la institución eclesial, como lo hiciera en su momento Juan XXIII con el Concilio.

Hacia adentro, imaginar nuevos modos de gobernar la Iglesia (y de elegir a sus futuros sucesores), recuperando el espíritu colegiado para expresar la multiplicidad cultural que hoy conforma el cuerpo religioso y la estructura temporal de la organización. Y hacia afuera, relegando el secretismo y las presiones subterráneas hacia el poder político, priorizando una apertura a las diferencias y a la transparencia en la gestión.

No es poco, pero Jorge Bergoglio es un hombre capaz de hacerlo. Habrá que ver si quiere.          



En Twitter:  @nspecchia