"La Gordi" vuelve, y de novia
por Pedro I. de Quesada
Hace unas
semanas, una querida colega -politóloga argentina residente en Chile- me decía
que "los números" de Piñera no están tan mal como podría esperarse
después de una gestión errática.
Pero,
aunque los resultados objetivos de la primera presidencia conservadora después
de cuatro mandatos de la Concertación sean objetivamente rescatables (y lo
pongo en potencial, ya que estoy citando una interpretación a la que no
adscribo), la capacidad de trasmitir los logros de su Administración ha sido tan
rotundamente mala, que Sebastián Piñera llega a los tiempos finales de su
mandato con una de las peores imágenes personales de todo el período
democrático pospinochetista.
Esa debilidad comenzó a insuflar bríos en la ahora
opositora Concertación, que ve en la popularidad maltrecha del mandatario la
brecha por la que colar el posible retorno a La Moneda.
Pero, al interior del
conjunto de partidos, las mayores expectativas de sucesión se inclinaban hacia
la pata democristiana.
Los socialistas ocuparon el Ejecutivo en dos de los
cuatro mandatos del nuevo tiempo constitucional (Lagos y Bache-let), mientras
los demócrata-cristianos (que lo ocuparon con Aylwn y Frei) ven aquellos
tiempos como lejanos y suponían ahora su derecho al retorno. Pero esta semana
La Gordi, como cariñosamente se refieren a Michelle Bachelet sus adherentes,
acaba de meter adrenalina a la (de por sí bastante soporífera) vida política
trasandina: renunció a su importante cargo en la sede de las Naciones Unidas
(ONU-Mujer) en Nueva York y anunció su vuelta a Santiago.
Y Bachelet no solo
dijo que peleará la presidencia en noviembre, sino que las malas lenguas
agregan que, además, la peleará enamorada.
El anuncio desvela uno de los
principales misterios de la clase política chilena, que viene preguntándose qué
haría Bachelet cuando llegara el momento.
La ex mandataria dejó el poder en
2010 con un altísimo nivel de aceptación popular (aún superior al de su mentor
y antecesor, el socialista Ricardo Lagos). El alicaído Piñera necesitaba poco
para terminar de hundirse, y el inédito 54 por ciento de intención de voto que
tiene Michelle Bachelet -antes aún de haber iniciado ninguna campaña- ha tenido
peso de yunque.
Las preguntas, ahora, se dirigen hacia el programa que La Gordi
trazará para volver a gobernar uno de los países más desiguales del mundo (los
analistas sostienen que podría incluso ganar en la primera vuelta, con mayoría
absoluta), y las maneras en que manejará el frente interno: Piñera ganó porque
la Concertación acusaba el cansancio de 20 años de hegemonía; el regreso de
Bachelet puede significar una vuelta de tuerca sobre un proyecto agotado.
O la
gran renovación. Apostamos a que el amor pueda ayudarla a inclinarse por esta
segunda opción.
Twitter: @nspecchia