lunes, 23 de septiembre de 2013

Primavera congelada (23 09 13)

Columna Periscopio – HOY DÍA CÓRDOBA – Suplemento Especial 16 años – 2013   



Primavera congelada

por Nelson Gustavo Specchia
  
El sectarismo, el intento autoritario del islamismo político desde el ejercicio del poder, y la reacción militar han enfriado el mayor intento renovador de las sociedades árabes.







La feroz represión desatada por el ejército egipcio contra los partidarios del depuesto presidente islamista Mohammed Mursi ha constituido el mayor frenazo a los procesos de cambio en los países del Norte de África, en los cuales se alumbró la “primavera árabe” hace un par de años.
El movimiento social regional había tenido orígenes muy humildes y alcanzó proporciones gigantescas: comenzó con el testimonio de rebeldía individual de un frustrado ingeniero tunecino, Mohammed Bouazizi (y su suicidio, a lo bonzo, frente a la estupidez policial, que le había desmantelado el carrito de frutas y verduras con que intentaba paliar su imposibilidad de inserción en el depreciado mercado laboral), y generó una onda expansiva que alcanzó los extremos de esa larga franja de tierra que se extiende por el borde meridional del mar Mediterráneo, desde Marruecos a Egipto.
Los procesos de cambios que alumbró la “primavera árabe” recibieron, en general, el beneplácito de los sectores progresistas de Occidente, y –un poco menos y a una velocidad más ralentizada- también de los gobiernos europeos y norteamericano. El principal fundamento de este entusiasmo optimista es que el proceso nacido en Túnez venía, por primera vez desde el inmovilismo de la Guerra Fría, a alterar un statu quo básicamente injusto –por la exclusión sistemática de las mayorías populares del juego político- y tiránico –por la validación internacional de los regímenes autocráticos que se impusieron en toda la región-. La justificación recurrente del mantenimiento de ese statu quo fue que la alternativa era aún peor: el avance del fanatismo islamista.

El consenso de Alá

Sin embargo, procesos como el ensayado por el islamismo moderado del gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan y Abdallah Gull, parecían mostrar un camino alternativo al de la reimplantación de un califato teocrático. Democracia e Islam, mostraban desde Turquía, no son necesariamente proyectos antitéticos.
Esta intuición, sumada a las décadas de hartazgo social por unas condiciones de vida cada vez más desvaloradas y una concentración bochornosa de la riqueza en las pocas manos de las élites, habilitó el proceso de reformas hacia finales del año 2011, en un movimiento tectónico que no parecía limitarse al Magreb (Marruecos, Túnez, Argelia, Libia y Egipto), sino que se proyectaba aún más allá, al Oriente Medio y a la costa oriental del Mediterráneo; una hipótesis que cobró fuerza cuando estallaron las revueltas en Siria. Así lo reflejamos en nuestra crónica para el suplemento con que HOY DÍA CÓRDOBA festejó su 15º aniversario; escribíamos en este mismo lugar hace un año: “La ‘primavera árabe’ ha abierto los titulares a todo un sector internacional que habitualmente no pasaba de las páginas interiores. El derrocamiento popular de la tiranía tunecina de Zine el Abidine ben Ali, la estrepitosa caída del “rais” egipcio Hosni Mubarak –y la actual transición desde el poder militar hacia el del islamismo democrático-; la participación de la OTAN en el derrocamiento de Muhammar el Khaddafi y el inicio de la transición democrática en Libia, constituyen, junto a la sangrienta guerra y represión del régimen sirio del clan familiar de los Al Assad, los principales protagonistas de este nuevo capítulo de la política mundial. Al mismo tiempo, el statu quo forzado sobre los países árabes aliados de Occidente (y proveedores de la cuota mayoritaria del petróleo que éste utiliza), los dejan de momento fuera de los aires de esa primavera renovadora, a pesar de que las monarquías familiares que los gobiernan tienen los mismos vicios y causan estragos sociales similares que los regímenes que han caído en desgracia.” 

Enfriar las arenas

            Sin embargo, estas expectativas de apertura y democratización se han revelado, a muy poco andar, demasiados optimistas. Como era previsible, apenas se abrió una rendija para que la voluntad mayoritaria pudiera expresarse, los colectivos sociales que secularmente habían estado sumergidos y contenidos por las administraciones elitistas y autocráticas emergieron a la superficie, y sus representantes accedieron a la titularidad de los nuevos gobiernos que se formaron. Y estos gobiernos –como los colectivos mayoritarios que los votaron- fueron de corte islamista. Tanto el gobierno instalado en Rabat tras la reforma constitucional del rey Mohammed VI de Marruecos, como el partido Ennahda instalado en Túnez, como los Hermanos Musulmanes en Egipto, son, todas, fuerzas confesionales.
            Pero una cosa es ganar unas elecciones –especialmente cuando se han pasado tantas décadas en los márgenes de la política, agazapados esperando su oportunidad- y otra cosa, muy otra, es el ejercicio controlado del gobierno. Los islamistas tenían frente a ellos dos alternativas básicas: la primera era optar por una administración “a la turca”, privilegiando las relaciones con Europa y Occidente, y avanzando gradualmente en la confección de un modelo propio de democracia con respeto por las prácticas culturales y la moral musulmana. La segunda era acelerar el proceso y buscar recuperar las décadas perdidas mediante una islamización acelerada (especialmente mediante la aplicación de la “sharia”, la ley islámica, en la legislación civil).
            Túnez y Marruecos, de momento, parecen inclinarse a un desarrollo “a la turca”; también, a su manera y con condiciones menos favorables tras la guerra civil, también en la Libia post-Muhammar el Khaddafy. Pero estos son, aunque importantes, países menores del Magreb: la potencia regional es Egipto. Por lo tanto, lo que hiciera Egipto marcaría la tónica general. Y los Hermanos Musulmanes egipcios eligieron apretar el acelerador y aprovechar la coyuntura para reinstalar un califato en las ardientes orillas del Nilo.

Estrategias cainitas

            La reacción, lamentablemente, no se ha hecho esperar. Los militares habían cedido porciones de poder. Sin esa decisión interna de los cuarteles, el derrocamiento del general Hosni Mubarak no hubiera sido posible, por más millares de militantes que se concentraran, día tras día, en la cairota plaza de Tahrir. Habían cedido porciones, pero no todo el poder. Y ese fue un enorme error de cálculo de los Hermanos Musulmanes.
            El golpe de Estado del general Abdel Fatah al Sisi ha hundido al gran país africano en un baño de sangre (los cadáveres se apilan por cientos en las mezquitas de El Cairo); ha encarcelado “sine die” al ex presidente Mursi (en su lugar, liberó al antiguo “rais” Hosni Mubarak de la prisión); asesinó al hijo del líder supremo de los Hermanos Musulmanes, Mohammed Badie; y en estos momentos parecen evaluar la idea de avanzar en un plan de exterminio e ilegalización de toda la organización islamista, que tendría efectos sociales devastadores.
            El profesor Haizam Amirah Fernández, colega experto en Mediterráneo y Mundo Árabe en el español Real Instituto Elcano, sostiene que los peores pronósticos se están cumpliendo en Egipto: la polarización de la sociedad y una nueva represión (más extendida y más profunda, agrego yo) a las grandes mayorías sociales, como la que se dio en la segunda mitad del siglo XX.
            Los militares, como clase, no han tolerado que los barbudos islamistas intentaran arrebatarles de un solo golpe el complejo de industrias productivas y de servicios que acumularon durante las largas décadas de dominio del gobierno. Y esta motivación económica encontró también aliados en los sectores civiles urbanos egipcios, que veían con alarma la deriva religiosa del gobierno de Mursi y los intentos de reemplazar la legislación laica por los preceptos de la “sharia” (que son profundamente conservadores, además de teocráticos).
            El resultado, por estos días, es una espiral de odio, exclusión, cinismo y muerte, que deja a la gran potencia del Norte de África a las puertas de una guerra civil. “La sinrazón colectiva y la deshumanización del enemigo parecen ser los únicos puntos en común entre los bandos que están llevando a Egipto a la fractura social, a la inestabilidad política y a la ruina económica.”
            Además, los resultados de esta fractura en la potencia regional se harán sentir en todo Medio Oriente, y terminará dando alas al radicalismo sunnita de Al Qaeda. Las ejecuciones masivas en nombre de la lucha contra el “terrorismo” fomentan una nueva generación de “mártires” deseosos de ir a entregar la vida en la lucha contra los infieles, la “yihad” tan promocionada por los propios Hermanos Musulmanes: la profecía  autocumplida.

Los de afuera y el palo

            Mirar la crisis de la “primavera árabe” desde afuera, como eventos remotos que suceden en la otra orilla del mundo y que no nos implican directamente, es un actitud política irresponsable y, más temprano que tarde, suicida. Las tecnologías de la información y las comunicaciones, especialmente la importancia creciente de las redes sociales, han relativizado los “problemas nacionales”, para transformarlos, en un número significativo de casos, en “problemas globales”. Las maneras en que se encauce la resolución de la crisis en Egipto repercutirá casi de inmediato en todo el Magreb y en Medio Oriente, especialmente en Siria e Israel. Pero no acabará allí: toda la costa Norte del Mediterraneo, la costa europea, también sentirá el temblor. Y tampoco acabará allí.
            La Administración Obama sigue perdida respecto de qué hacer con respecto a la región, y la Unión Europea flirtea entre la intervención activa o la mera condena diplomática en comunicados y declaraciones. Ambos obvian el hecho de que los de afuera ya no son de palo, básicamente porque ya no hay “afuera”: todos estamos, mal que nos pese, “adentro”. Y tanto los militares golpistas como los barbudos fanáticos de Egipto están jugando con la estabilidad de ese único espacio que es el sistema-mundo.




Twitter: @nspecchia