BUSH Y EL “AMIGO FRANCÉS”
Por Nelson Gustavo Specchia
En los inicios de este mes de noviembre, la primera visita oficial del presidente de la República Francesa, Nicolas Sarkozy, a los Estados Unidos de América, supone un giro total en las relaciones entre ambos países, que implicará, a su vez, un impacto sustantivo en las posturas internacionales a un lado del Atlántico, y al otro.
Hace cuarenta años, el general De Gaulle forzaba el retiro de las bases de la OTAN de territorio francés, y comenzaba, de esa manera, un posicionamiento internacional que se mantendría durante toda la guerra fría, y continuaría, como una marca registrada, por las presidencias conservadoras de Pompidou y Giscard d´Estaing, el período socialista de Francois Mitterrand, y en la reciente presidencia de Jacques Chirac. Esta postura frente a las dos grandes potencias, intentaba ofrecer una alternativa: Francia, independiente tanto del cerco soviético como del área de influencia norteamericana, se proponía como una referencia diferente en un mundo bipolar.
De allí, de esta independencia de criterio en política exterior, se estructuró toda la estrategia francesa a nivel internacional durante cuatro décadas. A ese fin se plegaron los planes nucleares (incluyendo los ensayos de Mururoa de los ‘90, que tanto rechazo generaron en los Estados Unidos); el claro apoyo a la causa árabe –incluyendo las posturas pro palestinas, en contra de la alianza central de los Estados Unidos con Israel-; los recelos a un mayor papel de Turquía –considerada una “cabeza de puente” de la política norteamericana- en el contexto europeo; para alcanzar, finalmente, el colmo de la paciencia del Departamento de Estado con el “no” a la invasión a Irak, que llevó a Donald Rumsfeld a acuñar el despectivo mote de “Vieja Europa”, acusándolos a todos (pero especialmente a los franceses) de ingratos, después de que el ejército americano los hubiera salvado en las últimas dos guerras mundiales.
El “no” de Chirac a asociarse a la aventura de Irak, llevó a que se derramaran cientos de litros de vino francés en las alcantarillas de Nueva York frente a las cámaras de televisión, o a que en el Capitolio se cambiase la forma en que los americanos denominan a las papas fritas (“french fries”): fue el punto de mayor distanciamiento entre ambos países en la historia reciente. Luego Sarkozy llegó al Elíseo, y se ha empeñado, entre sus primeras medidas de gobierno, en dar un golpe de timón de 180 grados a la relación de Francia con la potencia hegemónica americana.
Sarkozy pasó sus primeras vacaciones como Jefe de Estado en América, visitó en ese verano boreal repetidamente a la familia Bush, inclusive en ese sancta sanctorum del presidente norteamericano que es su rancho de Crawford, donde cocinaron hamburguesas y mantuvieron largas conversaciones en privado, fuera del protocolo. Ahora, el 7 de noviembre, en su primera visita oficial a Washington, Sarkozy plasma su nueva estrategia de acercamiento y amistad. Una nueva posición que, sin llegar a la obsecuencia incondicional con Bush, deja claro que pretende inaugurar un nuevo período de relaciones transatlánticas, donde el interlocutor europeo de la Casa Blanca no tiene necesariamente que ser –como es tradición- el premier británico, o la silenciosa pero efectiva Angela Merkel, sino, precisamente, él.
Sarkozy sabe que los Estados Unidos requieren de una alianza renovada con Europa para la fortaleza de Occidente, muy especialmente frente a la amenaza global del fundamentalismo islámico. En ese sentido, el jefe de la República Francesa planteó al pleno del Congreso norteamericano dos ideas fuerza: los Estados Unidos pueden contar con Francia en el “combate” contra el terrorismo (se cuidó de no utilizar el término “guerra”); y aseguró que las tropas francesas “seguirán en Afganistán todo el tiempo que sea necesario”.
Por ello, y abandonando aquella pretensión de “primera potencia alternativa” heredada del gaullismo (que nunca, por otra parte, supero el nivel discursivo), en favor de una relación más horizontal con la otra costa del Atlántico, Sarkozy ha reincorporado a Francia en la OTAN como miembro pleno, y ha subrayado que “la perspectiva de un Irán con armas nucleares es inaceptable”, música para los oídos de la administración Bush.
Por último, no quiso irse de ese Capitolio que lo interrumpía constantemente con aplausos, sin hacer un guiño de cambio a aquella acusación de ingratitud de los europeos respecto de América: “cada vez que un soldado americano cae en algún lugar del mundo, yo pienso en lo que este ejército hizo por Francia, y me entristezco, como cuando uno pierde a un miembro de la familia.”
En realidad, los políticos norteamericanos nunca han comprendido el antiamericanismo de Europa. Sarkozy viene a decirles que acertaban en su incomprensión, que la anomalía es de los europeos. Pero que pueden estar tranquilos, y que la alianza a ambos lados del Atlántico puede estar segura, que de aquel lado tienen ahora al “amigo francés”.