
GAZA ENTRE LA SANGRE Y LA AGONÍA
por Nelson Gustavo Specchia
A principios de esta semana, un nuevo baño de sangre volvió a enlutar Gaza, la delgada franja de suelo palestino, donde una población prisionera del más largo conflicto de Oriente Medio sobrevive, a duras penas, sin luz, ni medicamentos, ni servicios básicos, con racionamiento hasta en el agua de consumo, con las fronteras cerradas a cal y canto por el ejército israelí, y una división interna entre Hamas y Al Fatah que ya en poco disimula la latente guerra civil.
El proyecto de dos estados (el “divorcio justo y equitativo”, como dice el escritor judío Amos Oz) agoniza, y se acerca a un punto de no retorno. Los territorios palestinos del original proyecto de partición están en un porcentaje alarmante ocupados por colonos israelíes. En sólo diez años, durante la década del ´90, la cifra de colonos asentados en suelo palestino se duplicó. La división física queda plasmada en la separación entre esta franja aprisionada de Gaza, y Cisjordania, convertida en una sucesión de islotes cruzados por carreteras sólo para israelíes, y por un muro de cemento. Estos breves kilómetros ya muy difícilmente puedan vertebrar algo similar a un gobierno con autonomía real.
La segunda fractura, entre los partidos palestinos, es aún más dolorosa. El acceso de Hamas al poder aisló internacionalmente al gobierno de la Autoridad Palestina, en 2006. A la condena internacional de los EE.UU., se sumó, de una manera inexplicable, la Unión Europea. Ese aislamiento internacional impactó directamente en la sociedad civil, que se vio más debilitada, y en el sistema político, quitándole capacidad de acción al gobierno electo del islamista Ismail Haniya.
Finalmente, y mediante una solución de compromiso que destrabó la cuestión institucional pero agravó el enfrentamiento entre ambos partidos, Mahmoud Abbas asumió la presidencia, y Hamas decidió resistir en Gaza. Desde el mes de junio de este año controla la Franja, aislada ahora no solamente del mundo, sino también de la propia administración palestina. En ese hundimiento en la miseria, Hamas se planteó un objetivo central: controlar el orden y mantener la paz. Y esta semana, hasta ese objetivo de mínima para la convivencia de los miles de hombres y mujeres abigarrados en Gaza ha fracasado. La conmemoración del aniversario de la muerte de Yaser Arafat, el mítico líder fundador de Al Fatah, terminó en un nuevo baño de sangre en la Franja.
La escalada de violencia y enfrentamiento civil está directamente vinculada con la resolución del conflicto. Mientras se mantenga, la guerra civil palestina será una realidad cada vez más visible, y afectará, además, la estabilidad del propio Estado de Israel.
La Secretaria de Estado norteamericana, Condoleeza Rice, afirma que el establecimiento de un hogar nacional palestino, desmilitarizado, pero viable y soberano, es la dirección en la que se orienta su administración, y la convocatoria a una nueva conferencia bajo los auspicios de los EE.UU. figura en la agenda de Rice para fines de este mes de noviembre. Pero parece más un gesto dirigido a conseguir el apoyo árabe en la estrategia norteamericana en Irak, y contra el plan nuclear iraní, que a resolver el contencioso palestino.
En enero de este año, el filósofo francés Régis Debray –que había sido comisionado por el ex presidente Jacques Chirac para elaborar un informe sobre terreno de la situación en Oriente Medio- elevó sus conclusiones, que vuelven una vez más sobre la imperiosa necesidad de retomar las negociaciones sobre la hipótesis de dos estados. Y aun en los EE.UU. es posible advertir ciertas fisuras en el apoyo y sostenimiento de la política de Israel. Un grupo de eminentes intelectuales, de mucha incidencia en la elaboración de la política exterior norteamericana, acaba de publicar una carta (“El fracaso tendría consecuencias devastadoras”), sosteniendo la necesidad de una conferencia internacional auténticamente resolutiva. Los puntos centrales de la propuesta, entre cuyos firmantes está el ex Consejero de Seguridad del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, vuelven también a la propuesta de dos comunidades políticas según las líneas fronterizas de 1967, con la doble capitalidad de Jerusalén, deteniendo los asentamientos israelíes en suelo palestino, e impulsando el regreso de una parte de los tres millones de refugiados. Esa, concluyen, es la única alternativa de una sociedad viable, y de una auténtica paz duradera para el propio Israel.
Sería, además, la posibilidad cierta de detener la agónica sangría de Gaza, una deuda de toda la comunidad internacional.