
AL QAEDA
EL CRECIMIENTO TERRORISTA EN EL MAGREB
Por Nelson G. Specchia
El Magreb, el conjunto de países de la larga costa mediterránea del norte de África, se está convirtiendo en la nueva plataforma privilegiada de acción del terrorismo de base fundamentalista. La cercanía geográfica con los países del sur de Europa, y los llamados de los líderes de Al Qaeda a golpear contra los intereses “colonialistas” de España, Francia, y de los Estados Unidos (o de la ONU, a la que consideran un apéndice de la potencia norteamericana), transforman al Magreb en una región de alto riesgo para la seguridad global.
Esta semana, el 11 de diciembre, en un nuevo aniversario de aquel día 11 de septiembre que marcó la entrada del terrorismo de base islamista al centro de la escena internacional, el Magreb ha recibido un nuevo golpe. El ataque terrorista contra objetivos nacionales argelinos, y contra oficinas de la ONU, se suma a un listado creciente de actividades armadas en la región. Este crecimiento –tanto en número de acciones como en intensidad y alcance- durante los últimos cuatro años, está vinculado a la redefinición estratégica de diversos grupos aislados, que han sido orgánicamente incorporados a la red de Al Qaeda, y que han visto modificados sus objetivos en el contexto de una estrategia “yihadista” global.
El ataque de esta semana estuvo dirigido contra las sedes del Consejo Constitucional y del Tribunal Supremo argelino, situados en uno de los barrios más controlados y custodiados de Argel. Hace pocos meses, en abril, en un nuevo aniversario del día 11, la propia sede del gobierno de Abdelaziz Buteflika sufrió el impacto de un coche bomba, que alcanzó a volar toda un ala del palacio presidencial. Junto con las oficinas gubernamentales, otro ataque, prácticamente simultáneo, estallaba esta semana en las oficinas de las Naciones Unidas, donde se encontraba la sede del Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR). Las víctimas mortales de este nuevo golpe de la violencia terrorista se acercan a 80, que se suman a los aproximadamente 500 hombres y mujeres que Argelia ha debido sepultar, durante este año, muertos en atentados del fundamentalismo islámico.
Ya en 2004, el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), una célula aislada y minoritaria, declaraba la guerra a “los extranjeros y a las compañías foráneas” en todo el Magreb, a quienes se acusa de un doble crimen: atentar contra el Islam por la penetración occidental, especialmente por los medios de comunicación; y expoliar neocolonialmente a los países musulmanes del norte de África. El GSPC, luego de una seguidilla de acciones mortales durante los dos años siguientes, consiguió que Al Qaeda lo incorporara orgánicamente a su organización, pasando a llamarse “Al Qaeda en el Magreb Islámico”, y que el lugarteniente de Osama Bin Laden, Ayman al Zawahiri, les encargara, hace cuatro meses, “acabar con la presencia de españoles, franceses, y norteamericanos, en el Magreb.” En esa lógica deben leerse los atentados de esta semana, y los que –lamentablemente- creo que debemos esperar para el futuro próximo.
Porque el desarrollo creciente de “Al Qaeda en el Magreb Islámico” es también una invitación a que las organizaciones paralelas en los restantes países de la costa norte de África, intensifiquen su acción en sus respectivas sociedades. Células fundamentalistas como el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), en el cuerno occidental de la costa mediterránea; el Grupo Combatiente Tunecino (GCT); y el Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL); han tenido el mismo origen y aspiran a integrar la red islámica global de Al Qaeda, tal como lo hicieron los argelinos.
Después de que Al Zawahiri anunciara la integración formal del GSPC en Al Qaeda, el 11 de septiembre del año pasado, los líderes de la formación argelina subrayaban que “no es posible luchar contra los Estados Unidos de Norteamérica, si no se produce la unidad de todos los combatientes yihadistas del Magreb”, en lo que constituye un llamado al resto de las células norafricanas a seguir sus pasos respecto de la gran red fundamentalista global.
Además del riesgo que supone el traslado de las acciones violentas hacia la costa sur de Europa, la estrategia de la “yihad” en África también contempla la expansión hacia el interior del continente, hacia el Sahel, el inmenso cinturón desértico que se extiende entre Sudán, Chad, Níger, Mali, Mauritania, y Senegal. Una zona de fronteras difusas y prácticamente sin Estado, donde el poder real reside en los jefes de las tribus tuareg, y en las redes de contrabandistas, que hacen de la inestabilidad institucional una situación permanente. Sumar el Sahel a la estrategia yihadista del Magreb sería pensar en un refugio internacional, en una vastísima zona prácticamente fuera de todo control, para el alojamiento y el entrenamiento del movimiento terrorista de base islámica.
Por todo ello, sería un error analizar los atentados de esta semana, y la estrategia de la violencia terrorista global, como un supuesto choque de civilizaciones, o un enfrentamiento entre Occidente y el Islam, como vienen insistiendo ciertos grupos de opinión, especialmente influyentes en la política exterior norteamericana de nuestros días. Los atentados de Argelia demuestran que no sólo los países europeos o americanos son víctimas, sino también los propios países y poblaciones musulmanas. Conviene asimismo incluir en el análisis que la amenaza para Occidente no viene “de afuera”, sino que el proceso de radicalización ideológica que está en el centro de la estrategia yihadista se produce también al interior de las sociedades occidentales, como pudo verse en los autores materiales de los atentados de Gran Bretaña o España, que eran ciudadanos nacidos y educados en esos países.
La amenaza de esa ideología del terror que es el salafismo yahiadista tiene sus raíces en ambas costas del mediterráneo, tanto la africana como la europea, por lo que la metodología para enfrentarse a ella no puede ser solamente policial o militar, sino que debe incluir la dimensión de la cooperación económica y social, especialmente en la dirección norte-sur, desde Europa hacia el Magreb.