domingo, 23 de noviembre de 2008

ETA: Golpe a la violencia política



Domingo 23 de noviembre de 2008

Golpe a la violencia política

Con la captura de “Txeroki” no sólo cayó el número uno de ETA, sino también un símbolo de la izquierda radical.


por Nelson Specchia
Profesor de Política Internacional de la Universidad Católica de Córdoba


“Txeroki”, el asesino, fue arrestado. En unas acciones policiales limpias, precisas y en un todo acordes al derecho, el líder de los comandos militares de la guerrilla vasca de ETA fue capturado. Miguel Garaikoitz Aspiazu, más conocido con su nombre de guerra “Txeroki”, fue apresado en una acción conjunta franco-española en Cauterets, un pequeño y encantador pueblito del pirineo francés.

Con la captura de “Txeroki”, en medio de la madrugada y sin que ofreciera al parecer ninguna resistencia, no cae sólo el número uno de la banda terrorista, sino que cae también un símbolo de esa izquierda radical, abertzale, nutrida de las juventudes extremistas que se manifiestan de forma violenta en las calles del País Vasco, en la denominada kale borroka.

Son estos mismos jóvenes los que pasan luego a engrosar los comandos clandestinos que llevan esa violencia, en grados más sanguinarios y contundentes, a dinamitar de forma permanente cualquier posibilidad de pacificación de las provincias vascongadas. Una violencia que impide todo intento de normalizar la vida política y alcanzar la paz social.

El País Vasco, merced a la estrategia extremista personalizada en “Txeroki”, vive en un permanente estado de alerta, de indefensión, de la humillación de los violentos, de coacción en todos los órdenes, y de miedo en todos los rincones.

Fama ganada. “Txeroki” se labró su fama de duro a puro pulso. Desde hace cinco años dirige el aparato militar de la organización, y desde el 20 de mayo, cuando en Burdeos se capturó al máximo dirigente de la rama política, Francisco Javier López Peña (conocido como “Thierry”), “Txeroki” quedó a cargo de ETA entera.

En estos últimos años, desde la ruptura de la tregua de 1999, ha expresado al sector más duro, opuesto a cualquier tipo de negociación o diálogo, ya que estas vías no violentas significarían “concesiones a la potencia ocupante” (esto es, al Estado español), y retrocesos en el camino hacia la independencia de Euskadi, la patria vasca.

Así, “Txeroki” dirigió a sus comandos desde Francia, y asesinó con su propia mano al juez José M. Lidón en Getxo, y a los guardias civiles Raúl Centeno y Fernando Trapero, en Capbreton (por cierto, disparándoles por la espalda).

También ordenó dinamitar la terminal 4 del aeropuerto madrileño de Barajas, el 30 de diciembre de 2006, que se llevó por los aires el proceso de paz iniciado por el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, y terminó al mismo tiempo con la vida de dos inmigrantes ecuatorianos que dormían en el estacionamiento del aeropuerto, Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estancio (le habían puesto ese nombre en homenaje a Maradona). En fin, los siete asesinatos políticos cometidos por ETA desde diciembre de 2003 llevan la firma de Garaikoitz Aspiazu, “Txeroki”.

Mano dura. Cuando el atentado de Barajas rompió la última tregua, el gobierno español, muy desacreditado internamente por haber intentado un nuevo proceso de paz con la banda sin que ésta abandonara las armas, se centró en la vía policial y militar antiterrorista, en consonancia con el gobierno francés.

Esta estrategia marcó un cerco de presión muy grande al aparato militar de ETA, lo debilitó por dentro y lo obligó a reformar sus estructuras y las normas de seguridad para sus máximos dirigentes.

La estructura de ETA ha sido muy particular, como tan particular es concebir una organización terrorista en un Estado de derecho que dispone de todas las herramientas democráticas, y las garantías constitucionales, para expresar las voluntades y las opiniones políticas.

La estructura se asentaba en una fuerte compartimentación entre las elites, los aparatos (el político, vinculado a la izquierda abertzale vasca, y el militar, integrado por los comandos) y los activistas (simpatizantes fichados por la policía; liberados, o sea, no fichados; y jóvenes vinculados a la kale borroka).

La estrategia antiterrorista minó esta compartimentación y disminuyó el énfasis en la seguridad de sus altos mandos. La captura de “Thierry”, en agosto, y de “Txeroki”, el lunes 17 de este mes, vendría a demostrar el éxito de esa estrategia.

Pero la victoria en esta batalla no significa la victoria en la guerra contra el terror en el País Vasco. Una masa minoritaria pero significativa de su población mantiene, con su simpatía hacia la organización, una complicidad ambigua con sus métodos terroristas.

Hay que acabar con la lógica perversa de que el fin justifica los medios. Sólo al comprender que los chicos que pasan de la kale borroka a los comandos no tienen nada de héroes, sino que son simples asesinos histéricos, solitarios y enamorados del odio y la violencia, la guerra que lleva décadas y docenas de muertos habrá comenzado a acabarse en el País Vasco.

Y el juego político en paz dará un paso más para el bien de todos los vascos, y de todos los que amamos aquella tierra de montañas, piedras y un verde húmedo casi infinito.