martes, 26 de enero de 2010

Evo, el fundador (26 01 10)



Evo, el fundador


por Nelson-Gustavo Specchia
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En nuestra memoria colectiva americana, las fundaciones –de países, de confederaciones, de ciudades- siempre han estado vinculadas a ilustres y compuestos apellidos de la hidalguía hispánica. Los Díaz de Solís, los Núñez Cabeza de Vaca, los Martel de los Ríos y Cabreras, ocuparon las plazas de fundadores en los primeros tiempos. Y los apellidos del criollaje de la primera generación de “españoles en América”, las fundaciones que siguieron a los procesos de emancipación de la metrópoli.
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Ningún registro ni manual escolar anota en la titularidad en la empresa fundadora de una entidad política a un indio. Ni uno, en las extensas latitudes que recorren la tierra americana de polo a polo. Ni uno sólo, en una historia ya cinco veces centenaria. Ni uno, hasta el jueves de la semana pasada, cuando el indio Evo Morales Ayma, en la fortaleza prehispánica del Tiahuanaco, en la cúspide de la pirámide de Akapana, rodeado de amautas y sacerdotes aymaras ancianos –mujeres y hombres- en la puerta del templo de Kalasasaya,  revestido con un “uncu” blanco de llama y tocado con un “chuku” (birrete multicolor de cuatro puntas), oró a Viracocha (el sol) y a Pachamama (la tierra), y entonces recibió los dos bastones (una cabeza de cóndor y una de puma, lo femenino y lo masculino) que lo convierten en protector espiritual y guía material de las naciones indígenas.
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Al día siguiente, viernes 22 de enero, se trasladó al Palacio Quemado, en La Paz, y juró su cargo como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, que comenzó a existir desde ese momento. Inmediatamente, la guardia presidencial recogió los símbolos de la forma política que termina (los bastones de mando y las bandas nacionales del “estado liberal”), y las depositó en baúles sellados en los sótanos. En una escenografía donde todos los símbolos cuentan al detalle, este último no necesita segundas lecturas: la vieja Bolivia está muerta, y sepultada en los sótanos del palacio. Un indio americano, por primera vez desde 1492, se pone al frente de la fundación de una nueva entidad sociopolítica. Quizá la aventura más osada, y de impactos estructurales más profundos para el futuro mediato de la región.
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Me he detenido en la descripción de estos pasos, símbolos y rituales, porque uno de los elementos realmente novedosos de este tiempo inaugurado por Evo Morales pasa por la reivindicación del sujeto político originario, ese indio cuya subordinación histórica, atraso y ausencia de perspectivas de ascenso social, eran tan palpables en la realidad boliviana, tanto en el campo como en pleno centro de la capital. Este es un quiebre real en la estructura social. Morales suele, además, magnificarlo desde el discurso: repite que tras cinco siglos de dominación del blanco, ahora toca otro período al menos igual de largo de preponderancia indígena; o que estos casi doscientos años de independencia han sido realmente un nuevo sojuzgamiento imperialista, y que la única y verdadera independencia empieza ahora, con él.
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El cambio es real, pero también hay que tomar cierta distancia desde el análisis. Una cosa es el líder frente al pueblo, otra es la política aplicada. Su popularidad no deja de crecer, ya era alto aquel 54 por ciento con que ganó las elecciones en 2005, pero –tras hacer aprobar la nueva Constitución en plebiscito, en enero de 2009, y de ganar en las legislativas en ambas cámaras de la nueva Asamblea Plurinacional- el pasado 6 de diciembre arrasó con el 62 por ciento de los votos. Es esperable, entonces, que mantenga los niveles tan convocantes de su discurso. Pero a pesar de esta retórica, son varios los analistas (incluyendo a su propio biógrafo, Martín Sivak) que sostienen que el presidente es mucho más pragmático que ideológico, y que en la intimidad sus palabras son mucho más mesuradas. Inclusive, que no pierde oportunidad de distanciarse del “socialismo del siglo XXI” del chavismo venezolano.
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Esta perspectiva de su visión política puede confrontarse con los principales líneas de su primera presidencia, que ha asegurado mantener y profundizar en el período que ahora se inicia, y que podrían describirse como un capitalismo de estado, con fuerte énfasis en estrategias desarrollistas asentadas en los recursos primarios (energéticos y mineros, industrialización de derivados del petróleo y del gas, y el litio), y una redistribución asistencialista amplia.
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Y no le ha ido mal con este esquema. El propio FMI asegura que Bolivia es el país sudamericano que mejor está pasando la crisis económica mundial, con un crecimiento del 3,2 por ciento en 2009 (la media latinoamericana cayó un 2,5 por ciento), y vaticina otro tanto para este año. Las exportaciones bolivianas –alentadas por la suba de los precios de las materias primas- han crecido un 3,2 por ciento, y ya representan el 40 por ciento del PIB, que llega a unos 15.000 millones de dólares. La inversión extranjera directa (IED) se ha recuperado, se han renegociado los contratos con las empresas multinacionales, y no hay fuga de divisas. Los niveles de pobreza extrema (que rozaban las tres cuartas partes de la población en los años ‘90) han disminuido, principalmente por la política de subsidios; aún así, sigue siendo una de las economías sumergidas más grandes del mundo: de las aproximadamente 180.000 personas que entran al mercado laboral cada año, sólo el 30 por ciento lo hace en blanco. Junto al crecimiento, el gobierno de Morales ha logrado mantener la inflación controlada, un tipo de cambio estable, fuertes reservas en divisas, y superávit fiscal. O sea –y aunque el presidente boliviano diga lo contrario- un modelo demasiado parecido a la socialdemocracia generada en el “estado liberal”.
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Los retos que vienen en el futuro cercano para Evo, el fundador, son inmensos, demasiado grandes para afrontarlos sólo por la vía del discurso. El presidente habla de “responsabilidad histórica”, y acierta literalmente: la amplísima base electoral que lo ha llevado al lugar que ocupa, y los índices de crecimiento económico sostenido dibujan una oportunidad única para que la vieja y atrasada Bolivia deje de ser estructuralmente pobre. Si pierde esta oportunidad, la historia será impiadosa con él, aunque haya sido el primer indio fundador.
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nelson.specchia@gmail.com
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