El semestre español
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por Nelson Gustavo Specchia
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España había planteado su tiempo en la presidencia rotatoria de la Unión Europea como el momento para volver a hacer transitable los puentes entre el Viejo Continente y las tierras americanas, por las que siente que tiene una responsabilidad especial. El plantón de Obama, el bajo interés de los socios comunitarios por las situaciones latinoamericanas, y el empujón de la crisis global, han terminado desdibujando el semestre español.
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Ya con 27 países miembros, acceder a la presidencia rotatoria de la Unión Europea (UE) durante medio año es un evento poco ordinario. Además, una ocasión esperada con ansia por los gobiernos, ya que la presidencia del Consejo Europeo –la reunión de jefes de Estado, el lugar del poder real donde se delinean los grandes trazos de la política comunitaria- se convierte en un escaparate desde el cual mostrar al mundo y a los colegas los logros más audaces de la administración y la posibilidad de incluir los temas prioritarios en la agenda continental común. Y con tantos miembros tras la gran ampliación al Este, no habrá una nueva oportunidad de presidir el Consejo hasta dentro de una década y media, por lo menos.
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Por todo ello, la presidencia española de la UE durante el primer semestre de este año 2010 había sido programada por el ejecutivo socialista de José Luis Rodríguez Zapatero como el gran evento político internacional de su gobierno. Una oportunidad, por lo demás, que bien podría reportarle algunos puntos en la política interna, habida cuenta de que su mandato se acerca a las postrimerías, y todas las encuestas siguen ubicando a la oposición conservadora del Partido Popular, con Mariano Rajoy al frente, en los lugares de preferencia.
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El guión de este programa, en todo caso, se escribía a finales del año pasado. Pero cuando hubo que estrenar gestión, el 1 de enero de 2010, habían comenzado a soplar las fuertes ráfagas del viento de la crisis proveniente de este lado del Atlántico Norte, y esos alisios obligarían a cambiar casi todo: rebajar las expectativas, improvisar sobre la marcha, pasar de puntillas por los temas más espinosos, consensuar ajustes y gobierno económico con las posturas rígidas de Ángela Merkel y, abandonado ya todo deseo de protagonismo estelar y escaparate, intentar salvar los muebles.
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Debajo de todo eso, la promocionada “alianza estratégica” con América Latina y el Caribe, que desde ambas costas se viene buscando desde 1999 y que España tenía la esperanza de empujar durante su presidencia, deberá seguir aguardando tiempos mejores.
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AÑO DE BICENTENARIOS
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La presidencia española (la cuarta vez que Madrid asume este rol desde la instauración de los períodos de liderazgo rotatorios en la UE) coincidió con dos contextos especiales, que venían a agregar relevancia al período: El Tratado de Lisboa y los bicentenarios americanos.
Por un lado, comenzaba la andadura del nuevo Tratado de Lisboa, el instrumento jurídico que la organización continental se dio para gobernarse con 27 miembros. Luego del fracaso de la Constitución Europea, en 2005, el proceso de integración entró en una fase de estancamiento del que intentó rescatarlo el Tratado de Lisboa. Entró en vigor el pasado 1 de diciembre de 2009, estableciendo la elección de un presidente permanente del Consejo Europeo; la continuidad del presidente de la Comisión Europea (el órgano ejecutivo de la organización); y la designación de un Alto Representante de la Política Exterior, con la intención de que el continente comience a hablar con una sola voz en la sociedad internacional. Así, el liberal portugués José Manuel Duráo Barroso siguió el frente de la Comisión; el democristiano belga Herman van Rompuy fue designado presidente permanente; y la socialista británica lady Catherine Ashton al frente de la política exterior.
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Estas nuevas autoridades, que estrenaban puesto, funciones y período, debían coexistir, por primera vez, con el presidente rotatorio español, sin que las áreas de competencia de cada uno estuvieran del todo delimitadas.
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Y por otro lado, 2010 es el año en que varios países sudamericanos han comenzado con los festejos de los bicentenarios de las independencias de la “madre patria”. Por eso cuando España comenzó a escribir el guión de su semestre al frente de Europa, la relación privilegiada con los países americanos fue anunciada como una de las prioridades, incluyendo en la agenda del semestre una Cumbre UE-América Latina, que sucedería a la Cumbre UE-Estados Unidos. La iniciativa del gobierno de Zapatero generó expectativas en este lado del Atlántico, que ha visto cómo la inclusión de los países del Este europeo, de la vieja órbita soviética, han desplazado los centros de atención. Los latinoamericanos, además, esperaban que el semestre español fuese la oportunidad para flexibilizar las posturas en temas de inmigración y empleo de los extracomunitarios.
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LA CUMBRE ALCUE
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Pero eran demasiadas expectativas para un tiempo tan borrascoso. La primera señal la dio el presidente norteamericano Barack Obama. Dijo que estaba demasiado ocupado con la crisis, y que las Cumbres con los europeos, en momentos en que a éstos les cuesta tanto ponerse de acuerdo en políticas exteriores comunes, no dan demasiado provecho. El inédito plantón de Obama frustró el encuentro de alto nivel con la Administración de la primera potencia del mundo. Luego, la resistencia de Israel a morigerar su política agresiva hacia el entorno de países árabes hizo presagiar otro fiasco en la Cumbre UE-Mediterráneo, por lo que fue suspendida sine die. Quedaba, entonces, la Cumbre con América Latina y el Caribe (ALCUE). Aferrándose a un clavo ardiendo, Zapatero la convocó para mayo, pero para entonces la crisis griega amenazaba extender sus tentáculos a Portugal, a Hungría, y a la propia España.
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La VI Cumbre ALCUE (la primera se celebró en Río de Janeiro en 1999) se reunió el 18 de mayo en Madrid, y teniendo en cuenta el problemático contexto que acabamos de reseñar, no estuvo tan mal. Aunque con menor densidad de la originariamente planeada, volvió a poner a América Latina en el temario europeo.
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Llegó a este resultado a partir de la concreción de un Tratado de Asociación con América Central; la formulación de acuerdos multipartes con Perú y con Colombia; con la creación de una entidad intermedia –la Fundación Eurolat- para promover la presencia de los latinoamericanos en la dinámica del proceso de integración europeo; con el lanzamiento del Mecanismo de Inversión en América Latina (LAIF, por sus siglas en Inglés), con 125 millones de euros para inversiones en infraestructuras; y con la formulación de un plan de acción para los próximos dos años, con un seguimiento estrecho de los acuerdos consensuados en Madrid. Y, por sobre todo, la ALCUE logró relanzar para el próximo mes de julio las negociaciones entre la UE con el Mercosur, que ya languidecían durmiendo sueños de naftalina.
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Este último punto, de importancia capital en la relación entre ambos bloques, se activó a pesar de las voluntades un tanto díscolas de los propios miembros americanos. Porque en el compromiso con Europa hay que distinguir dos planos: aquellos fuertemente activos e interesados en profundizar los lazos con un proceso de integración europeo que ha tomado una deriva liberal y economicista en los últimos años, alejándose un tanto de los impulsos políticos de los iniciales pasos del proyecto, entre los que se cuentan Chile y México (ambos con tratados de libre comercio con la UE), Colombia y Perú, y –por razones de cooperación desigual- los centroamericanos. Pero en otro plano están Venezuela, Bolivia, Ecuador –y, en alguna medida, también Brasil y Argentina- con posturas menos entusiastas y más críticas con la actual UE.
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PROMESAS Y ESPERANZAS
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En ocasión de la primera Cumbre ALCUE, hace once años en Brasil, ambas partes reconocían la existencia de una fuerte comunidad de valores sociales y políticos, con la defensa de la democracia como núcleo duro, y la pertenencia común a la modernidad occidental como aglutinante. En base a este sustrato común, se planteaba la aspiración de comenzar un programa que tendiera, en un plazo acotado, hacia la concreción de una “alianza estratégica” entre ambos, para enfrentar de forma conjunta los retos emergentes de un planeta globalizado.
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En otras palabras, la Unión Europea extendía una mano hacia América Latina y el Caribe, ofreciéndose como interlocutor privilegiado, alternativo al neoliberal Consenso de Washington hegemonizado por los Estados Unidos de América.
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Sin embargo, en esta década han sido muchos los elementos que han impactado en la redefinición de las metas políticas de largo plazo, especialmente las debacles económicas de 2001 y 2008. Por ello, los líderes de ambas costas no han podido en Madrid ir más allá de reiteraciones: nuevamente se ha declamado el compromiso de continuar promoviendo y reforzando la asociación estratégica birregional, basada en los principios, valores e intereses comunes.
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O sea: esperemos que escampe, y luego veremos.
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nelson.specchia@gmail.com
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por Nelson Gustavo Specchia
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España había planteado su tiempo en la presidencia rotatoria de la Unión Europea como el momento para volver a hacer transitable los puentes entre el Viejo Continente y las tierras americanas, por las que siente que tiene una responsabilidad especial. El plantón de Obama, el bajo interés de los socios comunitarios por las situaciones latinoamericanas, y el empujón de la crisis global, han terminado desdibujando el semestre español.
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Ya con 27 países miembros, acceder a la presidencia rotatoria de la Unión Europea (UE) durante medio año es un evento poco ordinario. Además, una ocasión esperada con ansia por los gobiernos, ya que la presidencia del Consejo Europeo –la reunión de jefes de Estado, el lugar del poder real donde se delinean los grandes trazos de la política comunitaria- se convierte en un escaparate desde el cual mostrar al mundo y a los colegas los logros más audaces de la administración y la posibilidad de incluir los temas prioritarios en la agenda continental común. Y con tantos miembros tras la gran ampliación al Este, no habrá una nueva oportunidad de presidir el Consejo hasta dentro de una década y media, por lo menos.
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Por todo ello, la presidencia española de la UE durante el primer semestre de este año 2010 había sido programada por el ejecutivo socialista de José Luis Rodríguez Zapatero como el gran evento político internacional de su gobierno. Una oportunidad, por lo demás, que bien podría reportarle algunos puntos en la política interna, habida cuenta de que su mandato se acerca a las postrimerías, y todas las encuestas siguen ubicando a la oposición conservadora del Partido Popular, con Mariano Rajoy al frente, en los lugares de preferencia.
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El guión de este programa, en todo caso, se escribía a finales del año pasado. Pero cuando hubo que estrenar gestión, el 1 de enero de 2010, habían comenzado a soplar las fuertes ráfagas del viento de la crisis proveniente de este lado del Atlántico Norte, y esos alisios obligarían a cambiar casi todo: rebajar las expectativas, improvisar sobre la marcha, pasar de puntillas por los temas más espinosos, consensuar ajustes y gobierno económico con las posturas rígidas de Ángela Merkel y, abandonado ya todo deseo de protagonismo estelar y escaparate, intentar salvar los muebles.
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Debajo de todo eso, la promocionada “alianza estratégica” con América Latina y el Caribe, que desde ambas costas se viene buscando desde 1999 y que España tenía la esperanza de empujar durante su presidencia, deberá seguir aguardando tiempos mejores.
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AÑO DE BICENTENARIOS
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La presidencia española (la cuarta vez que Madrid asume este rol desde la instauración de los períodos de liderazgo rotatorios en la UE) coincidió con dos contextos especiales, que venían a agregar relevancia al período: El Tratado de Lisboa y los bicentenarios americanos.
Por un lado, comenzaba la andadura del nuevo Tratado de Lisboa, el instrumento jurídico que la organización continental se dio para gobernarse con 27 miembros. Luego del fracaso de la Constitución Europea, en 2005, el proceso de integración entró en una fase de estancamiento del que intentó rescatarlo el Tratado de Lisboa. Entró en vigor el pasado 1 de diciembre de 2009, estableciendo la elección de un presidente permanente del Consejo Europeo; la continuidad del presidente de la Comisión Europea (el órgano ejecutivo de la organización); y la designación de un Alto Representante de la Política Exterior, con la intención de que el continente comience a hablar con una sola voz en la sociedad internacional. Así, el liberal portugués José Manuel Duráo Barroso siguió el frente de la Comisión; el democristiano belga Herman van Rompuy fue designado presidente permanente; y la socialista británica lady Catherine Ashton al frente de la política exterior.
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Estas nuevas autoridades, que estrenaban puesto, funciones y período, debían coexistir, por primera vez, con el presidente rotatorio español, sin que las áreas de competencia de cada uno estuvieran del todo delimitadas.
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Y por otro lado, 2010 es el año en que varios países sudamericanos han comenzado con los festejos de los bicentenarios de las independencias de la “madre patria”. Por eso cuando España comenzó a escribir el guión de su semestre al frente de Europa, la relación privilegiada con los países americanos fue anunciada como una de las prioridades, incluyendo en la agenda del semestre una Cumbre UE-América Latina, que sucedería a la Cumbre UE-Estados Unidos. La iniciativa del gobierno de Zapatero generó expectativas en este lado del Atlántico, que ha visto cómo la inclusión de los países del Este europeo, de la vieja órbita soviética, han desplazado los centros de atención. Los latinoamericanos, además, esperaban que el semestre español fuese la oportunidad para flexibilizar las posturas en temas de inmigración y empleo de los extracomunitarios.
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LA CUMBRE ALCUE
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Pero eran demasiadas expectativas para un tiempo tan borrascoso. La primera señal la dio el presidente norteamericano Barack Obama. Dijo que estaba demasiado ocupado con la crisis, y que las Cumbres con los europeos, en momentos en que a éstos les cuesta tanto ponerse de acuerdo en políticas exteriores comunes, no dan demasiado provecho. El inédito plantón de Obama frustró el encuentro de alto nivel con la Administración de la primera potencia del mundo. Luego, la resistencia de Israel a morigerar su política agresiva hacia el entorno de países árabes hizo presagiar otro fiasco en la Cumbre UE-Mediterráneo, por lo que fue suspendida sine die. Quedaba, entonces, la Cumbre con América Latina y el Caribe (ALCUE). Aferrándose a un clavo ardiendo, Zapatero la convocó para mayo, pero para entonces la crisis griega amenazaba extender sus tentáculos a Portugal, a Hungría, y a la propia España.
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La VI Cumbre ALCUE (la primera se celebró en Río de Janeiro en 1999) se reunió el 18 de mayo en Madrid, y teniendo en cuenta el problemático contexto que acabamos de reseñar, no estuvo tan mal. Aunque con menor densidad de la originariamente planeada, volvió a poner a América Latina en el temario europeo.
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Llegó a este resultado a partir de la concreción de un Tratado de Asociación con América Central; la formulación de acuerdos multipartes con Perú y con Colombia; con la creación de una entidad intermedia –la Fundación Eurolat- para promover la presencia de los latinoamericanos en la dinámica del proceso de integración europeo; con el lanzamiento del Mecanismo de Inversión en América Latina (LAIF, por sus siglas en Inglés), con 125 millones de euros para inversiones en infraestructuras; y con la formulación de un plan de acción para los próximos dos años, con un seguimiento estrecho de los acuerdos consensuados en Madrid. Y, por sobre todo, la ALCUE logró relanzar para el próximo mes de julio las negociaciones entre la UE con el Mercosur, que ya languidecían durmiendo sueños de naftalina.
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Este último punto, de importancia capital en la relación entre ambos bloques, se activó a pesar de las voluntades un tanto díscolas de los propios miembros americanos. Porque en el compromiso con Europa hay que distinguir dos planos: aquellos fuertemente activos e interesados en profundizar los lazos con un proceso de integración europeo que ha tomado una deriva liberal y economicista en los últimos años, alejándose un tanto de los impulsos políticos de los iniciales pasos del proyecto, entre los que se cuentan Chile y México (ambos con tratados de libre comercio con la UE), Colombia y Perú, y –por razones de cooperación desigual- los centroamericanos. Pero en otro plano están Venezuela, Bolivia, Ecuador –y, en alguna medida, también Brasil y Argentina- con posturas menos entusiastas y más críticas con la actual UE.
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PROMESAS Y ESPERANZAS
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En ocasión de la primera Cumbre ALCUE, hace once años en Brasil, ambas partes reconocían la existencia de una fuerte comunidad de valores sociales y políticos, con la defensa de la democracia como núcleo duro, y la pertenencia común a la modernidad occidental como aglutinante. En base a este sustrato común, se planteaba la aspiración de comenzar un programa que tendiera, en un plazo acotado, hacia la concreción de una “alianza estratégica” entre ambos, para enfrentar de forma conjunta los retos emergentes de un planeta globalizado.
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En otras palabras, la Unión Europea extendía una mano hacia América Latina y el Caribe, ofreciéndose como interlocutor privilegiado, alternativo al neoliberal Consenso de Washington hegemonizado por los Estados Unidos de América.
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Sin embargo, en esta década han sido muchos los elementos que han impactado en la redefinición de las metas políticas de largo plazo, especialmente las debacles económicas de 2001 y 2008. Por ello, los líderes de ambas costas no han podido en Madrid ir más allá de reiteraciones: nuevamente se ha declamado el compromiso de continuar promoviendo y reforzando la asociación estratégica birregional, basada en los principios, valores e intereses comunes.
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O sea: esperemos que escampe, y luego veremos.
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nelson.specchia@gmail.com
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