lunes, 5 de julio de 2010

Merkel, la dama de hojalata (02 07 10)

MERKEL, la dama de hojalata

por Nelson Gustavo Specchia





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En aquellos grises años ochenta, Margaret Thatcher, con su peinado lleno de spray y su cartera negra apretada bajo el brazo, cerraba minas de carbón, anulaba una buena parte de los derechos sociales y aplicaba un ajuste ortodoxo a la economía británica. De este lado del Atlántico, un antiguo actor de westerns hacía lo mismo, y por el tamaño de la economía norteamericana ese ajuste hiperliberal recibió el nombre del antiguo cowboy: “Reaganomics”. Thatcher no imprimió su apellido a la ola rigorista, pero su determinación conservadora le valió el rótulo de “Dama de Hierro”, que lució siempre con indisimulado orgullo, inclusive cuando la Reina la nombró baronesa y sus seguidores comenzaron a referirse a ella como lady Thatcher.

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Desde los grises años de Ronald Reagan y Margaret Thatcher los conservadores europeos venían esperando un nuevo liderazgo, y Ángela Merkel pareció ofrecerles esa oportunidad. La prensa financiera fue la primera en anunciarlo, aunque los primeros tiempos de Merkel tuvieron necesariamente que ser muy cautos. La victoria sobre la socialdemocracia había sido mínima, y el ex canciller Gerhard Schröder intentaba mantenerse en el cargo. Los demócratas cristianos de la CDU liderados por Merkel sólo habían logrado un punto de diferencia sobre los socialdemócratas del SPD. Con este escenario, ninguna de las alianzas consideradas “naturales” era posible, ni la de centroizquierda del SPD con los verdes, ni la de centroderecha de la CDU con los liberales de la FDP. A Merkel no le quedó otra alternativa que negociar una “gran coalición” entre ambos partidos mayoritarios (CDU junto a SPD), aunque armar un gobierno con los socialistas como socios fuera a atarle un tanto las manos. A pesar de los saludos iniciales de la prensa financiera, la emergencia de una nueva campeona del neoliberalismo debería esperar todavía un tiempo.
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Fue un período extraño, donde la canciller manifiestamente quería hacer una cosa y su gobierno terminaba adoptando un punto medio, siempre consensuado con sus socios en la “gran coalición”, hasta las elecciones del año pasado. En 2009 los demócrata cristianos ganaron con mayor diferencia, y la canciller abandonó la coexistencia tan desagradable con los socios de izquierda y formó gobierno con los liberales de la FDP. Ahora sí, se anunció en la prensa especializada, una nueva Dama de Hierro ha surgido.
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LA CHICA DEL ESTE

Ángela Dorothea Merkel nació en Hamburgo en 1954, creció –en coincidencia con los años más fríos de la guerra fría- del lado oriental del Muro, y fue una comunista militante. Su padre era pastor de la iglesia protestante, pero ella se afilió a la Juventud Comunista en la Universidad, en la que se doctoró en física. Ingresó como investigadora en la Academia de Ciencias de la denominada República Democrática Alemana (RDA), y fue beneficiaria de subsidios y becas financiadas con los rublos soviéticos que Moscú giraba sistemáticamente a su avanzada política en el centro de Europa.
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No descubrió su vocación de liderazgo hasta la gran movilización democrática de la Glasnot de Mijail Gorvachov que terminó por disolver la RDA e hizo trizas el Muro. Pero su despertar a la política fue también una conversión: rompió su carnet de afiliación comunista, se pasó a la derecha, se entusiasmó con la economía de libre mercado y empezó a hacer carrera en la CDU a la sombra del viejo canciller de la reunificación, Helmut Kohl, que la llamaba “mi chica del Este”. Maratónica carrera, por cierto: lanzada en 1989, cuando el Bundestag la elevó a la Cancillería en 2005, la profesora de física de la antigua RDA comunista se convirtió en la primera mujer en gobernar Alemania desde los tiempos de la emperatriz Teófana Skleraina, en el año mil de nuestra era.
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PROGRAMA DE HIERRO

Pero por más que lo intenta, la nueva líder de la derecha europea no encuentra las condiciones suficientes para llevar adelante un programa liberalizador a rajatabla, como su precursora inglesa, lady Thatcher. La reducción del tamaño de la primera economía europea (teóricamente, la “locomotora de Europa”), la obvia concentración de la renta en pocas manos, la disminución de la solidaridad trasfronteriza –como quedó evidente en la renuencia de Merkel en asistir a Grecia en el estallido de la crisis-, y el debilitamiento del proceso de integración continental al hacer tan fuerte hincapié en la faz exclusivamente económica de la organización, están abriendo aguas por varios costados. Y el golpe recibido por la canciller y su partido esta semana, con ocasión de las votaciones para designar presidente de la República Federal, demuestran que el apoyo interno de la jefa de gobierno también se ha cuarteado, y su imagen positiva se ha precipitado a mínimos.
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El guión de Merkel intentaba ser previsible, nada original, pero sólido: valores cristianos para un programa conservador. Defensa de la familia como unidad social, oposición al aborto, a la muerte asistida, y a la experimentación en clonación de embriones; control a la inmigración (especialmente a los turcos, y a los provenientes de sociedades musulmanas); restricción de derechos sociales (como la reducción de la edad jubilatoria); alianza estratégica con los norteamericanos y veto a la entrada de Turquía a la Unión Europea. En síntesis, podría definirse su estrategia como un “volver a casa”. Merkel siente que Alemania ha estado condicionada durante medio siglo por el fuerte sentimiento de culpa tras las dos guerras mundiales que la tuvieron como protagonista desencadenante, y tras el Holocausto judío de la locura nazi. Durante toda la segunda mitad del siglo XX la fuerza alemana ha estado puesta en el “afuera”, en la reconstrucción de Europa, en el resarcimiento a los judíos mediante el apoyo al Estado de Israel, en la conversión del marco en el euro (y del Bundesbank en el Banco Central Europeo), en el giro de divisas para que los países menos desarrollados del continente se pusieran a un nivel más acorde a las grandes economías.
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Merkel dice, de varias maneras, que durante todos estos años Alemania ha trabajado, se ha esforzado, ha ahorrado, ha sido respetuosa de la transparencia en las cuentas públicas y en el control de los bancos, mientras otros derrochaban, gastaban por encima de sus posibilidades, y opacaban voluntariamente las cuentas gubernamentales para seguir obteniendo créditos blandos. Es tiempo, sostiene la canciller, que Alemania vuelva a mirar hacia dentro, y que se ocupe de su casa. Sus nuevos socios del Partido Liberal – FDP no pueden estar más de acuerdo.
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MIRADAS CORTAS

Pero Ángela Merkel, a diferencia de todos los cancilleres que la han precedido, nació después de la guerra. De todas las guerras. La elección de volver la mirada hacia las realidades nacionales supone relegar objetivamente la perspectiva que trajo la paz a una Europa destrozada tras dos conflagraciones mundiales, pero también con una carga de viejas guerras en toda su larga historia. Esa larga y dura historia es la que logró quebrarse con el proyecto de una Europa unida, donde los intereses nacionales fueran paulatinamente dejando lugar a un espacio común. Un proyecto, además, que requiere que las decisiones económicas se pongan al servicio de las estrategias políticas. Esa fue la opción de los padres fundadores de la actual Unión Europea, y esa es la alternativa que Merkel está cuestionando en el fondo. Le han dado el Premio Carlomagno por su espíritu europeísta, pero sus porturas políticas no dejan de poner en duda la fortaleza de ese espíritu continental.
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Esta semana, sus propios electores le han mostrado una señal de advertencia sobre el suelo resbaladizo que está transitando. La presidencia de la República Federal, la jefatura formal del Estado, la ocupaba el economista Horst Kohler, que decidió imprevistamente renunciar, molesto por los remilgos del gobierno de Merkel para salir al rescate de la economía griega en el estallido de la crisis. Para suplir a Kohler, la CDU propuso la candidatura de Christian Wulff, hasta ahora el democristiano gobernador de Baja Sajonia, con la confianza de que los porcentajes de apoyo popular se trasladarían a las votaciones en el Bundestag. Pero se necesitaron tres rondas de votos para que la canciller pudiera imponer su candidato a la presidencia.
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La inflexibilidad de hierro de sus posturas liberales no están siendo bien recibidas por los alemanes. Ángela Merkel, además, ha utilizado la supremacía de su cargo al frente de la primera potencia europea para extender sus opciones a los demás países del continente: todos, sin excepción, han abrazado la vía del achicamiento de los déficit y de la deuda pública, a pesar de la protesta social creciente y de las advertencias sobre los riesgos de caer masivamente en un período recesivo aún más pronunciado. Y es más: ha sido Merkel y la fuerza conjunta de los europeos la que ha marcado la agenda de la reciente cumbre del Grupo de los 20, donde las viejas recetas neoconservadoras han vuelto a obtener patente de corso.
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Pero casi el 90 por ciento de los alemanes, según un muy confiable sondeo público, están disconformes con la gestión de su canciller. Si hoy hubiese elecciones anticipadas (y puede haberlas), sería muy poco probable que Ángela Merkel lograse mantener la jefatura del gobierno. Esperaban una nueva Dama de Hierro, pero apenas era de hojalata.
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nelson.specchia@gmail.com
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