lunes, 5 de julio de 2010

Vacas flacas y agresivas (17 06 10)

Vacas flacas y agresivas
por Nelson Gustavo Specchia
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En los tiempos de vacas gordas, todo es optimismo. Pero cuando sobreviene una tormenta crítica que descalabra las certezas y esos objetivos de largo plazo que parecían atados y seguros, aparecen en escena actos de arrojo y valentía; pero también surge el costado más oscuro del egoísmo, la cerrazón, el miedo al otro, la expulsión del diferente, la cobardía.
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Y estamos hablando de política.
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Desde diferentes puntos del globo recibimos en estos días señales de tensión, de endurecimiento, de efectos inesperados de esta depresión global que lleva ya dos años adelgazando vacas y no tiene visos de remitir. Desde el incendio del odio étnico en los lejanos valles del centro de Asia, pasando por picos de intolerancia en el sempiterno conflicto árabe-israelí en Oriente próximo, y hasta los buenos resultados electorales obtenidos por partidos separatistas y xenófobos en el corazón de Europa, las estrategias para enfrentar estas incertidumbres están lejos de aportar grados de solidaridad humanística a nuestro tiempo.
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Viejas recetas, nuevos ajustes
Cuando explotó la crisis por las hipotecas y los endeudamientos baratos, las censuras hacia las recetas neoliberales y neoconservadoras ocuparon la mayor parte de los espacios de análisis y de opinión, así como la indicación de la responsabilidad de los grandes bancos de inversión y de las oscuras empresas calificadoras del riesgo de las cuentas públicas de los países. Sin embargo, a tan poco andar y sin haber logrado que los coletazos más duros de ese golpe económico se despejen del horizonte, las viejas y fracasadas recetas que convierten al libre mercado prácticamente en deidad de culto político vuelven a insertarse lentamente en las decisiones de las máximas instancias ejecutivas. No son los pobres y los sectores más desfavorecidos los se protegen prioritariamente, como se anunciaba a los cuatro vientos al explotar la crisis, sino aquellos mismos bancos de inversión y empresas tan denostadas. Los sectores vulnerables, si acaso, vuelven a estar en las variables del ajuste: despidos para flexibilizar el mercado de trabajo, indemnizaciones más baratas, jubilaciones menores y en plazos más largos. Esta parece ser la ruta elegida por los países miembros de la Unión Europea, la región que hace apenas medio siglo redescubrió el Estado de Bienestar y el desarrollo basado en el aumento de los derechos y beneficios de las grandes mayorías.
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Hace apenas dos años, cuando Alemania ocupaba su turno de presidencia rotatoria en el Consejo (la reunión de los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea, el verdadero lugar del poder, más allá de los funcionarios y los comisarios que ocupan las jerarquías de los órganos burocráticos), el consenso mayoritario era que los problemas se enfrentarían con estrategias puntuales, sin tocar los derechos sociales construido laboriosamente por la sociedad política europea desde la segunda posguerra. Esa postura, sin embargo, se ha disuelto en el aire a una velocidad insospechada, y el Consejo Europeo reunido en Bruselas esta semana, bajo presidencia española, enterró aquellos principios e instaló –también como postura común y hegemónica del liderazgo continental, independientemente del color político del partido en el gobierno- la austeridad, el achicamiento del gasto, el enfriamiento de la economía, el freno al crecimiento, y el ahorro por vía de la restricción de derechos sociales, desde el sueldo de los empleados públicos a la jubilación de los mayores.
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Esperanzas frustradas
Estos planes de ahorro, drásticos y en la mejor tradición neoliberal, implican un salto hacia atrás en la propia concepción de Europa como “soft power”, como ejemplo de experimento político a ser imitado, no sólo por terceros países de otras latitudes, sino por los propios socios menores de la organización continental, recién llegados al proceso de integración (y en algunos casos, como los países ex comunistas de la Europa del Este, llegados no hace tanto a la propia democratización interna). Pero éstos son impelidos por las grandes locomotoras de Europa –Alemania y Francia, principalmente- a seguir la misma vía. Letonia ha puesto su economía en manos del Fondo Monetario Internacional. Y la República de Irlanda ha sido empujada a crear nuevos impuestos y aumentar la edad jubilatoria. (Hace muy poco tiempo, un gobernador cordobés organizó una misión de empresarios y académicos locales para visitar el “milagro irlandés”, del que, a este paso, en breve quedará poco).
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Los ex Estados comunistas de Hungría, Rumania y Bulgaria, deberán ajustar el cinturón o enfrentarse a la bancarrota, el Banco Central Europeo sólo les da esas dos posibilidades. En los tres países los sueldos públicos sufrirán un recorte, en promedio, del 15 por ciento (siendo, como son, ya bajos respecto del promedio continental), y exponer sus cuentas públicas a la auditoría y fiscalización del FMI. La República Checa, Polonia y Eslovaquia, relativamente más estables, están a la expectativa de tener que lanzarse a la vía del ajuste.
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La que abrió esta vía fue la economía griega, y a costo de sangre. A principios de mayo, en una movilización contra la restricción de derechos sociales, murieron tres manifestantes en Atenas, pero el gobierno siguió adelante y merced a las medidas restrictivas impuestas, accedió a créditos del FMI y del fondo europeo (donde los alemanes son los principales aportantes) luego de un largo período de dudas de la canciller Ángela Merkel. Varios diputados alemanes sugirieron que Grecia vendiera el Partenón, o que privatizara las Cícladas, pero que no le pidieran la plata a ellos. La solidaridad con la que se construyó la Unión Europea empezó a hacer agua por todos lados, y el gobierno heleno de Georgios Papandreu cargó el costo del achicamiento del déficit en los empleados públicos, en los jubilados, y en los consumidores (aumentó el IVA al 23 por ciento).
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Tú también, España
Tras la crisis griega, a la dirigencia europea la ganó el espanto. Cualquier cosa, menos parecerse a Grecia, o que alguien diga, en algún periódico financiero, que nos parecemos a Grecia. Sin embargo, las aseguradoras de riesgo –que a pesar de lo dicho por todos a principios de la crisis, siguen sin control estatal o supranacional ninguno- comenzaron a deslizar que los siguientes candidatos en la lista serían España y Portugal, con cuentas sin sanear, déficits pronunciados, grandes endeudamientos de sus sectores privados, y una desocupación alarmantemente alta.
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Merkel sugirió que el gobierno socialista español podría recurrir al fondo de ayuda europeo (con lo cual, además, le daba una ayuda a sus correligionarios del Partido Popular español, que esperan ansiosos que la crisis se lleve puesto al ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero) y ardió Madrid. A pesar de la certeza de tener que enfrentar una huelga general, Zapatero se plantó frente a las Cortes y dijo que ajustaría las cuentas, sin dejar de salvar a varios bancos, endeudados por aquellos famosos y criticados créditos irresponsables de la burbuja inmobiliaria. Pero, si se salvan los bancos, ¿quién cargará el ajuste? Los trabajadores y los jubilados: se reformó por decreto todo el sector laboral, se eliminó el aporte a los padres y madres de recién nacidos, se abarató el despido, se disminuyeron las indemnizaciones y en breve se alargará la edad jubilatoria. Para el año que viene, como si esto fuera poco, el ajuste deberá profundizarse.
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Los dos años largos que lleva la crisis financiera y económica no dejan de poner de relieve la inexactitud y fracaso de las recetas neoliberales y conservadoras. Sin embargo, los partidos socialdemócratas han quedado descolocados con la crisis que no vieron venir (y que incluso negaron durante buen tiempo, como el caso del propio Zapatero en España), lo que ha impactado en sus apoyos electorales. Porque asistimos a la paradoja de que las políticas liberales que están destruyendo el Estado de Bienestar creado y alimentado por los socialdemócratas, son apoyadas por éstos, para gran confusión de sus electores. La izquierda pierde peso aceleradamente en los gobiernos –los pocos gobiernos socialistas que van quedando- y sus apoyos migran hacia partidos ecologistas y hacia organizaciones no gubernamentales (ONG).
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La centroderecha conservadora, por el contrario, no para de crecer. Y los gobiernos capitaneados por ella no han dudado en afirmar que se sumarán a la tendencia general del ajuste. El presidente francés Nicolás Sarkozy ya anunció que aumentará progresivamente la edad jubilatoria, a pesar de la resistencia social que encontrará en el camino. El italiano Silvio Berlusconi y el recientemente asumido gobierno “tory” de David Cameron harán lo propio.
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La curva de tormenta, en todo caso, no parece que vaya a detenerse en los ajustes económicos. Está alcanzando niveles más profundos, donde los grados de convivencia social y apertura al otro, al distinto, a la radical pregunta y cuestionamiento que plantea el diferente a nosotros mismos en el seno del cuerpo social, comienzan a ponerse en entredicho. Y ese sí que era el gran aporte de Europa a Occidente y al mundo. Pero en la semana pasada, las elecciones holandesas mostraron el aumento sorprendente de un partido xenófobo, que se acaba de convertir en la tercera fuerza política nacional, y cuyo principal punto programático es la expulsión de los musulmanes de Holanda. En Bélgica, por los mismos días, el partido nacionalista y separatista NVA se convirtió en la fuerza más votada de la mitad flamenca del país; la meta del NVA es romper Bélgica en dos partes y expulsar a los valones francófonos del sur.
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Las vacas flacas, a veces, se vuelven agresivas.
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Periscopio – Magazine – Hoy Día Córdoba – viernes, 17 de junio de 2010
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