Ruido de sables en Ormuz
por Nelson Gustavo Specchia
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El lunes de esta semana, Lady Catherine Ashton –la discutida coordinadora de la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea- anunció finalmente que la asociación continental embarga la importación del petróleo proveniente de los pozos ubicados en la República Islámica de Irán. En una vuelta de tuerca –que si no es definitiva, al menos será sustancialmente dañina para la estructura económica persa- los europeos han decidido sumarse a la estrategia de presión multilateral para que el régimen de los ayatollahs abandone la carrera atómica. Digo que la decisión de la diplomacia conjunta europea constituirá un daño real, porque a diferencia de las sanciones globales adoptadas por la comunidad internacional (ya van cuatro rondas de profundización en las penalidades hacia Teherán adoptadas en las Naciones Unidas), y también a distancia de los efectos empíricos de las sanciones bilaterales tomadas por el Departamento de Estado norteamericano, los europeos –importadores netos- son unos clientes importantes de la industria petrolera iraní. En bloque, la Unión Europea le compra casi un 30 por ciento del petróleo que Irán exporta, y esas exportaciones de crudo significan más del 80 por ciento de las divisas que ingresan a la economía de la República Islámica. El embargo anunciado por Lady Ashton, más allá de los intentos de relativización de los portavoces iraníes, no será un apriete menor. Salvo... que se cruce China en el camino.
Además del freno a los seiscientos mil barriles diarios de crudo persa que cruzaban el Mediterráneo e ingresaban en territorio europeo, desde esta semana el embargo respaldado por un comunicado conjunto de los tres líderes más importantes del continente –Ángela Merkel, Nicolás Sarkozy y David Cameron- alcanza también a un nutrido conjunto de actividades relacionadas: veta el intercambio de productos derivados del petróleo; a las compañías y sistemas de financiamiento de los intercambios; a los servicios de aseguradoras de las transacciones internacionales; y a la exportación hacia Teherán de productos petroquímicos y de maquinarias y piezas de repuesto, que son críticas para la manutención de la industria petrolera en los pozos y en las refinerías. Y como si no fuera suficiente, el embargo de Lady Ashton alcanza al Banco Central iraní, al que le congelan todos los activos que hoy tenga en países de la Unión Europea.
La medida ha sido la más fuerte de toda la batería diplomática puesta hasta ahora sobre la mesa, con la explícita intención de que el régimen teocrático de los ayatollahs y el gobierno ultraconservador del presidente Mahmmoud Ahmadinejad frenen el enriquecimiento de uranio y el desarrollo de su plan atómico. Así lo admite, con todas las letras, el comunicado emitido por Merkel y sus colegas, apenas unos momentos después de que Lady Ashton anunciara el embargo: el paquete de sanciones y el cierre del comercio, dicen, obedecen al hecho de que Teherán no ha conseguido “restablecer la confianza internacional en la naturaleza exclusivamente pacífica de su programa nuclear.”
ES LA BOMBA, ESTÚPIDO
Y los iraníes no podrán “restablecer” esa confianza porque a estas alturas ya está claro que de lo que se trata es de la obtención de la bomba. Si se lo niega públicamente, sólo es para no dar una excusa obvia a un aumento de la tensión, incluyendo la militar. Pero todos los indicadores llevan necesariamente a esa conclusión. Éstos se podrían dividir en tres grupos de argumentaciones: los motivos geoestratégicos, los ideológicos, y los religiosos (aunque quizá no precisamente en ese orden de jerarquía). Respecto del primer conjunto de razones, en esta misma columna intentamos mostrar, la semana pasada, la soledad regional y global en la que está obligado a moverse el régimen iraní y su especificidad diferenciada (“¿Qué hace Ahmadinejad en América latina?”, HDC 20/01/2012). Después de la intervención estadounidense en el vecino Irak, la guerra afgana, la primavera árabe destrozando aquellos regímenes otrora fuertes y sólidos, y la Siria de los Al Assad a punto de seguir un camino cercano al de las viejas autocracias del Norte de África, el régimen iraní se percibe a sí mismo en una soledad de isla en medio de un mar hostil. Y la principal cara de confrontación regional sólo está a pocos kilómetros: Israel; y los cómputos más conservadores calculan en 200 las cabezas nucleares del arsenal israelí, listas para ser montadas en misiles de alcance medio y largo. Un conjunto de razones objetivas para que Teherán busque la bomba. Los otros dos grupos de argumentos, hacen a la disputa política y religiosa con Arabia Saudita y con el Islam sunnita: disponer del uranio enriquecido a un nivel de uso bélico volvería a poner las pesas en la balanza del liderazgo regional en el platillo de los chiítas.
Por estos conjuntos de elementos, considero que seguir discutiendo si lo que Irán quiere realmente es la bomba o no, empieza a ser un tema superado. En todo caso, si no se tomaran en cuenta estas consideraciones de análisis, la propia argumentación pública del gobierno de Ahmadinejad se cae por su propio peso: ¿qué país estaría dispuesto a perder más de la cuarta parte de sus exportaciones por perseguir un desarrollo tecnológico para generar energía eléctrica, cuando se encuentra navegando en un mar de petróleo cuyas reservas netas lo ubican en el quinto lugar mundial?
Por ello, hasta el propio discurso oficial de Teherán está virando. Los voceros de la presidencia y de la cancillería iraní han coincido las últimas semanas en una nueva versión: la presión de Occidente (de la que el embargo europeo de esta semana forma parte) estaría empujando a que, ahora sí, al régimen de los ayatollahs no le quede más remedio que buscar tener la bomba.
Entonces, dando este tema por sentado, el “problema” iraní tendría tres formas de expresarse. Que Teherán esté en el camino de obtención de la bomba, es uno de ellos. Que alcance ese objetivo (algunos análisis calculan el plazo de un año, no más allá), generaría otro abanico de cuestiones. Y la tercera forma de abordarlo es preguntándose si los métodos empleados por los Estados Unidos, la ONU y la Unión Europea hasta ahora darán resultado para conjurar los dos anteriores. Porque el problema gordo aparece si la respuesta a esta tercera cuestión, como todo parece indicar, sigue siendo negativa.
RUIDO, MUCHO RUIDO
Si los dos grupos que detentan el poder en Irán –el que se reúne en torno al máximo líder espiritual, el ayatollah Alí Khamenei, y los “pashdarán” del presidente Mahmmoud Ahmadinejad- aguantan la pulseada de las presiones, los embargos y las sanciones comerciales, lo que volvería al primer plano serían los ruidos de sables. Y los iraníes pueden aguantar: si bien Europa ha sido hasta ahora el destino de esos 600.000 barriles diarios (España, Grecia e Italia dependían energéticamente hasta esta semana en alrededor de un 15 por ciento de su consumo del petróleo iraní), China, Japón, India y Corea del Sur son otros de los ávidos y necesitados clientes del crudo persa. Si China aumenta sus importaciones, el embargo europeo no habrá causado más que algunos rasguños a la economía iraní.
Con esta previsión, algunos halcones de la Casa Blanca han vuelto a aparecer, con tesis de infeliz y reciente memoria. Sorprendió mucho un ensayo aparecido en el último número de la revista Foreign Affairs, firmado por el profesor Matthew Kroenig, titulado “Time to Attack Iran”. La revista, publicada por el Council on Foreign Relations –uno de los principales centros de generación de política exterior del mundo- tiene una gravitante influencia en el Departamento de Estado norteamericano; y el profesor Kroenig, además, forma parte del equipo de asesores de Barack Obama en temas de defensa. Como el expresivo título del artículo lo anuncia, Kroenig presenta un plan de ataque preventivo a Irán, del que opina que no debe demorarse más. Estados Unidos no tendría alternativa a bombardear la planta de uranio de Natanz, el reactor de agua pesada de Arak y las centrifugadoras de Teherán. Sólo así se mantendría abierto y asegurado el estrecho de Ormuz y se destruiría la posibilidad de la bomba nuclear persa, algo que el propio presidente Obama repite a diario que no está dispuesto a permitir. Todos los aspectos del alcance de los bombardeos, sus características técnicas, sus implicancias políticas y sus consecuencias, están analizados al detalle y puestos a disposición de la Casa Blanca, y nada menos que en la Foreign Affairs de enero/febrero de 2012.
Mucho ruido de sables, y en año electoral en Washington. Va a ser difícil parar la nueva aventura de los halcones.
Hoy Día Córdoba – Periscopio – Magazine – viernes 27 de enero de 2012
por Nelson Gustavo Specchia
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El lunes de esta semana, Lady Catherine Ashton –la discutida coordinadora de la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea- anunció finalmente que la asociación continental embarga la importación del petróleo proveniente de los pozos ubicados en la República Islámica de Irán. En una vuelta de tuerca –que si no es definitiva, al menos será sustancialmente dañina para la estructura económica persa- los europeos han decidido sumarse a la estrategia de presión multilateral para que el régimen de los ayatollahs abandone la carrera atómica. Digo que la decisión de la diplomacia conjunta europea constituirá un daño real, porque a diferencia de las sanciones globales adoptadas por la comunidad internacional (ya van cuatro rondas de profundización en las penalidades hacia Teherán adoptadas en las Naciones Unidas), y también a distancia de los efectos empíricos de las sanciones bilaterales tomadas por el Departamento de Estado norteamericano, los europeos –importadores netos- son unos clientes importantes de la industria petrolera iraní. En bloque, la Unión Europea le compra casi un 30 por ciento del petróleo que Irán exporta, y esas exportaciones de crudo significan más del 80 por ciento de las divisas que ingresan a la economía de la República Islámica. El embargo anunciado por Lady Ashton, más allá de los intentos de relativización de los portavoces iraníes, no será un apriete menor. Salvo... que se cruce China en el camino.
Además del freno a los seiscientos mil barriles diarios de crudo persa que cruzaban el Mediterráneo e ingresaban en territorio europeo, desde esta semana el embargo respaldado por un comunicado conjunto de los tres líderes más importantes del continente –Ángela Merkel, Nicolás Sarkozy y David Cameron- alcanza también a un nutrido conjunto de actividades relacionadas: veta el intercambio de productos derivados del petróleo; a las compañías y sistemas de financiamiento de los intercambios; a los servicios de aseguradoras de las transacciones internacionales; y a la exportación hacia Teherán de productos petroquímicos y de maquinarias y piezas de repuesto, que son críticas para la manutención de la industria petrolera en los pozos y en las refinerías. Y como si no fuera suficiente, el embargo de Lady Ashton alcanza al Banco Central iraní, al que le congelan todos los activos que hoy tenga en países de la Unión Europea.
La medida ha sido la más fuerte de toda la batería diplomática puesta hasta ahora sobre la mesa, con la explícita intención de que el régimen teocrático de los ayatollahs y el gobierno ultraconservador del presidente Mahmmoud Ahmadinejad frenen el enriquecimiento de uranio y el desarrollo de su plan atómico. Así lo admite, con todas las letras, el comunicado emitido por Merkel y sus colegas, apenas unos momentos después de que Lady Ashton anunciara el embargo: el paquete de sanciones y el cierre del comercio, dicen, obedecen al hecho de que Teherán no ha conseguido “restablecer la confianza internacional en la naturaleza exclusivamente pacífica de su programa nuclear.”
ES LA BOMBA, ESTÚPIDO
Y los iraníes no podrán “restablecer” esa confianza porque a estas alturas ya está claro que de lo que se trata es de la obtención de la bomba. Si se lo niega públicamente, sólo es para no dar una excusa obvia a un aumento de la tensión, incluyendo la militar. Pero todos los indicadores llevan necesariamente a esa conclusión. Éstos se podrían dividir en tres grupos de argumentaciones: los motivos geoestratégicos, los ideológicos, y los religiosos (aunque quizá no precisamente en ese orden de jerarquía). Respecto del primer conjunto de razones, en esta misma columna intentamos mostrar, la semana pasada, la soledad regional y global en la que está obligado a moverse el régimen iraní y su especificidad diferenciada (“¿Qué hace Ahmadinejad en América latina?”, HDC 20/01/2012). Después de la intervención estadounidense en el vecino Irak, la guerra afgana, la primavera árabe destrozando aquellos regímenes otrora fuertes y sólidos, y la Siria de los Al Assad a punto de seguir un camino cercano al de las viejas autocracias del Norte de África, el régimen iraní se percibe a sí mismo en una soledad de isla en medio de un mar hostil. Y la principal cara de confrontación regional sólo está a pocos kilómetros: Israel; y los cómputos más conservadores calculan en 200 las cabezas nucleares del arsenal israelí, listas para ser montadas en misiles de alcance medio y largo. Un conjunto de razones objetivas para que Teherán busque la bomba. Los otros dos grupos de argumentos, hacen a la disputa política y religiosa con Arabia Saudita y con el Islam sunnita: disponer del uranio enriquecido a un nivel de uso bélico volvería a poner las pesas en la balanza del liderazgo regional en el platillo de los chiítas.
Por estos conjuntos de elementos, considero que seguir discutiendo si lo que Irán quiere realmente es la bomba o no, empieza a ser un tema superado. En todo caso, si no se tomaran en cuenta estas consideraciones de análisis, la propia argumentación pública del gobierno de Ahmadinejad se cae por su propio peso: ¿qué país estaría dispuesto a perder más de la cuarta parte de sus exportaciones por perseguir un desarrollo tecnológico para generar energía eléctrica, cuando se encuentra navegando en un mar de petróleo cuyas reservas netas lo ubican en el quinto lugar mundial?
Por ello, hasta el propio discurso oficial de Teherán está virando. Los voceros de la presidencia y de la cancillería iraní han coincido las últimas semanas en una nueva versión: la presión de Occidente (de la que el embargo europeo de esta semana forma parte) estaría empujando a que, ahora sí, al régimen de los ayatollahs no le quede más remedio que buscar tener la bomba.
Entonces, dando este tema por sentado, el “problema” iraní tendría tres formas de expresarse. Que Teherán esté en el camino de obtención de la bomba, es uno de ellos. Que alcance ese objetivo (algunos análisis calculan el plazo de un año, no más allá), generaría otro abanico de cuestiones. Y la tercera forma de abordarlo es preguntándose si los métodos empleados por los Estados Unidos, la ONU y la Unión Europea hasta ahora darán resultado para conjurar los dos anteriores. Porque el problema gordo aparece si la respuesta a esta tercera cuestión, como todo parece indicar, sigue siendo negativa.
RUIDO, MUCHO RUIDO
Si los dos grupos que detentan el poder en Irán –el que se reúne en torno al máximo líder espiritual, el ayatollah Alí Khamenei, y los “pashdarán” del presidente Mahmmoud Ahmadinejad- aguantan la pulseada de las presiones, los embargos y las sanciones comerciales, lo que volvería al primer plano serían los ruidos de sables. Y los iraníes pueden aguantar: si bien Europa ha sido hasta ahora el destino de esos 600.000 barriles diarios (España, Grecia e Italia dependían energéticamente hasta esta semana en alrededor de un 15 por ciento de su consumo del petróleo iraní), China, Japón, India y Corea del Sur son otros de los ávidos y necesitados clientes del crudo persa. Si China aumenta sus importaciones, el embargo europeo no habrá causado más que algunos rasguños a la economía iraní.
Con esta previsión, algunos halcones de la Casa Blanca han vuelto a aparecer, con tesis de infeliz y reciente memoria. Sorprendió mucho un ensayo aparecido en el último número de la revista Foreign Affairs, firmado por el profesor Matthew Kroenig, titulado “Time to Attack Iran”. La revista, publicada por el Council on Foreign Relations –uno de los principales centros de generación de política exterior del mundo- tiene una gravitante influencia en el Departamento de Estado norteamericano; y el profesor Kroenig, además, forma parte del equipo de asesores de Barack Obama en temas de defensa. Como el expresivo título del artículo lo anuncia, Kroenig presenta un plan de ataque preventivo a Irán, del que opina que no debe demorarse más. Estados Unidos no tendría alternativa a bombardear la planta de uranio de Natanz, el reactor de agua pesada de Arak y las centrifugadoras de Teherán. Sólo así se mantendría abierto y asegurado el estrecho de Ormuz y se destruiría la posibilidad de la bomba nuclear persa, algo que el propio presidente Obama repite a diario que no está dispuesto a permitir. Todos los aspectos del alcance de los bombardeos, sus características técnicas, sus implicancias políticas y sus consecuencias, están analizados al detalle y puestos a disposición de la Casa Blanca, y nada menos que en la Foreign Affairs de enero/febrero de 2012.
Mucho ruido de sables, y en año electoral en Washington. Va a ser difícil parar la nueva aventura de los halcones.
Hoy Día Córdoba – Periscopio – Magazine – viernes 27 de enero de 2012