Columna “En foco” - El Mundo - página 2 - Hoy Día Córdoba – martes 7 de febrero de 2012
Dilma y sus muchachos
por Pedro I. de Quesada
.
.
A Dilma Rousseff se le ha hecho cuesta arriba este primer año de gobierno. Ha tenido que apelar a esfuerzos adicionales, y por varios frentes. Algunos, ya podían prefigurarse: tendría que remar después de esa riada tumultuosa que fueron las dos presidencias de Luíz Inácio da Silva, el carismático Lula.
Y el hecho de ser mujer (y madre, sin marido a la vista) no iba precisamente a allanarle el camino. Demostrar, además, que no era una apéndice de continuismo sino que tenía ideas propias, y que éstas serían diferentes respecto de la década comandada por Lula (hasta confrontativas incluso: v. g. Irán).
Y en todas estas materias “Dilminha” ha logrado construir un perfil distintivo en este primer año. Ha demostrado con largueza tener una visión de conjunto de la política de la potencia sudamericana, y también comprensión del sentimiento popular.
A nivel internacional, independencia de criterio y pragmatismo, las dos características dominantes de la mejor política exterior brasilera y de la diplomacia fundada por el barón de Rio Branco.
Pero en este concierto, Dilma ha tenido un flanco débil; que apareció muy tempranamente en sus equipos de gabinete y sigue impidiendo que su gobierno muestre una constitución fuerte: la corrupción en los máximos niveles ministeriales.
En la primera semana de febrero volvió a patear el escenario brasileño una noticia que se va transformando en una lamentable habitualidad: el ministro de las Ciudades, Mário Negromonte, fue expulsado del gabinete de Dilma por corrupción. La renuncia de un miembro del gabinete presidencial por corrupción es un hecho gravísimo para cualquier sistema que busque su consolidación institucional.
Y cuando este hecho no se presenta como un fenómeno aislado y circunstancial, ya no preocupa tanto la gravedad de la noticia sino la propia estabilidad interna del sistema de alianzas que rodea al partido en el gobierno.
Negromonte, hasta la semana pasada titular de un ministerio que maneja un voluminoso presupuesto para infraestructuras, ha sido el séptimo colaborador inmediato de la presidenta que es obligado a dejar el Poder Ejecutivo, en el breve lapso de un año.
La sangría de ministros comenzó con el cargo más importante, el Jefe de la Casa Civil (jefe de gabinete), un cargo que ejerció con Lula la propia Dilma y del que tuvo que expulsar por corrupción a Antonio Palocci a poco de estrenar su mandato presidencial.
Esta moneda, como todas, tiene dos caras: muestra, efectivamente, que el largo período del Partido de los Trabajadores en el poder ha erosionado parte de su clase dirigente, y que la corrupción al máximo nivel de conducción, las prebendas y negociados de dirigentes del PT con diversas mafias, tiene en Brasil un tamaño preocupante.
Pero también muestra la decisión de Dilma de asumir el precio político y descabezar a cuantos hagan falta.
Habrá que ver si logra aislar la fruta podrida del cajón.
.
Dilma y sus muchachos
por Pedro I. de Quesada
.
.
A Dilma Rousseff se le ha hecho cuesta arriba este primer año de gobierno. Ha tenido que apelar a esfuerzos adicionales, y por varios frentes. Algunos, ya podían prefigurarse: tendría que remar después de esa riada tumultuosa que fueron las dos presidencias de Luíz Inácio da Silva, el carismático Lula.
Y el hecho de ser mujer (y madre, sin marido a la vista) no iba precisamente a allanarle el camino. Demostrar, además, que no era una apéndice de continuismo sino que tenía ideas propias, y que éstas serían diferentes respecto de la década comandada por Lula (hasta confrontativas incluso: v. g. Irán).
Y en todas estas materias “Dilminha” ha logrado construir un perfil distintivo en este primer año. Ha demostrado con largueza tener una visión de conjunto de la política de la potencia sudamericana, y también comprensión del sentimiento popular.
A nivel internacional, independencia de criterio y pragmatismo, las dos características dominantes de la mejor política exterior brasilera y de la diplomacia fundada por el barón de Rio Branco.
Pero en este concierto, Dilma ha tenido un flanco débil; que apareció muy tempranamente en sus equipos de gabinete y sigue impidiendo que su gobierno muestre una constitución fuerte: la corrupción en los máximos niveles ministeriales.
En la primera semana de febrero volvió a patear el escenario brasileño una noticia que se va transformando en una lamentable habitualidad: el ministro de las Ciudades, Mário Negromonte, fue expulsado del gabinete de Dilma por corrupción. La renuncia de un miembro del gabinete presidencial por corrupción es un hecho gravísimo para cualquier sistema que busque su consolidación institucional.
Y cuando este hecho no se presenta como un fenómeno aislado y circunstancial, ya no preocupa tanto la gravedad de la noticia sino la propia estabilidad interna del sistema de alianzas que rodea al partido en el gobierno.
Negromonte, hasta la semana pasada titular de un ministerio que maneja un voluminoso presupuesto para infraestructuras, ha sido el séptimo colaborador inmediato de la presidenta que es obligado a dejar el Poder Ejecutivo, en el breve lapso de un año.
La sangría de ministros comenzó con el cargo más importante, el Jefe de la Casa Civil (jefe de gabinete), un cargo que ejerció con Lula la propia Dilma y del que tuvo que expulsar por corrupción a Antonio Palocci a poco de estrenar su mandato presidencial.
Esta moneda, como todas, tiene dos caras: muestra, efectivamente, que el largo período del Partido de los Trabajadores en el poder ha erosionado parte de su clase dirigente, y que la corrupción al máximo nivel de conducción, las prebendas y negociados de dirigentes del PT con diversas mafias, tiene en Brasil un tamaño preocupante.
Pero también muestra la decisión de Dilma de asumir el precio político y descabezar a cuantos hagan falta.
Habrá que ver si logra aislar la fruta podrida del cajón.
.