viernes, 17 de febrero de 2012

El laberinto sirio (17 02 12)

Hoy Día Córdoba – Periscopio – Magazine – viernes 17 de febrero de 2012



El laberinto sirio

por Nelson Gustavo Specchia







En unos días se cumplirá ya un año de los levantamientos populares contra el régimen autocrático de la familia Al Assad y del partido Baaz en la República Árabe Siria, y las Naciones Unidas calculan en seis mil los muertos en la escalada de represión con que el gobierno de Damasco ha hecho frente a las puebladas de protesta.

Una represión que comenzó utilizando las fuerzas regulares del Ejército contra columnas de manifestantes pacíficos y desarmados; que luego –ante la repulsión que generaba esa metodología en las propias filas castrenses, al punto de comenzar un desgranamiento de desertores entre la soldadesca e inclusive entre la alta oficialidad- el Ejecutivo apeló a la instalación de francotiradores, que disparaban indiscriminadamente contra cualquier blanco móvil en las calles de las ciudades sitiadas.

Cuando incluso los francotiradores y los asesinatos selectivos mostraron su ineficacia para detener las protestas, los Al Assad volvieron a redoblar la intensidad de la represión, y comenzaron con bombardeos a los puertos y ciudades costeras desde los buques de guerra, y las ciudades rebeldes del interior empezaron a sentir la dura sangría de los bombardeos de tanques y de artillería pesada. En esta espiral ascendente, que provocó incluso que el secretario general de la ONU, Ban ki Moon, pidiera formalmente que se “detuviera la matanza”, el pequeño círculo que controla el poder en Siria sólo se ha abstenido de utilizar la aviación de guerra, seguramente para no provocar una resolución internacional como la firmada para Libia, de cerrar el espacio aéreo en protección de la población civil, que terminó en el Norte de África desencadenando la intervención de las potencias occidentales y la caída de la tiranía de Muhammar el Khaddafi.

Amén de no haber echado mano a este recurso de matanzas masivas desde el aire, y de haber tenido que limitar la acción del Ejército a los cuerpos más leales, religiosa y personalmente comprometidos con el propio clan gobernante, los golpes de represión a la población civil en este largo año de protestas, deberían haber sido suficientes para provocar una reacción más contundente por parte de la sociedad internacional. Pero, a pesar de todas las deliberaciones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de los embargos, de las medidas de censura, de las sanciones y penalidades económicas a su comercio exterior, de la inclusión de sus principales figuras en las “listas negras” de prácticamente todas las cancillerías europeas, del corte de relaciones diplomáticas y del retiro de los embajadores, y hasta la crítica de los enviados de la Liga Árabe, el régimen resiste. El presidente Bachar al Assad, ese oftalmólogo de mirada fría y gesto desconcertado, se aferra al poder, arropado por su familia inmediata, por el clan ampliado de los parientes, por el entorno sectario de la confesión alauíta, y por un selecto grupo de empresarios de Damasco que han amasado sus fortunas al calor del Baaz.

Esta resistencia, esta obstinación homicida de aferrarse al poder a pesar de un aislamiento casi total, hay –creo- que analizarla con algún detenimiento: las razones de peso que expliquen una continuidad contra natura y contra todo pronóstico.

AHIJADO DEL OSO RUSO

Algunos de estos conjuntos de razones son más evidentes, y la prensa de las últimas semanas se ha concentrado en ellos. El principal eje de apoyo externo ha vuelto a llegar, una vez más, desde Moscú. Después del retiro de los observadores de la Liga Árabe, y de la fuerte presión ejercida por Qatar y Arabia Saudí –en el arco regional árabe- y de los Estados Unidos y la Unión Europea, finalmente el Consejo de Seguridad de la ONU logró un consenso entre todos sus miembros permanentes y transitorios, para emitir un “ultimátum” al régimen de Damasco, en orden a detener los bombardeos con artillería pesada sobre la ciudad rebelde de Homs (cerca de 500 muertos por los ataques de tanques y bombardeos desde comienzos de febrero), y de abrir las negociaciones para permitir una transición democrática.

El embajador ruso en la ONU, Vitaly Churkin, había aceptado que los términos del borrador consensuado reflejaban “los mínimos razonables”, y se preparó la reunión donde se aprobaría. Sin embargo, cuando Churkin se comunicó con el Kremlin, debió poner la marcha atrás, y vetó el documento. China, que hubiera aprobado el texto si Rusia lo hacía, se plegó también al veto. Tanto rusos como chinos tienen, ya se ha dicho hasta el detalle, intereses económicos y comerciales con Damasco.

Pero yo dudo de que en ese plano radique la obstinación de Vladimir Putin de respaldar al clan de los Al Assad. Antes bien, considero que hay fuertes razones simbólicas y de equilibrio global en la estrategia rusa: cuando apoyaron el cierre del espacio aéreo libio, dejaron claro que esa resolución no significaba avalar una intervención militar contra Khaddafi; pero luego, a pesar de estas salvedades, aparecieron ante la opinión general permitiendo los bombardeos de franceses y británicos –con el paraguas de los destructores norteamericanos en la costa frente a Trípoli-, y Putin hará todo lo posible para que esa imagen no se repita. En definitiva, una lógica de “guerra fría” en el discurso interno sigue siendo electoralmente redituable, y los rusos están metidos de llenos en las elecciones presidenciales.

EL HUEVO DE LA SERPIENTE

Pero además de ese contundente respaldo externo, la permanencia de Bachar al Assad al comando de un régimen solitario y aislado tiene que ver con la conformación del frente interno. A diferencia de la organizada oposición a Khaddafi, o inclusive de los sectores desarticulados pero medianamente homogéneos en Túnez y en Egipto, en Siria las divisiones y enfrentamientos intestinos de los múltiples colectivos que conforman la oposición al régimen han terminado siendo uno de sus principales sostenedores.

En el laberinto sirio cada uno va por su lado, y hasta ahora no han encontrado la forma de coincidir en ningún callejón común.

Que la oposición política se encuentre completamente desarticulada es un logro del oculista-presidente y de su padre, que desde la misma independencia del país de la potencia colonial francesa, y desde el establecimiento del partido Baaz como única fuerza política autorizada, han hecho todo lo posible por descabezar las formaciones emergentes. Por ello, la frágil organización opositora tiene la misma juventud que las protestas populares: apenas un año. Pero la diferencia respecto del pasado inmediato radica en que, en esta oportunidad, esos intentos de oposición política coexisten con una nueva manera de hacer frente al clan Al Assad: la militar.

Después del veto ruso en la ONU, el canciller de Putin, Serguei Lavrov, fue recibido en Damasco con todos los honores y una fiesta organizada por los Al Assad para expresarle su agradecimiento. De esa reunión salió Lavrov con el supuesto compromiso de que Bachar adelantará las reformas prometidas, que deberían conducir a una cierta apertura, con habilitación a los partidos políticos y elecciones generales. Esa estrategia hubiera alcanzado, creemos, a parar la revuelta hace un año, cuando comenzaron las marchas pacíficas. Pero ahora, seis mil muertos más tarde, esa oportunidad ya ha pasado. Y el mismo gobierno parece percatarse de ello, por lo que no disminuye en nada la fuerza de la represión, independientemente del sacrifico humano que cause.

Tensada la línea hasta ese punto, la respuesta de la militarización de la oposición se hace cada día más factible. La creación a fines del mes de julio pasado, de una fuerza armada irregular, denominada Ejército Libre Sirio (ELS), e integrada por soldados y oficiales desertores, acaba de ser fortalecida con la absorción del Movimiento de Oficiales Libres (MOL). Ahora, esa guerrilla ya cuenta con una estructura de mando que la convierte en operativa; por su parte, las incorporaciones de soldados desertores se calculan en unos 15.000 efectivos (aunque ellos hablan de más de 40.000).

Dirigido por un Consejo Militar de diez altos oficiales, y encabezado por el ex coronel del Ejército, Riad al Asaad, el Ejército Libre Sirio puede ser la salida interna del laberinto: el traslado del centro del conflicto hacia un enfrentamiento entre dos cuerpos militares. Pero eso también podría llevar a un agravamiento de la cuestión religiosa, ya que los desertores del ELS son mayoritariamente sunnitas, mientras los fieles de los batallones que siguen respondiendo a los Al Assad pertenecen a la minoría chiíta.

A punto de cumplirse un año de iniciada la revuelta, y con un escenario posible de guerra civil y religiosa a la vuelta de la esquina, sólo hay una certeza: los próximos días serán aún más crueles.





nelson.specchia@gmail.com