HOY DÍA CÓRDOBA – columna “Periscopio” – viernes 24 de febrero de 2012.
Las peleas de Chávez
Por Nelson Gustavo Specchia
El presidente venezolano –y comandante en jefe de la Revolución Bolivariana, como le gusta denominarse- es un peleador, y dicho esto en el mejor sentido del término. Esa característica no se la discuten ni propios ni extraños. Desde su misma formación militar, Chávez ha entendido siempre a la política en clave de lucha.
Fiel a las teorías más clásicas de la ciencia política en tanto estrategia, el mandatario venezolano suele citar con frecuencia al antiguo general chino Sun Tzu y su “Arte de la guerra” (quizás el primer tratado militar de la historia, escrito hacia el siglo VIII antes de Cristo), y al mariscal prusiano Karl von Clausewitz, que desarrolló in extenso, en los tiempos modernos, aquellos principios que había desgranado el general chino.
Para ambos, la relación entre la actividad bélica y el ejercicio efectivo del poder tienen muchos puntos en común, demasiados, de manera tal que los principios de un arte pueden –y deben- ser respetados también en la práctica del otro. Por ello, y simplificando al máximo los largos ocho volúmenes de Von Clausewitz, se ha vulgarizado su conclusión de que la guerra no es sino la continuación de la política, sólo cambiando los medios.
En los discursos del comandante Chávez la presencia de sus lecturas militares y estratégicas se hacen evidentes. No me parece tan notorio, por el contrario, algún otro tipo de fuentes. Por caso, no encuentro que el presidente recurra habitualmente a textos de la filosofía moderna. O quizá me equivoco, ya que en este punto que estoy comentando, Chávez parece acercarse, en algunos aspectos, a la concepción de la política que puede deducirse del pensamiento de, por ejemplo, Michel Foucault.
El filósofo francés, que siempre abogó por incursionar en nuevas formas individuales y colectivas de ejercicio del poder político, de manera que cuestionaran radicalmente los modos habituales en que éste ha tenido de realizarse y de concentrarse, invertía aquel apotegama de Von Clausewitz para sostener que, en realidad, es la política la que se muestra como la continuación de la guerra por otros medios.
Foucault admitía que las relaciones de poder en el seno de una sociedad determinada constituyen el dominio de la política, pero agregaba que esta última también hace referencia a una estrategia, o sea, a un ensayo de coordinación, apropiación y control de aquellas relaciones de poder. Así, dos conclusiones que se desprenden de la elaboración filosófica de Michel Foucault tienen que ver con la necesidad de inventar, casi a diario, los esquemas con que intentamos analizar y criticar el ejercicio del poder. Por otro lado, además, el compromiso social del francés lo llevaba a concluir que aquellas estrategias mencionadas deben orientarse a hacer posible la transformación de la realidad política, insertando en ellas nuevos esquemas de participación, de movilización y de compromiso que trasciendan los estrechos límites de la democracia formal-liberal heredada de la Revolución Francesa.
O sea, que hay que pelearla. Contra los adversarios, y contra las adversidades. Y que esa pelea debe estar en el centro de la agenda del gobierno. Exactamente lo que hace Chávez.
ENTRE CAPRILES Y LA INCERTIDUMBRE
Esta semana, Hugo Chávez Frías ha explicitado cuáles serán los adversarios de las peleas que vienen, de aquí a las presidenciales venezolanas del 7 de octubre próximo: Henrique Capriles, el candidato de toda la oposición unificada, y el cáncer.
Casi de pasada, mientras inauguraba unas nuevas instalaciones, el comandante anunció que deberá someterse a una nueva cirugía, para tratarse de otra “lesión” ubicada en el mismo lugar de donde ya le extirparon un tumor hace poco, y deslizó que también esta vez puede tratarse de una afección cancerosa. Atento siempre a las oportunidades y a los contextos donde se hacen los anuncios –igual que las declaraciones de entrada en las batallas- Chávez ha vuelto a insertar un elemento externo, precisamente cuando la supuesta recuperación de la intevención quirúrgica anterior había vuelto a calmar las aguas de la política venezolana.
Porque el chavismo y el aparato del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) siguen disponiendo de un margen considerable de preferencias en el electorado: el presidente mantiene, después de 13 años en el ejercicio efectivo del poder, un apoyo popular superior al 50 por ciento, a pesar de la galopante inflación que golpea los precios minoristas y de unos índices inusitados de violencia social.
Por eso, Chávez contaría con los votos suficientes para optar a un tercer mandato consecutivo y ocupar por un nuevo sexenio la presidencia de Venezuela. Pero esas seguridades se relativizan con la oposición cerrando filas detrás de un único candidato, y con la simpatía del gobernador central de Miranda, Henrique Capriles, de 39 años, deseando entrar en la campaña.
LA CONSPIRACIÓN ONCOLÓGICA
Teniendo presente lo escrito en los primeros párrafos, es legítimo preguntarse en qué medida el anuncio de la aparición de un nuevo tumor en su cuerpo, deslizado casi al pasar el martes de esta semana, no viene a sumarse a la batería de armas con que Chávez está preparándose para dar esta nueva pelea.
Ya a fines del año pasado sugirió que la coincidencia de afecciones oncológicas que padecían los mandatarios latinoamericanos tenía bien poco de casual. Antes de que se descartara el diagnóstico de tumor maligno en la tiroides de Cristina Fernández, sostuvo que el caso de la presidenta argentina; sumado al cáncer de laringe por el que está en tratamiento Lula da Silva; junto a los linfomas detectados en la brasileña Dilma Rousseff; y del que el paraguayo Fernando Lugo parece estar saliendo; más su propia enfermedad (presumiblemente, un cáncer de colon, pero nunca ha dado detalles), lo llevaban a sospechar sobre posibles injerencias de los servicios secretos norteamericanos. Posibles enfermedades inducidas en la personas de los líderes, como una nueva manera de desestabilizar las sociedades gobernadas por ellos.
Lo formuló como una pregunta abierta, que dejaba para las futuras generaciones: “¿Sería acaso extraño que los Estados Unidos hubieran desarrollado una tecnología para inducir el cáncer, y que nadie lo sepa hasta ahora y se descubra esto dentro de cincuenta años o no sé cuánto? No sé, sólo dejo la reflexión, pero esto es muy extraño.”
Ahora, una nueva cirugía, que al parecer es urgente (sería operado nuevamente en La Habana, quizá este mismo fin de semana), recupera la hipótesis de la conspiración oncológica de “los gringos”, y con ello vuelve a reinstalar al enemigo externo.
Por otro lado, pone otra vez en tensión a la sociedad política venezolana, que vuelve a discutir las dos opciones principales: respaldar sin fisuras al comandante-presidente en su pelea contra esta nueva adversidad, o comenzar un debate al interior del gobernante PSUV para definir una posible sucesión a Chávez.
El presidente y su entorno mantienen un férreo control sobre la información médica que se difunde, pero por sus dichos es posible deducir que, si le ha aparecido un nuevo tumor en el mismo lugar de donde le extirparon el anterior (“grande como una pelota de béisbol”, según sus palabras), es porque las sesiones de quimioterapia no han sido exitosas, y la enfermedad ha prosperado. Si así fuese, y el presidente tuviera que volver a repetir un tratamiento como el del año pasado, será muy dificil que pueda embarcarse en los trabajos electorales.
Al menos, no como él acostumbra: dando batalla desde el centro, como figura excluyente de toda la campaña.
nelson.specchia@gmail.com
Las peleas de Chávez
Por Nelson Gustavo Specchia
El presidente venezolano –y comandante en jefe de la Revolución Bolivariana, como le gusta denominarse- es un peleador, y dicho esto en el mejor sentido del término. Esa característica no se la discuten ni propios ni extraños. Desde su misma formación militar, Chávez ha entendido siempre a la política en clave de lucha.
Fiel a las teorías más clásicas de la ciencia política en tanto estrategia, el mandatario venezolano suele citar con frecuencia al antiguo general chino Sun Tzu y su “Arte de la guerra” (quizás el primer tratado militar de la historia, escrito hacia el siglo VIII antes de Cristo), y al mariscal prusiano Karl von Clausewitz, que desarrolló in extenso, en los tiempos modernos, aquellos principios que había desgranado el general chino.
Para ambos, la relación entre la actividad bélica y el ejercicio efectivo del poder tienen muchos puntos en común, demasiados, de manera tal que los principios de un arte pueden –y deben- ser respetados también en la práctica del otro. Por ello, y simplificando al máximo los largos ocho volúmenes de Von Clausewitz, se ha vulgarizado su conclusión de que la guerra no es sino la continuación de la política, sólo cambiando los medios.
En los discursos del comandante Chávez la presencia de sus lecturas militares y estratégicas se hacen evidentes. No me parece tan notorio, por el contrario, algún otro tipo de fuentes. Por caso, no encuentro que el presidente recurra habitualmente a textos de la filosofía moderna. O quizá me equivoco, ya que en este punto que estoy comentando, Chávez parece acercarse, en algunos aspectos, a la concepción de la política que puede deducirse del pensamiento de, por ejemplo, Michel Foucault.
El filósofo francés, que siempre abogó por incursionar en nuevas formas individuales y colectivas de ejercicio del poder político, de manera que cuestionaran radicalmente los modos habituales en que éste ha tenido de realizarse y de concentrarse, invertía aquel apotegama de Von Clausewitz para sostener que, en realidad, es la política la que se muestra como la continuación de la guerra por otros medios.
Foucault admitía que las relaciones de poder en el seno de una sociedad determinada constituyen el dominio de la política, pero agregaba que esta última también hace referencia a una estrategia, o sea, a un ensayo de coordinación, apropiación y control de aquellas relaciones de poder. Así, dos conclusiones que se desprenden de la elaboración filosófica de Michel Foucault tienen que ver con la necesidad de inventar, casi a diario, los esquemas con que intentamos analizar y criticar el ejercicio del poder. Por otro lado, además, el compromiso social del francés lo llevaba a concluir que aquellas estrategias mencionadas deben orientarse a hacer posible la transformación de la realidad política, insertando en ellas nuevos esquemas de participación, de movilización y de compromiso que trasciendan los estrechos límites de la democracia formal-liberal heredada de la Revolución Francesa.
O sea, que hay que pelearla. Contra los adversarios, y contra las adversidades. Y que esa pelea debe estar en el centro de la agenda del gobierno. Exactamente lo que hace Chávez.
ENTRE CAPRILES Y LA INCERTIDUMBRE
Esta semana, Hugo Chávez Frías ha explicitado cuáles serán los adversarios de las peleas que vienen, de aquí a las presidenciales venezolanas del 7 de octubre próximo: Henrique Capriles, el candidato de toda la oposición unificada, y el cáncer.
Casi de pasada, mientras inauguraba unas nuevas instalaciones, el comandante anunció que deberá someterse a una nueva cirugía, para tratarse de otra “lesión” ubicada en el mismo lugar de donde ya le extirparon un tumor hace poco, y deslizó que también esta vez puede tratarse de una afección cancerosa. Atento siempre a las oportunidades y a los contextos donde se hacen los anuncios –igual que las declaraciones de entrada en las batallas- Chávez ha vuelto a insertar un elemento externo, precisamente cuando la supuesta recuperación de la intevención quirúrgica anterior había vuelto a calmar las aguas de la política venezolana.
Porque el chavismo y el aparato del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) siguen disponiendo de un margen considerable de preferencias en el electorado: el presidente mantiene, después de 13 años en el ejercicio efectivo del poder, un apoyo popular superior al 50 por ciento, a pesar de la galopante inflación que golpea los precios minoristas y de unos índices inusitados de violencia social.
Por eso, Chávez contaría con los votos suficientes para optar a un tercer mandato consecutivo y ocupar por un nuevo sexenio la presidencia de Venezuela. Pero esas seguridades se relativizan con la oposición cerrando filas detrás de un único candidato, y con la simpatía del gobernador central de Miranda, Henrique Capriles, de 39 años, deseando entrar en la campaña.
LA CONSPIRACIÓN ONCOLÓGICA
Teniendo presente lo escrito en los primeros párrafos, es legítimo preguntarse en qué medida el anuncio de la aparición de un nuevo tumor en su cuerpo, deslizado casi al pasar el martes de esta semana, no viene a sumarse a la batería de armas con que Chávez está preparándose para dar esta nueva pelea.
Ya a fines del año pasado sugirió que la coincidencia de afecciones oncológicas que padecían los mandatarios latinoamericanos tenía bien poco de casual. Antes de que se descartara el diagnóstico de tumor maligno en la tiroides de Cristina Fernández, sostuvo que el caso de la presidenta argentina; sumado al cáncer de laringe por el que está en tratamiento Lula da Silva; junto a los linfomas detectados en la brasileña Dilma Rousseff; y del que el paraguayo Fernando Lugo parece estar saliendo; más su propia enfermedad (presumiblemente, un cáncer de colon, pero nunca ha dado detalles), lo llevaban a sospechar sobre posibles injerencias de los servicios secretos norteamericanos. Posibles enfermedades inducidas en la personas de los líderes, como una nueva manera de desestabilizar las sociedades gobernadas por ellos.
Lo formuló como una pregunta abierta, que dejaba para las futuras generaciones: “¿Sería acaso extraño que los Estados Unidos hubieran desarrollado una tecnología para inducir el cáncer, y que nadie lo sepa hasta ahora y se descubra esto dentro de cincuenta años o no sé cuánto? No sé, sólo dejo la reflexión, pero esto es muy extraño.”
Ahora, una nueva cirugía, que al parecer es urgente (sería operado nuevamente en La Habana, quizá este mismo fin de semana), recupera la hipótesis de la conspiración oncológica de “los gringos”, y con ello vuelve a reinstalar al enemigo externo.
Por otro lado, pone otra vez en tensión a la sociedad política venezolana, que vuelve a discutir las dos opciones principales: respaldar sin fisuras al comandante-presidente en su pelea contra esta nueva adversidad, o comenzar un debate al interior del gobernante PSUV para definir una posible sucesión a Chávez.
El presidente y su entorno mantienen un férreo control sobre la información médica que se difunde, pero por sus dichos es posible deducir que, si le ha aparecido un nuevo tumor en el mismo lugar de donde le extirparon el anterior (“grande como una pelota de béisbol”, según sus palabras), es porque las sesiones de quimioterapia no han sido exitosas, y la enfermedad ha prosperado. Si así fuese, y el presidente tuviera que volver a repetir un tratamiento como el del año pasado, será muy dificil que pueda embarcarse en los trabajos electorales.
Al menos, no como él acostumbra: dando batalla desde el centro, como figura excluyente de toda la campaña.
nelson.specchia@gmail.com