viernes, 30 de marzo de 2012

A la huelga, madre, yo voy también (30 03 12)

HOY DÍA CÓRDOBA – columna “Periscopio” – viernes 30 de marzo de 2012.





A la huelga, madre, yo voy también

Por Nelson Gustavo Specchia






España se levantó ayer en la primera huelga general contra el gobierno conservador del Partido Popular presidido por Mariano Rajoy, la octava desde la recuperación democrática.

Nicolás Maquiavelo, aquel florentino del renacimiento que sentó toda una escuela politológica, aleccionaba al Príncipe sobre la utilización de los tiempos políticos. Los primeros cien días de un nuevo mandato, sostenía Maquiavelo, deben ser utilizados para aplicar las medidas más impopulares que integran el plan del gobernante; en ese tiempo inaugural, la relación con el pueblo está todavía impregnada del dulce sabor de la victoria que ha habilitado el nuevo poder, y las expectativas y las esperanzas que despierta contribuyen a suavizar lo antipático de las medidas. En definitiva, que si hay que tragar una dosis de amargura, más vale apurar el trago pronto y rápido.

Mariano Rajoy debería haber leído más atentamente a Maquiavelo (la edición de “El Príncipe” anotada por Napoleón Bonaparte es especialmente ilustrativa), justo cuando está cumpliendo ahora sus primeros cien días en el palacio de La Moncloa: a juzgar por los reveses de esta semana, ha malgastado la oportunidad que le ofrecía este tiempo bautismal.

La huelga general de ayer –multitudinaria, con niveles de acatamiento que oscilaron entre un 97 por ciento en las industrias y un 60 por ciento en las oficinas públicas, con picos violentos en las grandes ciudades- fue precedida por los golpes electorales en las autonómicas de Andalucía y Asturias. Después de la victoria –contundente- de noviembre pasado, el oficialismo confiaba en que se mantendrían las tendencias, y le otorgarían el gobierno de las dos circunscripciones en disputa.

Salvo el País Vasco, donde el “lehendakari” socialista Patxi López resistía en soledad, la totalidad de los gobiernos autonómicos españoles han sido copados por la derecha del Partido Popular (o por partidos regionales afines). Ganar Andalucía, la más extensa y más poblada de las provincias españolas y un feudo histórico del Partido Socialista, hubiera sido la confirmación del poder de Rajoy.

Pero, y contra todo pronóstico, fue el anuncio de que sus primeros cien días están simbólica y fácticamente concluidos.

La huelga general de ayer vino a ratificar esa impresión: en la península se abre un nuevo tiempo político, con una renacida oposición en el parlamento y una activa contestación social en las calles. Ambos frentes obligarán al gobierno de Madrid a negociar, con mayor detenimiento del que tenía planeado, la política de ajustes estructurales y el fin del Estado de Bienestar: algo que Rajoy se ha comprometido a hacer frente al liderazgo europeo, en especial frente a su correligionaria alemana Ángela Merkel.

Pero si estaba decidido a darle el golpe de gracia a las políticas sociales y aplicar las recetas merkelianas sin anestesia, Maquiavelo le hubiera recomendado hacerlo en estos tres meses que terminaron ayer con la huelga general. Desde aquí en adelante lo tendrá más difícil.

“YO POR ELLOS, MADRE, Y ELLOS POR MÍ”

Rajoy necesitaba el triunfo en Andalucía para consolidar su hegemonía institucional. Con más de cinco millones de desempleados, la industria caída y los trimestres de recesión acumulándose, el gobierno del Partido Popular sólo concibe dos salidas a la encerrona: reducir las cuentas públicas al mínimo histórico, aunque eso implique abandonar el modelo de Estado que viene construyéndose desde el postfranquismo; o resignarse a pedir el auxilio financiero de los fondos de rescate europeos, siguiendo la dolorosa y humillante vía griega.

Mariano Rajoy no está dispuesto a admitir ningún punto intermedio, por más que importantes centros de pensamiento político, think tanks vinculados a la socialdemocracia, y relevantes personalidades de la intelectualidad y de la cultura insistan en ello. Su razonamiento es lineal, y simplista (pero efectivo, como se ha visto): si la crisis estalló con el socialismo en el poder, los socialistas –y sus recetas- son responsables de la crisis. Punto, y a otra cosa.

Sabedor de los costos sociales que sus intenciones de cirujano mayor acarrearían, se cuidó en todo momento de mostrar abiertamente sus cartas. Logró transitar toda la campaña que lo llevó a La Moncloa sin especificar en qué consistirían las medidas que adoptaría cuando fuera presidente, y se limitaba a decir que serían lo contrario de lo que estaba haciendo Rodríguez Zapatero que, como quedaba a la vista, estaba “hundiendo a España”.

Inclusive después de haber ganado las elecciones y ser investido jefe del gobierno, siguió ocultando las cartas. Tanto él como sus principales ministros –Soraya Sáenz de Santamaría, Luís de Guindos, Cristóbal Montoro- sólo han anunciado que los recortes serán profundos y drásticos, pero han dilatado una y otra vez el momento de anunciarlos.

Y todo por Andalucía. Rajoy sabía que mostrar las tijeras era arriesgar la gran autonomía del Sur, en la que el socialismo gobierna desde su creación, en 1982. Parecía que el plan era que cuando Javier Arenas –uno de los dirigentes más cercanos al presidente- se hubiera hecho con el poder en Sevilla, Rajoy anunciaría las nuevas medidas de ajuste económico (y para entonces ya no le importaría soportar una huelga general, tal como lo admitió en enero en la Cumbre de Bruselas, en voz baja pero cerca de un micrófono –esos incordiantes aparatitos del chismerío global- que lo registró).

Javier Arenas no ha llegado al poder. Y lo que es peor: el Partido Popular ha obtenidos unos resultados más desfavorables que los logrados en las generales de noviembre pasado (cinco puntos porcentuales menos, cerca de medio millón de votos).

Y con el revés de las elecciones autonómicas, la huelga general de ayer tuvo otra motivación y otra lectura. Ya no era solamente la reacción del gremialismo organizado contra los planes gubernamentales de modificación del mercado de trabajo, sino que se constituyó en el inicio de un nuevo giro político, como canal de expresión de todos aquellos sectores de la población española que entienden que la cirugía mayor planificada por Rajoy no es la única alternativa para salir de la crisis.

“ES LA HORA DE LUCHAR”

Una vieja tonadilla popular, que viene de la gran huelga de 1919 en Barcelona y que Chicho Sánchez Ferlosio actualizó en los años finales del franquismo, volvió a escucharse en las calles españolas en la jornada de ayer. “A la huelga, compañero / no vayas a trabajar / deja quieta la herramienta / que es la hora de luchar. / A la huelga 10, a la huelga 100 / a la huelga, madre, yo voy también / a la huelga 100, a la huelga 1.000 / yo por ellos, madre, y ellos por mí.”

Y los jefes de los dos grandes sindicatos españoles –Comisiones Obreras, y Unión General de Trabajadores- se felicitaban en las últimas horas de la tarde por el éxito de la convocatoria. Mientras los analistas reflexionaban sobre las consecuencias que esta abrumadora demostración de fuerza, de una oposición rápidamente recuperada de la paliza electoral de noviembre volviendo a las calles, los sindicatos apuntaban a dos medidas concretas: que el gobierno abra un marco de negociación con los actores sociales para morigerar el ajuste neoliberal en marcha; y hacia la presentación de los postergados presupuestos generales del Estado, que Rajoy escondió en la manga hasta que pasaran las elecciones andaluzas, pero que hoy estará finalmente anunciando a su consejo de ministros.

Las centrales sindicales aspiran a subirse a un proceso de negociación que pueda neutralizar las aristas más urticantes del ajuste, y –a pesar de la masiva adhesión que tuvo la huelga- habrá que ver si lo logran.

Porque los “halcones” del Partido Popular, por el contrario, empujan a Mariano Rajoy a esquivar “las líneas blandengues” y a “mantener la reforma laboral contra viento y marea”, como pedía ayer el editorial del diario “La Razón” mientras las columnas de huelguistas ocupaban todos los espacios públicos, hasta los pequeños pueblos de provincia.

Si el gobierno se pliega a sus sectores más duros y mantiene el rumbo ortodoxo (Luís de Guindos ya dijo que la reforma laboral no se moverá “ni un ápice”), la confrontación social estará garantizada, y la protesta de los sindicatos volverá a la carga el próximo 1 de mayo.

Madrid está cada día más parecida a Atenas.




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