HOY DÍA CÓRDOBA – columna “Periscopio” – viernes 16 de marzo de 2012.
Arenas (in)visibles
Por Nelson Gustavo Specchia
El viejo rey de Marruecos, Hassan II, construyó un sistema político y un Estado que encontraban su lógica en la discreción. Toda la esquina noroccidental de África permaneció durante años en una quietud y en un discreto segundo plano, que prácticamente la volvió invisible a nivel internacional.
Hassan casi no salió de Marruecos durante 40 años, e inclusive era difícil que abandonara alguno de los 12 palacios de la familia real. Allí solía recibir a los periodistas, impecablemente vestido con trajes occidentales, fumando cigarrillos rubios y dialogando afablemente en un francés exquisito.
Pero no era la imagen de un gobernante cosmopolita y abierto a las diferencias del mundo, sino la recepción de un monarca absoluto, y esa actitud condescendiente y relajada expresaba la tranquilidad de tener todas –absolutamente todas- las riendas del poder en su mano.
En esos mismos palacios, Hassan II estableció el Majzén, su corte monárquica, integrada por las familias directamente vinculadas al rey. Si eventualmente llegaba algún visitante era recibido en esos suntuosos palacios y por los varones de los clanes del Majzén, que firmaban los acuerdos de pesca con Europa y los demás tratados comerciales.
El otro país, el de las arenas infinitas del Sahara, quedó fuera de la vista de todos durante años, prácticamente invisible.
Hassan murió en 1999, y su hijo y sucesor, Sidi Mohamed ben Hassan ben Youssef el Alauí, que reina con el nombre de Mohamed VI, intentó mantener aquella discreción que tanto le había redituado a su padre. Pero con el nuevo siglo ya los tiempos habían cambiado, y una monarquía absoluta dominada por una corte familiar era una excepción demasiado grosera para que pasara desapercibida, aunque fuera en una remota esquina del norte mediterráneo de África.
Apenas unos años más tarde, las que fueran arenas invisibles de aquella parte del Sahara, empujadas por los vientos de la “primavera árabe”, están levantando huracanes. Y lo que están dejando a la luz es tan significativo que hacen previsible modificaciones sustanciales en el escenario político marroquí en el mediano plazo.
BARRER BAJO LA ALFOMBRA
Hassan II disfrutó de aquella relativa tranquilidad durante las cuatro décadas de su gobierno, porque aplicó una cura autoritaria de represión y persecución policial que no reparó en detalles.
La “marcha verde” aprisionó la rebelión saharaui tras el retiro vergonzante del colonialismo español tardo-franquista; Mauritania fue expulsada; Argelia empujada a firmar una paz nada amistosa; el Frente Polisario obligado a emigrar a los campamentos para refugiados en territorio argelino; los opositores internos a la monarquía perseguidos y “desaparecidos” (el líder republicano Mehdi ben Barka fue secuestrado en París en 1965, y sigue en paradero desconocido hasta hoy); y los partidos políticos proscriptos.
Todo lo que fuera poco grato de ver quedó bajo la alfombra real, pero precisamente esas cuestiones desplazadas y no resueltas son las que hoy se vuelven contra la monarquía.
La reacción de Mohamed VI fue tomar la iniciativa del cambio político, después que la “primavera árabe” había comenzado a tirar abajo a los vecinos regímenes de Túnez y Egipto, y seguía avanzando como piezas de dominó que se empujaran unas a otras.
Propuso un cambio constitucional, llamó a un referéndum, habilitó cierta apertura hacia los partidos religiosos, y convocó a elecciones generales. De momento, su plan parece estar funcionando, pero, sin embargo, a mí me parece que es sólo una imagen de superficie.
Con la reforma de la Constitución, Mohamed VI ratificó su control sobre todos los resortes del poder político y su dominio completo sobre la economía marroquí, tal como lo había diseñado su padre. Y a esto agregó, además, el control religioso, al proclamarse “Comendador de los Creyentes” (un título que en la antigüedad tenían los califas).
Los sectores del Islam político ganaron las elecciones, pero negociaron con el rey –que preside efectivamente el consejo de ministros- la conformación del gobierno, la moderación (los salafistas radicales seguirán en la cárcel como presos políticos), y la no intervención en los negocios de la Casa Real. En mi opinión, este esquema requiere que las arenas sigan siendo invisibles, y eso ya no va a pasar.
“LOS FRUTOS DEL CUERPO”
Muy por el contrario, y en las antípodas de aquel discreto segundo plano internacional que fue funcional a la monarquía alauíta, hoy Marruecos está en la boca y en la mirada de todos.
La oposición democrática en el exilio está en las primeras páginas de los medios más importantes de Europa; se fundan revistas abocadas a la cuestión marroquí; su cultura, su lengua y literatura, los temas de género y de emigración, el contencioso internacional de los saharauis y los derechos de las minorías vuelven a ocupar la agenda de atención regional.
Las marchas de los jóvenes contra la nueva Constitución y las ocultaciones de la monarquía, que cruzan las grandes ciudades viernes a viernes, son cada vez más numerosas, y las parvas de arena ocultadas bajo la alfombra escapan por los costurones.
Francia lidera, naturalmente, el aumento de publicaciones y de medios que tienen a Marruecos como centro, pero el fenómeno no queda limitado a la metrópoli del protectorado del Magreb. Ni siquiera se limita a Europa: en nuestra ciudad acaba de aparecer un volumen dedicado a uno de los poetas contemporáneos marroquíes de mayor importancia, Abdellatif Laábi. Editado por Alción, el volumen “Los frutos del cuerpo” recoge unos doscientos poemas (en versión bilingüe, con una exquisita traducción de Leandro Calle) del poeta de Fés, fundador de la revista “Souffles”, centro de la intelectualidad democrática marroquí.
La revista fue cerrada en 1971, prohibida por la monarquía, y Abdellatif Laábi encarcelado y torturado. Hoy, desde su exilio en París, el escritor recibe el reconocimiento mundial (fue galardonado con el Goncourt en 2009 y con el Grand Prix de la Francophonie el año pasado) y alienta a esos jóvenes de las marchas de los viernes en Rabat, en Fés, en Tánger, en Casablanca.
Otro libro, también publicado por estos días en París, termina de levantar la alfombra real y devela el entramado económico armado por la monarquía alauita. Con el revelador título de “El rey depredador” y publicado por Le Seuil, los periodistas Éric Laurent y Catherine Graciet develan el apoderamiento de la familia real de los recursos de Marruecos, al punto de convertir a Mohamed VI en el séptimo monarca más rico del mundo, superando inclusive a los emires petroleros de Kuwait.
La investigación de los periodistas franceses muestra cómo, en un país pobrísimo (ocupa el puesto 126 en la lista de desarrollo humano del PNUD, sobre un total de 177 países), el monarca se adjudica un sueldo que duplica al del presidente de los Estados Unidos (40.000 dólares por mes), y los gastos reales de su familia cuestan al presupuesto del Estado sesenta veces más que los gastos de la presidencia de Francia, sin ir más lejos.
Marruecos es, en realidad, un reino patrimonial: el rey es el principal terrateniente, productor agropecuario, financista, banquero, comerciante, exportador, productor de energía, asegurador y vendedor.
Desde la más mínima transacción hasta los grandes negocios, todo enriquece al monarca; y todos sus gastos y los de su familia corren a cuenta del presupuesto público (como así también su colección de Rolls Royce, Cadillac, Bentley, Aston Martins y Ferraris), y hasta el millón de dólares anuales que destina para el cuidado de sus perros de raza.
Abandonada la discreción y el ocultamiento que hizo posible este latrocinio, los cambios estructurales en Marruecos son sólo cuestión de tiempo. Un poema de Abdellatif Laábi traducido por Leandro Calle parece anunciarlos: “La estatua cobra vida... / absorta en su libro / de título alentador: / Escupiré sobre vuestra tumba.”
Twitter: @nspecchia
Arenas (in)visibles
Por Nelson Gustavo Specchia
El viejo rey de Marruecos, Hassan II, construyó un sistema político y un Estado que encontraban su lógica en la discreción. Toda la esquina noroccidental de África permaneció durante años en una quietud y en un discreto segundo plano, que prácticamente la volvió invisible a nivel internacional.
Hassan casi no salió de Marruecos durante 40 años, e inclusive era difícil que abandonara alguno de los 12 palacios de la familia real. Allí solía recibir a los periodistas, impecablemente vestido con trajes occidentales, fumando cigarrillos rubios y dialogando afablemente en un francés exquisito.
Pero no era la imagen de un gobernante cosmopolita y abierto a las diferencias del mundo, sino la recepción de un monarca absoluto, y esa actitud condescendiente y relajada expresaba la tranquilidad de tener todas –absolutamente todas- las riendas del poder en su mano.
En esos mismos palacios, Hassan II estableció el Majzén, su corte monárquica, integrada por las familias directamente vinculadas al rey. Si eventualmente llegaba algún visitante era recibido en esos suntuosos palacios y por los varones de los clanes del Majzén, que firmaban los acuerdos de pesca con Europa y los demás tratados comerciales.
El otro país, el de las arenas infinitas del Sahara, quedó fuera de la vista de todos durante años, prácticamente invisible.
Hassan murió en 1999, y su hijo y sucesor, Sidi Mohamed ben Hassan ben Youssef el Alauí, que reina con el nombre de Mohamed VI, intentó mantener aquella discreción que tanto le había redituado a su padre. Pero con el nuevo siglo ya los tiempos habían cambiado, y una monarquía absoluta dominada por una corte familiar era una excepción demasiado grosera para que pasara desapercibida, aunque fuera en una remota esquina del norte mediterráneo de África.
Apenas unos años más tarde, las que fueran arenas invisibles de aquella parte del Sahara, empujadas por los vientos de la “primavera árabe”, están levantando huracanes. Y lo que están dejando a la luz es tan significativo que hacen previsible modificaciones sustanciales en el escenario político marroquí en el mediano plazo.
BARRER BAJO LA ALFOMBRA
Hassan II disfrutó de aquella relativa tranquilidad durante las cuatro décadas de su gobierno, porque aplicó una cura autoritaria de represión y persecución policial que no reparó en detalles.
La “marcha verde” aprisionó la rebelión saharaui tras el retiro vergonzante del colonialismo español tardo-franquista; Mauritania fue expulsada; Argelia empujada a firmar una paz nada amistosa; el Frente Polisario obligado a emigrar a los campamentos para refugiados en territorio argelino; los opositores internos a la monarquía perseguidos y “desaparecidos” (el líder republicano Mehdi ben Barka fue secuestrado en París en 1965, y sigue en paradero desconocido hasta hoy); y los partidos políticos proscriptos.
Todo lo que fuera poco grato de ver quedó bajo la alfombra real, pero precisamente esas cuestiones desplazadas y no resueltas son las que hoy se vuelven contra la monarquía.
La reacción de Mohamed VI fue tomar la iniciativa del cambio político, después que la “primavera árabe” había comenzado a tirar abajo a los vecinos regímenes de Túnez y Egipto, y seguía avanzando como piezas de dominó que se empujaran unas a otras.
Propuso un cambio constitucional, llamó a un referéndum, habilitó cierta apertura hacia los partidos religiosos, y convocó a elecciones generales. De momento, su plan parece estar funcionando, pero, sin embargo, a mí me parece que es sólo una imagen de superficie.
Con la reforma de la Constitución, Mohamed VI ratificó su control sobre todos los resortes del poder político y su dominio completo sobre la economía marroquí, tal como lo había diseñado su padre. Y a esto agregó, además, el control religioso, al proclamarse “Comendador de los Creyentes” (un título que en la antigüedad tenían los califas).
Los sectores del Islam político ganaron las elecciones, pero negociaron con el rey –que preside efectivamente el consejo de ministros- la conformación del gobierno, la moderación (los salafistas radicales seguirán en la cárcel como presos políticos), y la no intervención en los negocios de la Casa Real. En mi opinión, este esquema requiere que las arenas sigan siendo invisibles, y eso ya no va a pasar.
“LOS FRUTOS DEL CUERPO”
Muy por el contrario, y en las antípodas de aquel discreto segundo plano internacional que fue funcional a la monarquía alauíta, hoy Marruecos está en la boca y en la mirada de todos.
La oposición democrática en el exilio está en las primeras páginas de los medios más importantes de Europa; se fundan revistas abocadas a la cuestión marroquí; su cultura, su lengua y literatura, los temas de género y de emigración, el contencioso internacional de los saharauis y los derechos de las minorías vuelven a ocupar la agenda de atención regional.
Las marchas de los jóvenes contra la nueva Constitución y las ocultaciones de la monarquía, que cruzan las grandes ciudades viernes a viernes, son cada vez más numerosas, y las parvas de arena ocultadas bajo la alfombra escapan por los costurones.
Francia lidera, naturalmente, el aumento de publicaciones y de medios que tienen a Marruecos como centro, pero el fenómeno no queda limitado a la metrópoli del protectorado del Magreb. Ni siquiera se limita a Europa: en nuestra ciudad acaba de aparecer un volumen dedicado a uno de los poetas contemporáneos marroquíes de mayor importancia, Abdellatif Laábi. Editado por Alción, el volumen “Los frutos del cuerpo” recoge unos doscientos poemas (en versión bilingüe, con una exquisita traducción de Leandro Calle) del poeta de Fés, fundador de la revista “Souffles”, centro de la intelectualidad democrática marroquí.
La revista fue cerrada en 1971, prohibida por la monarquía, y Abdellatif Laábi encarcelado y torturado. Hoy, desde su exilio en París, el escritor recibe el reconocimiento mundial (fue galardonado con el Goncourt en 2009 y con el Grand Prix de la Francophonie el año pasado) y alienta a esos jóvenes de las marchas de los viernes en Rabat, en Fés, en Tánger, en Casablanca.
Otro libro, también publicado por estos días en París, termina de levantar la alfombra real y devela el entramado económico armado por la monarquía alauita. Con el revelador título de “El rey depredador” y publicado por Le Seuil, los periodistas Éric Laurent y Catherine Graciet develan el apoderamiento de la familia real de los recursos de Marruecos, al punto de convertir a Mohamed VI en el séptimo monarca más rico del mundo, superando inclusive a los emires petroleros de Kuwait.
La investigación de los periodistas franceses muestra cómo, en un país pobrísimo (ocupa el puesto 126 en la lista de desarrollo humano del PNUD, sobre un total de 177 países), el monarca se adjudica un sueldo que duplica al del presidente de los Estados Unidos (40.000 dólares por mes), y los gastos reales de su familia cuestan al presupuesto del Estado sesenta veces más que los gastos de la presidencia de Francia, sin ir más lejos.
Marruecos es, en realidad, un reino patrimonial: el rey es el principal terrateniente, productor agropecuario, financista, banquero, comerciante, exportador, productor de energía, asegurador y vendedor.
Desde la más mínima transacción hasta los grandes negocios, todo enriquece al monarca; y todos sus gastos y los de su familia corren a cuenta del presupuesto público (como así también su colección de Rolls Royce, Cadillac, Bentley, Aston Martins y Ferraris), y hasta el millón de dólares anuales que destina para el cuidado de sus perros de raza.
Abandonada la discreción y el ocultamiento que hizo posible este latrocinio, los cambios estructurales en Marruecos son sólo cuestión de tiempo. Un poema de Abdellatif Laábi traducido por Leandro Calle parece anunciarlos: “La estatua cobra vida... / absorta en su libro / de título alentador: / Escupiré sobre vuestra tumba.”
Twitter: @nspecchia