viernes, 13 de abril de 2012

Brasil, primeras dudas (13 04 12)

HOY DÍA CÓRDOBA - Magazine - columna "Periscopio" - viernes 13 de abril de 2012




Brasil, primeras dudas 

por Nelson Gustavo Specchia







Dilma Rousseff, la presidenta de la potencia sudamericana, ha aterrizado finalmente en la Casa Blanca. Trascurrido un año largo de su gobierno, la mandataria llegó a los Estados Unidos, y esta primera gira por el país del Norte ha despertado altas expectativas en muy diversos niveles: junto a los sectores económicos y de negocios, hasta el mundo académico anglosajón se ha disputado la presencia de "Dilminha", y además de la prestigiosa Harvard, otras diez universidades la han solicitado en persona. Una paradoja: esta altísima atención coincide con el momento en que comienzan a aparecer los primeros indicadores de que Brasil no logrará evitar los coletazos de la crisis global.

Los datos finales de 2011 muestran una brusca desaceleración del crecimiento (de la expansión del 7,5 por ciento del año anterior, sólo ha crecido un 2,7), lo que supone el peor rendimiento desde 2003 y hace previsible que el Banco Central comience con una política de rebaja de los tipos de interés, para insuflar estímulos a la actividad económica.

A pesar de las medidas anticíclicas ya adoptadas por Dilma, todo el modelo de crecimiento se verá afectado. Un dato que también tiene una lectura particular desde Argentina, dado el proceso de integración de ambas economías y el grado de complementación entre ellas.

EL COMPANHEIRO AMERICANO

Dilma Rousseff dejó pasar tantos meses antes de responder a la invitación de Barack Obama, con toda intención. Lula, su predecesor y mentor, había tenido una actitud parecida: Brasil no seguiría una clásica tendencia latinoamericana, de considerar a Washington entre los primeros destinos de los mandatarios tras la asunción presidencial; sino, por el contrario, intentaría un diálogo más horizontal, aterrizando allá luego de atender a otros destinos prioritarios (Lula viajó mucho más a África, Medio Oriente y Asia, que a Europa y a Estados Unidos; y Dilma ha preferido visitar a sus socios chinos, rusos, sudafricanos e indios del BRICS, o asistir a las conferencias multilaterales del Grupo de los 20).

Esta visita, sin embargo, ya se imponía para las relaciones entre ambos mandatarios y entre ambos países. Este es año electoral para Obama, y las mayores muestras de afecto (y afinidad) con los demócratas no han salido en el pasado desde el Partido de los Trabajadores (PT), sino precisamente de la oposición del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) del ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Dilma le debía este espaldarazo a Obama, que la visitó en Brasilia en marzo del año pasado, cuando ella recién había asumido.

Más allá de los gestos, la agenda de este primer viaje oficial está marcada por las relaciones económicas: Rousseff se ha hecho acompañar por medio gabinete (diez ministros de su Ejecutivo), pero todos los demás asientos en los aviones que aterrizaron en Washington esta semana estaban ocupados por empresarios. Junto con las inversiones, Dilma ha impulsado conversaciones conjuntas en temas educativos, energéticos, y de innovación científica; en este último punto, con un especial acento en los planes medioambientales que se discutirán en junio en Río de Janeiro, cuando la ONU celebre la conferencia Río+20, a dos décadas de aquella de donde surgiera el primer plan ambiental para frenar el calentamiento del planeta.

Pero, en mi opinión y a pesar de la poblada agenda de Dilma Rousseff en su primera visita a los Estados Unidos, falta todavía mucho tiempo y mucho esfuerzo conjunto para que la relación bilateral pueda alcanzar un nivel de alianza estratégica. Y me parece que ese tiempo y ese esfuerzo serán largos porque, en definitiva, ninguno de los dos lo quiere de verdad.
Las intenciones del liderazgo brasileño son ubicar al país en un nivel de potencia hegemónica internacional. Eso implica varios supuestos, entre los cuales resaltamos dos: hay que dejar de lado la consideración de que Estados Unidos es el único vértice de hegemonía americano posible; y por otro lado, hay que sostener que el mundo ya no funciona en términos unipolares o bipolares, sino multipolares (para que Brasil, precisamente, pueda asumirse como uno de esos polos múltiples). De ahí viene esa desconfianza mutua que ha minado la relación bilateral, y por qué ninguno de los dos pone mucho empeño en barajar y dar de nuevo.

Desde la primera presidencia de George W. Bush, y específicamente desde los atentados de Al Qaeda a suelo norteamericano en 2001, Washington desplazó sus intereses externos prioritarios, relegando fuertemente a América latina, que había estado en su centro de atención durante el medio siglo que duró la guerra fría y la división bipolar del mundo. Y fue en ese mismo período cuando Brasil, bajo las presidencias de Luíz Inácio da Silva, Lula, pegó el salto de crecimiento que lo ha llevado a pretender jugar en las ligas mayores. En la última década, unos cuarenta millones de pobres dejaron de serlo, en un país que tiene, además, dimensiones geográficas y demográficas (o sea, de mercado potencial) continentales.

El orgullo nacional que estos éxitos políticos de Lula y del PT trajeron, se combinan con las estrategias de política exterior en la carrera de potencia emergente. Brasilia reclama en todos los foros la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y un asiento permanente en él; y simultáneamente se desmarca de iniciativas impulsadas por el Departamento de Estado norteamericano. El caso más resonado fue la participación de Lula, junto con el turco Recep Tayyip Erdogan, en la mediación por las pretensiones nucleares del iraní Mahmmoud Ahmadinejad, que desarmaron en parte la estrategia de sanciones de Hillary Clinton.

Dos rumbos demasiado divergentes como para encontrar, más allá de los símbolos y de las sonrientes fotos de recepción diplomática, un cauce común para el armado de una relación estratégica entre ambos gigantes en el corto plazo.

UNA DAMA DISCRETA

Pero "Dilminha" tendría que medir bien los tiempos y la tirantez de la cuerda con el vecino del Norte, porque las primeras dudas sobre la solidez de la economía brasileña ya son evidentes. Claro que todavía tiene resto, y un fuerte viento a favor. Si en 2011 había sorprendido el ascenso de China al segundo lugar de las economías mundiales (desplazando a Japón, y sólo por detrás de la estadounidense), a principios de este año se confirmó el rumbo alcista de los emergentes, al ocupar Brasil el sexto lugar en la tabla mundial, desplazando de ese lugar nada menos que al viejo imperio británico. Un posicionamiento internacional, además, que se combina con un crecimiento del mercado interno (aunque ralentizado) y una reducción de las desigualdades socioeconómicas, que han multiplicado por tres las previsiones de la ONU, según la Fundación Getulio Vargas.

Dilma, frente a ello, parece reafirmarse en esa personalidad discreta y segura que viene mostrando desde su acceso a la presidencia. Se parece poco a aquel mito populista en que terminó convertido Lula; y tampoco tiene nada que ver con las alarmistas visiones de ex guerrillera o de tecnócrata insensible que anticipaban sus críticos. Habla poco; mantiene un perfil bajo frente a la prensa; escapa de los escándalos; se desprende de cualquier ministro sospechado de corrupción (y ya va una media docena); mantiene una imagen de transparencia y legalidad en toda la administración; y trabaja duro durante jornadas de doce horas en el palacio presidencial.

Desde un lugar diferente al de la simpatía y carisma explosivo de Lula, Dilma crece en la aceptación popular de los brasileños. Habrá que ver si este diseño y este estilo también la ayudan a capear los coletazos de la gran crisis global, que ya llegan a las costas del Brasil.




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