HOY DÍA CÓRDOBA – columna “Periscopio” – viernes 18 de mayo de 2012.
Grecia, segundo round
Por Nelson Gustavo Specchia
Los políticos griegos siguen ocupando uno de los centros de atención internacional, inclusive a su pesar, porque a estas alturas ya nadie tiene dudas de que la crisis que soporta el país heleno es responsabilidad de su clase dirigente.
Un liderazgo personal y una estructura partidaria que fueron claramente censuradas en las recientes elecciones del 6 de mayo. Pero de allí no salieron opciones superadoras, sino nuevos problemas: la atomización y la aparición de opciones extremistas. Estos elementos han hecho imposible la constitución de un gobierno representativo.
La vida política griega, desde hace ya cuatro años, se asemeja a un ring de boxeo donde se suceden encuentros cada vez más devastadores. Ahora no quedó alternativa que llamar a un segundo round. En un mes volverán las elecciones generales, donde los partidos tradicionales intentarán recuperar el terreno perdido, y los nuevos harán lo posible para aprovechar el envión y pasar de los márgenes al centro de la escena.
Mientras tanto, Grecia mantendrá una espada de Damocles sobre Europa durante todo un mes. Resulta conveniente, por ello, analizar la naturaleza interna de la crisis; las dimensiones del impacto en la estabilidad europea; y los escenarios posibles de salida.
DIÁLOGOS DE SORDOS
Los diez días en que los principales dirigentes partidarios han acudido a conversar con el presidente Karolos Papulias –un viejo soldado de la resistencia griega frente a la invasión nazi en la segunda Guerra Mundial- han terminado siendo un diálogo de sordos.
La impresión general que han dado es de alienación respecto a lo que se vive en la calle y a las necesidades de entendimiento estratégico que se supone deben prevalecer en los máximos niveles de la clase política.
Los dos partidos mayoritarios, la centroderecha de Nueva Democracia y la centroizquierda del Pasok, en conjunto recibieron el 78 por ciento de los sufragios en 2009, y desde allí han caído al 32 por ciento en las elecciones del 6 de mayo. Han intentado formar gobierno por separado, pero no se plantearon la posibilidad de una “gran coalición” de ambos junto a los izquierdistas de Syriza.
Esta separación entre élites y sociedad impacta especialmente por la falta de asunción de responsabilidades.
Una de las preguntas de fondo que han inundado las últimas elecciones es si los partidos que son los verdaderos desencadenantes de esta crisis pueden ser los mismos que contribuyan a salir de ella; de ahí el auge de nuevas agrupaciones minúsculas y de la radicalización de las opciones.
Nueva Democracia, la principal fuerza de la derecha, integra el Partido Popular Europeo (junto a los conducidos por Ángela Merkel y Mariano Rajoy, por poner dos referencias ejemplares). Fundado en 1974 por Konstantinos Karamanlis, nunca ha dejado de estar en el centro de la política helena desde la recuperación democrática.
Siguiendo una pauta muy endógena y familiar, Kostas Karamanlis –sobrino del fundador del partido, que había sido primer ministro durante 14 años y Presidente de la República otros diez- ocupó la titularidad del Ejecutivo hasta 2009, cuando, ya en los prolegómenos de la peor crisis de la historia democrática contemporánea, fue vencido por el Pasok, con Georgios Papandreu al frente.
Los socialdemócratas tampoco se libran del nepotismo y de las largas estirpes familiares vinculadas al poder.
Georgios lleva el mismo nombre que su abuelo, que fundó el Partido Socialista Democrático en 1935 y que fue primer ministro durante varios períodos. También su padre, Andreas Papandreu, ocupó la primera magistratura, tras reconvertir al antiguo partido de la izquierda en el Movimiento Socialista Panhelénico, más conocido como Pasok.
Cuando este nuevo Papandreu venció a la derecha de Kostas Karamanlis en 2009, reveló el real estado de las cuentas gubernamentales: los conservadores (con la ayuda interesada del banco estadounidense Goldman Sachs) habían fraguado sistemáticamente las estadísticas, para mantener el déficit dentro de los márgenes admitidos por la Unión Europea.
Atenas había informado durante años que la deuda pública alcanzaba a un 3,7 por ciento del PBI, cuando en verdad ascendía al 12,7 por ciento, cuatro veces más del reconocido. Papandreu apeló a Europa, pero la crisis le pasó por encima, y Ángela Merkel condicionó toda ayuda a la supervisión de la economía helena por parte de la “troika” (Unión Europea, Banco Central Europeo, y Fondo Monetario Internacional), y a la aplicación de unos ajustes sanguinarios.
O sea que, entre los Karamanlis y los Papandreu se han repartido el gobierno griego durante buena parte del último siglo, y hasta el año pasado. Parece difícil que sea esta misma élite la que encuentre la salida del laberinto.
BLOQUEO EUROPEO
En cualquier caso, las alternativas internas del sistema político griego, de sus clanes familiares ligados al poder, y de la corrupción en la Administración que llevó al vaciamiento de las arcas públicas, están poniendo en serio riesgo, además del sistema democrático interno, a la organización continental de integración.
Las relaciones de interdependencia de los tratados y los mecanismos de la Unión Europea, implican una delegación de soberanía (especialmente de soberanía monetaria) y una articulación coordinada de políticas.
Y ese supuesto es permanente; Grecia no puede apartarse “momentáneamente” de las reglas de juego continentales, para volver a sumarse luego, cuando haya normalizado su situación interna.
En otras palabras, la crisis en Atenas bloquea efectivamente en estos momentos cualquier decisión económica estructural en los otros veintiséis países de la organización europea. Y como algunos de ellos se encuentran atravesando procesos de ajustes casi tan duros como los griegos –España, Italia, Irlanda y Portugal son los casos con mayor deuda pública-, la irresolución helena constituye un lastre también para éstos.
Ante esta alternativa de plomo, la salida de Grecia de la eurozona ya se considera como una de las posibilidades firmes. La jefa del FMI, Christine Lagarde, se apuró a reconocer esta vía después que se hizo público el último fracaso en la formación de gobierno; y el premio Nobel de economía, Paul Krugman, publicó esta semana en su blog que la salida griega de la moneda común será una realidad antes de un mes.
Pero la pregunta que corre por estas horas en las cancillerías europeas es si esa cirugía mayor alcanzaría a detener el contagio hacia los bancos españoles y portugueses.
Para Grecia, la vuelta al dracma implicaría un descenso todavía más abrupto en el aislamiento y en las posibilidades de alcanzar un gobierno viable: la devaluación del dracma sería inmediata, y la inflación asociada acarrearía mayor empobrecimiento. Las inversiones directas huirían de Atenas, pero ésta mantendría sus deudas en euros (o sea, impagables).
Nadie quiere salirse del euro, ni siquiera el líder de la coalición de Izquierda Radical Syriza, Alexis Tsipras.
Pero para los socios europeos más débiles la expulsión de los griegos tampoco aflojaría la tensión en los tenedores de bonos de deuda pública y en la fortaleza del sistema bancario: España traspasó esta semana los 500 puntos de riesgo-país, y su ministro de Economía tiene que salir a cada rato a descartar la posibilidad de instalación de un “corralito” bancario que frene una corrida de retiro de depósitos.
Que Grecia saque los pies del ring no sólo implicará que perdió esta pelea: el knock-out puede ser también europeo.
en Twitter: @nspecchia
Grecia, segundo round
Por Nelson Gustavo Specchia
Los políticos griegos siguen ocupando uno de los centros de atención internacional, inclusive a su pesar, porque a estas alturas ya nadie tiene dudas de que la crisis que soporta el país heleno es responsabilidad de su clase dirigente.
Un liderazgo personal y una estructura partidaria que fueron claramente censuradas en las recientes elecciones del 6 de mayo. Pero de allí no salieron opciones superadoras, sino nuevos problemas: la atomización y la aparición de opciones extremistas. Estos elementos han hecho imposible la constitución de un gobierno representativo.
La vida política griega, desde hace ya cuatro años, se asemeja a un ring de boxeo donde se suceden encuentros cada vez más devastadores. Ahora no quedó alternativa que llamar a un segundo round. En un mes volverán las elecciones generales, donde los partidos tradicionales intentarán recuperar el terreno perdido, y los nuevos harán lo posible para aprovechar el envión y pasar de los márgenes al centro de la escena.
Mientras tanto, Grecia mantendrá una espada de Damocles sobre Europa durante todo un mes. Resulta conveniente, por ello, analizar la naturaleza interna de la crisis; las dimensiones del impacto en la estabilidad europea; y los escenarios posibles de salida.
DIÁLOGOS DE SORDOS
Los diez días en que los principales dirigentes partidarios han acudido a conversar con el presidente Karolos Papulias –un viejo soldado de la resistencia griega frente a la invasión nazi en la segunda Guerra Mundial- han terminado siendo un diálogo de sordos.
La impresión general que han dado es de alienación respecto a lo que se vive en la calle y a las necesidades de entendimiento estratégico que se supone deben prevalecer en los máximos niveles de la clase política.
Los dos partidos mayoritarios, la centroderecha de Nueva Democracia y la centroizquierda del Pasok, en conjunto recibieron el 78 por ciento de los sufragios en 2009, y desde allí han caído al 32 por ciento en las elecciones del 6 de mayo. Han intentado formar gobierno por separado, pero no se plantearon la posibilidad de una “gran coalición” de ambos junto a los izquierdistas de Syriza.
Esta separación entre élites y sociedad impacta especialmente por la falta de asunción de responsabilidades.
Una de las preguntas de fondo que han inundado las últimas elecciones es si los partidos que son los verdaderos desencadenantes de esta crisis pueden ser los mismos que contribuyan a salir de ella; de ahí el auge de nuevas agrupaciones minúsculas y de la radicalización de las opciones.
Nueva Democracia, la principal fuerza de la derecha, integra el Partido Popular Europeo (junto a los conducidos por Ángela Merkel y Mariano Rajoy, por poner dos referencias ejemplares). Fundado en 1974 por Konstantinos Karamanlis, nunca ha dejado de estar en el centro de la política helena desde la recuperación democrática.
Siguiendo una pauta muy endógena y familiar, Kostas Karamanlis –sobrino del fundador del partido, que había sido primer ministro durante 14 años y Presidente de la República otros diez- ocupó la titularidad del Ejecutivo hasta 2009, cuando, ya en los prolegómenos de la peor crisis de la historia democrática contemporánea, fue vencido por el Pasok, con Georgios Papandreu al frente.
Los socialdemócratas tampoco se libran del nepotismo y de las largas estirpes familiares vinculadas al poder.
Georgios lleva el mismo nombre que su abuelo, que fundó el Partido Socialista Democrático en 1935 y que fue primer ministro durante varios períodos. También su padre, Andreas Papandreu, ocupó la primera magistratura, tras reconvertir al antiguo partido de la izquierda en el Movimiento Socialista Panhelénico, más conocido como Pasok.
Cuando este nuevo Papandreu venció a la derecha de Kostas Karamanlis en 2009, reveló el real estado de las cuentas gubernamentales: los conservadores (con la ayuda interesada del banco estadounidense Goldman Sachs) habían fraguado sistemáticamente las estadísticas, para mantener el déficit dentro de los márgenes admitidos por la Unión Europea.
Atenas había informado durante años que la deuda pública alcanzaba a un 3,7 por ciento del PBI, cuando en verdad ascendía al 12,7 por ciento, cuatro veces más del reconocido. Papandreu apeló a Europa, pero la crisis le pasó por encima, y Ángela Merkel condicionó toda ayuda a la supervisión de la economía helena por parte de la “troika” (Unión Europea, Banco Central Europeo, y Fondo Monetario Internacional), y a la aplicación de unos ajustes sanguinarios.
O sea que, entre los Karamanlis y los Papandreu se han repartido el gobierno griego durante buena parte del último siglo, y hasta el año pasado. Parece difícil que sea esta misma élite la que encuentre la salida del laberinto.
BLOQUEO EUROPEO
En cualquier caso, las alternativas internas del sistema político griego, de sus clanes familiares ligados al poder, y de la corrupción en la Administración que llevó al vaciamiento de las arcas públicas, están poniendo en serio riesgo, además del sistema democrático interno, a la organización continental de integración.
Las relaciones de interdependencia de los tratados y los mecanismos de la Unión Europea, implican una delegación de soberanía (especialmente de soberanía monetaria) y una articulación coordinada de políticas.
Y ese supuesto es permanente; Grecia no puede apartarse “momentáneamente” de las reglas de juego continentales, para volver a sumarse luego, cuando haya normalizado su situación interna.
En otras palabras, la crisis en Atenas bloquea efectivamente en estos momentos cualquier decisión económica estructural en los otros veintiséis países de la organización europea. Y como algunos de ellos se encuentran atravesando procesos de ajustes casi tan duros como los griegos –España, Italia, Irlanda y Portugal son los casos con mayor deuda pública-, la irresolución helena constituye un lastre también para éstos.
Ante esta alternativa de plomo, la salida de Grecia de la eurozona ya se considera como una de las posibilidades firmes. La jefa del FMI, Christine Lagarde, se apuró a reconocer esta vía después que se hizo público el último fracaso en la formación de gobierno; y el premio Nobel de economía, Paul Krugman, publicó esta semana en su blog que la salida griega de la moneda común será una realidad antes de un mes.
Pero la pregunta que corre por estas horas en las cancillerías europeas es si esa cirugía mayor alcanzaría a detener el contagio hacia los bancos españoles y portugueses.
Para Grecia, la vuelta al dracma implicaría un descenso todavía más abrupto en el aislamiento y en las posibilidades de alcanzar un gobierno viable: la devaluación del dracma sería inmediata, y la inflación asociada acarrearía mayor empobrecimiento. Las inversiones directas huirían de Atenas, pero ésta mantendría sus deudas en euros (o sea, impagables).
Nadie quiere salirse del euro, ni siquiera el líder de la coalición de Izquierda Radical Syriza, Alexis Tsipras.
Pero para los socios europeos más débiles la expulsión de los griegos tampoco aflojaría la tensión en los tenedores de bonos de deuda pública y en la fortaleza del sistema bancario: España traspasó esta semana los 500 puntos de riesgo-país, y su ministro de Economía tiene que salir a cada rato a descartar la posibilidad de instalación de un “corralito” bancario que frene una corrida de retiro de depósitos.
Que Grecia saque los pies del ring no sólo implicará que perdió esta pelea: el knock-out puede ser también europeo.
en Twitter: @nspecchia
