HOY DÍA CÓRDOBA – columna “Periscopio” – viernes 29 de junio de 2012.
En las ramas del yatay ya no existe el Paraguay
Por Nelson Gustavo Specchia
La política internacional sorprende con giros inesperados. América latina tiene de ello pruebas sobradas, y aún así los movimientos que acaban de imprimir un nuevo rumbo a la agenda regional nos encontraron con la guardia baja. Las evaluaciones sobre el alcance de la movida paraguaya se estimaron menores de lo que llegaría a ser, así como la contundencia de la reacción regional frente al régimen que intenta consolidarse tras la destitución de Fernando Lugo.
Este segundo aspecto de la crisis fue soslayado incluso por los mismos actores: el propio Lugo, a pesar de haber recibido en Asunción a los cancilleres de los países vecinos unas horas antes de que el Congreso paraguayo decidiera la destitución, la asumió con un discurso débil, de aceptación de hechos consumados.
Recién en un segundo momento, cuando el rechazo internacional se hizo evidente y se dimensionó su alcance, el presidente depuesto comenzó a ensayar algunos gestos de resistencia: convocó a su viejo gabinete (sin los ex ministros pertenecientes al Partido Liberal del vicepresidente, y ahora jefe de Estado provisorio), armó una página web, dudó de asistir a la Cumbre del Mercosur que comienza hoy en Mendoza –y donde el suspendido Paraguay debería haber recibido la presidencia pro tempore del bloque comercial-, y anunció que seguirá dando batalla política, presentando su candidatura a una banca legislativa en las elecciones que se deberían realizar dentro de unos meses.
DISIMULEMOS Y QUE NO SE NOTE
A pesar de las sorpresas, de la contundente reacción regional y del cambio de posición del grupo de Fernando Lugo, la crisis institucional que supone el juicio político “express” del legislativo paraguayo constituye una seria advertencia para todos los procesos que vive América latina en este tiempo. Y esta advertencia sí que estaba fuera de programa: el freno a los movimientos de transformación estructural puede aparecer desde dentro del propio sistema.
Hay un consenso generalizado de que la vía militar de interrupción institucional está fuera de juego en América latina. Quizás el golpe de Estado en Venezuela del 11 de abril de 2002 haya sido el último en su tipo. A pesar del apoyo estadounidense, y del reconocimiento de la entonces secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, la falta de espacio histórico de este recurso obligó a los militares a dar marcha atrás y devolverle el poder al presidente Hugo Chávez tres días más tarde.
Las irrupciones militares habrán quedado fuera, pero las fuerzas de la reacción social y política no se resignarán a ser también ellas objetos de museo. El trámite legislativo armado contra Lugo pone este elemento en evidencia. Tras una historia larga de represión y dictadura, los diputados y senadores paraguayos sólo necesitaron treinta horas para despojar del poder al primer mandatario, legítimamente elegido por mayoría popular, y sin siquiera haberle dado espacio para articular una mínima defensa legal. La acusación que sustentó tan trepidante y expeditivo juicio político –incompetencia en la resolución del conflicto agrario de ocupación de tierras una semana antes- ni siquiera requirió pruebas, porque, como sostuvieron los apurados legisladores, se trataba de cosas de público conocimiento.
Estos recursos de los sectores que se oponen a un cambio de las condiciones y de las relaciones políticas en América latina incidirán, de una manera profunda, en las estrategias que adopten los procesos de transformación estructural en la región a partir de ahora, tanto a nivel interno de los países como en forma conjunta.
A nivel interno, el golpe parlamentario paraguayo viene a ratificar la importancia de la construcción de poder territorial. Fernando Lugo fue más una expresión sentimental, casi cándida, de hartazgo hacia el Partido Colorado, que había sostenido la autocracia stroessnerista durante 61 años. Su agenda reformista despertó el entusiasmo generalizado, especialmente de los sectores más postergados de un país de por sí hundido en la pobreza extrema. Pero al asentar su candidatura y su acceso al poder en una red voluntarista, sin construcción de poder territorial y partidario por debajo de ella, Lugo no consiguió después los votos necesarios en el Congreso para llevar esa agenda de transformaciones sociales y económicas a la práctica.
El apoyo del Partido Liberal –la agrupación del ahora presidente Federico Franco- sólo mantuvo su apoyo por razones tácticas, y como quedó claro en la alianza contra natura con los Colorados esta semana, abandonó al ex obispo en la primera de cambio. Para el Partido Colorado, por su parte, fue una exquisita “vendetta” del aparato –éste sí territorialmente construido y mantenido- contra quien osara expulsarlo de un poder que se había acostumbrado a manejar de manera patrimonial hasta el año 2008.
En segundo lugar, la crisis paraguaya pone a prueba los límites de las posibilidades de intervención de los vecinos regionales. Los antecedentes más recientes son la activa participación de la Unasur en el diferendo entre Colombia y Venezuela, y el fuerte respaldo al presidente Evo Morales ante el cuestionamiento interno de sectores separatistas de la región del Beni boliviano.
Finalmente sin la presencia de Fernando Lugo –dijo que no vendrá a Mendoza para no influir en las decisiones del bloque- hoy tendrá lugar la XV Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur. Las declaraciones de la presidenta Cristina Fernández, en el sentido de no reconocimiento al nuevo ejecutivo de Franco, las coincidencias con José Mujica y con Dilma Rousseff, y la llamada a consulta de los embajadores desde Asunción, convertirán al tratamiento del proceso democrático paraguayo en el principal punto del temario mendocino. Una agenda apretada, ya que también habrá que hacerle lugar al proyecto de un tratado de libre comercio con China; a los avatares de la huelga policial en Bolivia; y a la aceleración del proceso de inclusión plena de Venezuela al bloque.
A ESTA PELÍCULA YA LA VÍ
En definitiva, tanto a nivel interno como a escala regional, los procesos de cambio estructural deberán atender con mayor cuidado a los procedimientos legales, y a las maneras en que éstos pueden terminar siendo funcionales a los sectores reactivos a aquellas iniciativas de cambio.
En el caso paraguayo, Lugo no pudo –por esa falta de espacio político propio que apuntábamos arriba- desarticular la tradicional relación económica, muy concentrada en la exportación de productos primarios (soja y carne, principalmente) proveniente de inmensos latifundios, junto a oligopolios importadores de bienes para un mercado limitado de consumidores.
A la élite económica paraguaya no le interesa realmente la integración comercial con los países vecinos, más allá de las grandes represas hidroeléctricas binacionales, de las que no utilizan la corriente eléctrica generada sino los dólares de su venta. Sin demasiados eufemismos se lo mandó a decir Franco a Cristina Fernández: recuerden que la luz de Buenos Aires la generamos en Yaciretá.
Estos sectores conservadores no tendrán ningún empacho en utilizar los procedimientos constitucionales para mantener el esquema acumulativo y distributivo del que han disfrutado históricamente, forzando la interpretación legal e institucional, inclusive en contra de las decisiones democráticas mayoritarias.
Y en esta dirección, el “golpe blando” contra Lugo puede no ser –para nada- un caso aislado. Llora, llora urutaú, que en las ramas del yatay no está más mi Paraguay.
En Twitter: @nspecchia
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