HOY DÍA CÓRDOBA – columna “Periscopio” – viernes 22 de junio de 2012.
Palabras cruzadas en el G-20
Por Nelson Gustavo Specchia
La reciente Cumbre del Grupo de los Veinte (G-20) en el balneario mexicano de Los Cabos parecía por momentos un certamen de palabras cruzadas, donde algunos jugadores daban vueltas sobre definiciones intrincadas para empujar a otros a encontrar –y admitir- la palabra esperada. Y en algunas oportunidades se logró, mientras que en otras (muchas) el intento se agotó en el amague.
Barack Obama llegó convencido de que la crisis europea, si no encuentra pronto una vía real de salida, terminará poniendo en jaque su reelección; de ahí su grilla de acertijos a los líderes del Viejo Continente para que pronuncien la palabra clave: crecimiento.
Pero José Manuel Duráo Barroso, el presidente de la Comisión Europea, respondió con otro acertijo: no hemos venido hasta aquí a recibir lecciones de nadie, porque esta crisis se originó en los Estados Unidos.
En verticales y horizontales, la reunión de Los Cabos tuvo que completar casilleros diversos. Casi todos recibieron con alivio la victoria de los conservadores griegos y la constitución de un gobierno en alianza con los socialdemócratas; Antonis Samaras asegurará que las islas griegas permanezcan dentro de la Eurozona, y que la moneda común no se desbarranque en una seguidilla de fugas.
Otra línea, España: Mariano Rajoy llegó a México abrumado, con el riesgo país arañando los 600 puntos; la sociedad indignada por el chorro de dinero público dirigido a salvar a los bancos (principalmente a Bankia, la caja madrileña de la que el Partido Popular se ufanaba como ejemplo de gestión exitosa); el jefe del Poder Judicial preparando su renuncia envuelto en un escándalo de gastos suntuosos en medio de la mayor contracción económica del país; los mineros asturianos lanzándose a una gran marcha hacia Madrid; y los “indignados” y las dos centrales sindicales preparando movilizaciones por medio centenar de ciudades de la península. Con toda esa movida, Rajoy tuvo que aceptar un involuntario protagonismo, y escuchar las exigencias de sus colegas para que se defina sobre el rescate que España necesita: que deje de jugar a los acertijos de las palabras cruzadas y diga claramente cuánto y cuándo pedirá los fondos europeos que, a esta altura, ya son los únicos que pueden evitar la bancarrota ibérica.
Y después de que Cristina Fernández y Dilma Rousseff habían ocupado las tapas de los diarios al anunciar que las dos potencias del Mercosur mantendrían una posición conjunta en la Cumbre, otro cruce fue el que actuaron los mandatarios del Reino Unido y de la Argentina.
David Cameron, dicen las versiones, se acercó a CFK con segundas intenciones, pero fue por lana y volvió trasquilado: la Presidenta aprovechó que lo tenía delante para entregarle un sobre con las cuarenta resoluciones de las Naciones Unidas que instan a sentarse a dialogar por el diferendo de las Islas Malvinas. El británico tragó flema (ídem), dio media vuelta y se fue. Sin el sobre, por cierto.
Entre tantos cruces, la logística del presidente mexicano Felipe Calderón se esmeró para alejarlos en la foto de familia que tradicionalmente cierra las Cumbres: puso a CFK en una punta, junto a François Hollande, a Cameron en la otra –arropado entre el colombiano Santos y el chileno Piñera, con quienes tan bien se lleva-, a Rajoy en una discreta tercera fila y a Obama en el medio. Y equilibró el crucigrama.
COSAS DE MUJERES
Más allá de estas grillas del poder y de la personalidad de los poderosos, la reunión en las tórridas arenas de Baja California sirvió para reafirmar una tendencia: el G-20, el encuentro de las primeras economías del globo con los países de mayor proyección, que suman en conjunto el 90 por ciento del producto bruto del planeta, es un ámbito de debate fructífero por su asimetría.
En este punto, el G-20 se distancia cada vez más de las “cumbres huecas” (como las llamaba Néstor Kirchner, que se negaba sistemáticamente a asistir a ellas) de las instituciones formales y de los organismos multilaterales establecidos, que rara vez logran superar el plano discursivo y las declaraciones finales con aspiraciones y deseos.
Este grupo es una instancia real, donde se discuten temas y estrategias reales. En la medida de lo posible para un entorno internacional anárquico, también se acercan posiciones y se coordinan acciones sobre temas comunes.
En ese campo, me parece que sobresalieron en la Cumbre dos aspectos: la oportunidad de la concertación bilateral con socios prioritarios, y la relevancia de las economías emergentes frente a una relativa parálisis de los países centrales.
Respecto de la recuperación del espacio del G-20 para el impulso de los encuentros bilaterales, destacó la actividad de la delegación argentina con las comitivas francesa, rusa y china.
Fortalecida tras el encuentro con Dilma, Cristina Fernández se planteó encabezar una especie de “frente keynesiano” en las reuniones plenarias de Los Cabos. A su conocida postura a favor del crecimiento y del empleo como motores de la economía, CFK intenta sumar a François Hollande –que ya ha manifestado en Europa su apuesta en ese sentido- y a Vladimir Putin, que está estrenando su regreso a la primera magistratura rusa.
Inclusive la iniciativa del equipo argentino consiguió un encuentro fuera de agenda con Hu Jintao, con la supuesta intención de embarcar a todo el BRICS (el grupo que reúne, además de Brasil y Rusia, a India, China y Sudáfrica) en un frente común contra las recetas de ajuste.
En la otra vereda se ubican, y se mantienen férreos en su defensa de la vía restrictiva del achique del Estado, la concertación de gobiernos conservadores europeos, con el liderazgo de la alemana Ángela Merkel, junto a Cameron, Rajoy y la reciente incorporación de Grecia tras la asunción de Samaras.
Esta estrategia encabezada por la presidenta argentina no podría aquí haberse impuesto por completo. Pero sí es evidente que ha conseguido introducir una cuña en un discurso que era hegemónico desde que el G-20 se reuniera por primera vez, en 2008.
Ni Brasil, ni mucho menos China, quieren romper con Merkel, pero los acercamientos bilaterales han conseguido que Alemania flexibilice en parte sus posturas, y que hasta la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, muestre una posición más permeable a combinar ajuste con incentivos al crecimiento. La flexibilización de Lagarde, a su vez, cooperó para que chinos y brasileños aumentaran sus aportes monetarios al FMI dirigidos a la recuperación europea.
LA POTENCIA DE LOS POBRES
El hecho de que los países emergentes hayan logrado quebrar el discurso hegemónico que el G-20 ha mantenido desde su creación (y antes que él, que fuera la posición tradicional del FMI) no es el único síntoma de cambio de ciclo.
En Los Cabos también quedó de manifiesto el cambio de relación entre las economías centrales y los grandes pobres del pasado. El mismísimo Barack Obama no pudo comprometer ni un sólo dólar a los fondos de recuperación global, mientras China –que acaba de superar a Japón y ya se ubica en el segundo lugar del ranking económico- prometía enviar 43.000 millones. Y Brasil –que recientemente adelantó en ese mismo ranking a Inglaterra- pondrá otros 10.000 millones más.
Mientras en las conferencias de prensa los líderes de las economías centrales aparecían cariacontecidos y circunspectos, los pobres de ayer lucían sonrisas y rostros de tranquilidad.
Pero si los emergentes van a ser quienes financien la recuperación, entonces habrá que escuchar con respeto las metodologías de salida de la crisis que proponen.
Y habrá también que cambiar el FMI y los organismos multilaterales de crédito para darles un espacio que nunca tuvieron hasta ahora, y que ya va siendo tiempo.
En Twitter: @nspecchia
Palabras cruzadas en el G-20
Por Nelson Gustavo Specchia
La reciente Cumbre del Grupo de los Veinte (G-20) en el balneario mexicano de Los Cabos parecía por momentos un certamen de palabras cruzadas, donde algunos jugadores daban vueltas sobre definiciones intrincadas para empujar a otros a encontrar –y admitir- la palabra esperada. Y en algunas oportunidades se logró, mientras que en otras (muchas) el intento se agotó en el amague.
Barack Obama llegó convencido de que la crisis europea, si no encuentra pronto una vía real de salida, terminará poniendo en jaque su reelección; de ahí su grilla de acertijos a los líderes del Viejo Continente para que pronuncien la palabra clave: crecimiento.
Pero José Manuel Duráo Barroso, el presidente de la Comisión Europea, respondió con otro acertijo: no hemos venido hasta aquí a recibir lecciones de nadie, porque esta crisis se originó en los Estados Unidos.
En verticales y horizontales, la reunión de Los Cabos tuvo que completar casilleros diversos. Casi todos recibieron con alivio la victoria de los conservadores griegos y la constitución de un gobierno en alianza con los socialdemócratas; Antonis Samaras asegurará que las islas griegas permanezcan dentro de la Eurozona, y que la moneda común no se desbarranque en una seguidilla de fugas.
Otra línea, España: Mariano Rajoy llegó a México abrumado, con el riesgo país arañando los 600 puntos; la sociedad indignada por el chorro de dinero público dirigido a salvar a los bancos (principalmente a Bankia, la caja madrileña de la que el Partido Popular se ufanaba como ejemplo de gestión exitosa); el jefe del Poder Judicial preparando su renuncia envuelto en un escándalo de gastos suntuosos en medio de la mayor contracción económica del país; los mineros asturianos lanzándose a una gran marcha hacia Madrid; y los “indignados” y las dos centrales sindicales preparando movilizaciones por medio centenar de ciudades de la península. Con toda esa movida, Rajoy tuvo que aceptar un involuntario protagonismo, y escuchar las exigencias de sus colegas para que se defina sobre el rescate que España necesita: que deje de jugar a los acertijos de las palabras cruzadas y diga claramente cuánto y cuándo pedirá los fondos europeos que, a esta altura, ya son los únicos que pueden evitar la bancarrota ibérica.
Y después de que Cristina Fernández y Dilma Rousseff habían ocupado las tapas de los diarios al anunciar que las dos potencias del Mercosur mantendrían una posición conjunta en la Cumbre, otro cruce fue el que actuaron los mandatarios del Reino Unido y de la Argentina.
David Cameron, dicen las versiones, se acercó a CFK con segundas intenciones, pero fue por lana y volvió trasquilado: la Presidenta aprovechó que lo tenía delante para entregarle un sobre con las cuarenta resoluciones de las Naciones Unidas que instan a sentarse a dialogar por el diferendo de las Islas Malvinas. El británico tragó flema (ídem), dio media vuelta y se fue. Sin el sobre, por cierto.
Entre tantos cruces, la logística del presidente mexicano Felipe Calderón se esmeró para alejarlos en la foto de familia que tradicionalmente cierra las Cumbres: puso a CFK en una punta, junto a François Hollande, a Cameron en la otra –arropado entre el colombiano Santos y el chileno Piñera, con quienes tan bien se lleva-, a Rajoy en una discreta tercera fila y a Obama en el medio. Y equilibró el crucigrama.
COSAS DE MUJERES
Más allá de estas grillas del poder y de la personalidad de los poderosos, la reunión en las tórridas arenas de Baja California sirvió para reafirmar una tendencia: el G-20, el encuentro de las primeras economías del globo con los países de mayor proyección, que suman en conjunto el 90 por ciento del producto bruto del planeta, es un ámbito de debate fructífero por su asimetría.
En este punto, el G-20 se distancia cada vez más de las “cumbres huecas” (como las llamaba Néstor Kirchner, que se negaba sistemáticamente a asistir a ellas) de las instituciones formales y de los organismos multilaterales establecidos, que rara vez logran superar el plano discursivo y las declaraciones finales con aspiraciones y deseos.
Este grupo es una instancia real, donde se discuten temas y estrategias reales. En la medida de lo posible para un entorno internacional anárquico, también se acercan posiciones y se coordinan acciones sobre temas comunes.
En ese campo, me parece que sobresalieron en la Cumbre dos aspectos: la oportunidad de la concertación bilateral con socios prioritarios, y la relevancia de las economías emergentes frente a una relativa parálisis de los países centrales.
Respecto de la recuperación del espacio del G-20 para el impulso de los encuentros bilaterales, destacó la actividad de la delegación argentina con las comitivas francesa, rusa y china.
Fortalecida tras el encuentro con Dilma, Cristina Fernández se planteó encabezar una especie de “frente keynesiano” en las reuniones plenarias de Los Cabos. A su conocida postura a favor del crecimiento y del empleo como motores de la economía, CFK intenta sumar a François Hollande –que ya ha manifestado en Europa su apuesta en ese sentido- y a Vladimir Putin, que está estrenando su regreso a la primera magistratura rusa.
Inclusive la iniciativa del equipo argentino consiguió un encuentro fuera de agenda con Hu Jintao, con la supuesta intención de embarcar a todo el BRICS (el grupo que reúne, además de Brasil y Rusia, a India, China y Sudáfrica) en un frente común contra las recetas de ajuste.
En la otra vereda se ubican, y se mantienen férreos en su defensa de la vía restrictiva del achique del Estado, la concertación de gobiernos conservadores europeos, con el liderazgo de la alemana Ángela Merkel, junto a Cameron, Rajoy y la reciente incorporación de Grecia tras la asunción de Samaras.
Esta estrategia encabezada por la presidenta argentina no podría aquí haberse impuesto por completo. Pero sí es evidente que ha conseguido introducir una cuña en un discurso que era hegemónico desde que el G-20 se reuniera por primera vez, en 2008.
Ni Brasil, ni mucho menos China, quieren romper con Merkel, pero los acercamientos bilaterales han conseguido que Alemania flexibilice en parte sus posturas, y que hasta la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, muestre una posición más permeable a combinar ajuste con incentivos al crecimiento. La flexibilización de Lagarde, a su vez, cooperó para que chinos y brasileños aumentaran sus aportes monetarios al FMI dirigidos a la recuperación europea.
LA POTENCIA DE LOS POBRES
El hecho de que los países emergentes hayan logrado quebrar el discurso hegemónico que el G-20 ha mantenido desde su creación (y antes que él, que fuera la posición tradicional del FMI) no es el único síntoma de cambio de ciclo.
En Los Cabos también quedó de manifiesto el cambio de relación entre las economías centrales y los grandes pobres del pasado. El mismísimo Barack Obama no pudo comprometer ni un sólo dólar a los fondos de recuperación global, mientras China –que acaba de superar a Japón y ya se ubica en el segundo lugar del ranking económico- prometía enviar 43.000 millones. Y Brasil –que recientemente adelantó en ese mismo ranking a Inglaterra- pondrá otros 10.000 millones más.
Mientras en las conferencias de prensa los líderes de las economías centrales aparecían cariacontecidos y circunspectos, los pobres de ayer lucían sonrisas y rostros de tranquilidad.
Pero si los emergentes van a ser quienes financien la recuperación, entonces habrá que escuchar con respeto las metodologías de salida de la crisis que proponen.
Y habrá también que cambiar el FMI y los organismos multilaterales de crédito para darles un espacio que nunca tuvieron hasta ahora, y que ya va siendo tiempo.
En Twitter: @nspecchia
