jueves, 26 de julio de 2012

La Palabra Libre. Reportaje a Rosalba Campra (26 07 12)

Publicado en HOY DÍA CÓRDOBA, suplemento MAGAZINE, jueves 26 de julio de 2012




La Palabra LibreReportaje a Rosalba Campra
 


por Esteban Maturin




Rosalba Campra es una romana nacida en Jesús María. Eligió Roma, con sus calores de agosto que le chamuscan el pequeño jardín tropical que ha recreado en la terraza de su departamento, a unos pocos metros de los muros del Vaticano, pero no deja de recordar que ese viaje vital siempre comienza en Jesús María, “ese lugar -me gusta pensar- donde terminaba el Camino Real de los incas”.

Y a pesar de los largos años enseñando literatura hispanoamericana en la Universidad de Roma, o de los cursos en París, en Stanford, en Guadalajara, y hasta en Pekín, siempre hay tiempo para darse una vuelta por las tierras cordobesas, porque “mis raíces están siempre de este lado del Océano, regreso acá, y el mundo que cuento -aunque se trate de una novela que sucede en un barrio de mala fama del puerto de Copenhague-, el mundo del que parten las historias es este, el de aquí.”

Rosalba es una gran señora del lenguaje. Es su arma, una herramienta poderosa. Habla pausado, con una brevísima reflexión silenciosa antes de comenzar un párrafo, como si se tomara esos segundos para construir la oralidad de un texto breve y bello, como son sus ficciones: pequeños cristales inclasificables. Un lenguaje puesto al servicio del placer de la lectura. Escucharla también es placentero: una cadencia tranquila que hilvana frases largas y redondas. Un lenguaje, también, algo anacrónico. Un idioma “seguramente algo cristalizado, de hace algunos años, hay palabras que se utilizan hoy que yo no reconozco (las conozco, claro, pero no las reconozco). Y por eso también en las cosas que escribo hay un lenguaje que es voluntariamente arcaico, es decir, un lenguaje que no busca ser reconocido. Quizá por eso también puede que sea perdurable, espero”, agrega con una risa franca.

El lenguaje de Rosalba Campra ya perdura, y es una referencia de estudio. Tanto por su obra literaria, por esos híbridos libros-objeto, como por un nutrido conjunto de ensayos de teoría y de crítica, escritos siempre “a dos aguas”, desde las aulas universitarias italianas, pero con la vista puesta en las costas americanas. En esta obra de referencia destaca “La selva en el damero. Espacio literario y espacio urbano en América latina”, que coordinó en 1989; y unos años más tarde el volumen “América latina: La identidad y la máscara”, de 1998. Al año siguiente, “Escrituras del yo: España e Hispanoamérica”. Antes, hubo un tiempo concentrado en el idioma arrabalero del porteño, según se expresa en la canción ciudadana, una investigación que terminó en el libro “Como con bronca y junando: La retórica del tango”, de 1996. ¿Por qué la mirada hacia la “gauchesca” y hacia el territorio del tango de Buenos Aires? ¿Fue un empuje nostálgico en la cotidianidad académica europea? “Mi formación, aquí en Córdoba, fue en literatura francesa; por eso llegué a Francia, con una beca, para seguir perfeccionándome en la historia del teatro y del cine. Todas estas eran, para mí, etapas formativas, manteniendo siempre la intención de volver acá. Después, en la época de la dictadura, no hubiera sido para mí muy saludable volver. Y al quedarme allá, quizás por decisión, o por una deriva natural, comencé a dedicarme a la literatura hispanoamericana.” Unas líneas de investigación que fueron poniendo el énfasis en aristas diversas, sin abandonar el núcleo de la mirada. Durante unos años estudió las maneras de abordar la literatura fantástica, y de allí surgió el volumen “Territorios de la ficción: Lo fantástico” (2008), que se publicó tanto en Italia como en España; o una mirada atenta sobre la obra de Julio Cortázar (y publicó, también en España, “Cortázar para cómplices” en 2009). Y se percató de que había un denominador común en todos estos estudios: “lo que me fascinaba eran los lenguajes que están como en la orilla de algo. Y de ahí el tango, que es una forma culta que utiliza una lengua popular, y también la gauchesca, que -en general- sus autores son cultos, pero eligen una expresión distinta a la propia (aunque, como Hernández, hubieran tenido experiencias de la vida del campo)”. De todos esos ensayos y dedicaciones, Rosaba Campra tiene en el horno un nuevo volumen, al que ha llamado “Travesías de la literatura gauchesca: de Concolorcorvo a Fontana-rrosa”, que aparecerá en breve. Un estudio erudito -y  llamado, como los anteriores, a convertirse en referencia- que llega hasta el Inodoro Pereyra y las reflexiones de su perro Mendieta, porque como Rosalba asumió tempranamente en su casa de Jesús María y en la biblioteca de su padre, el doctor Campra, “no hay jerarquías en los modos de expresión, y un texto como el del personaje de Fontanarrosa tiene un nivel de reflexión sobre la realidad argentina y sobre la vida, en general, digno de estudiarse.”          

En paralelo a este sólido trabajo crítico, Rosalba Campra ha seguido alimentando una obra de ficción que, al tiempo que se aleja de las clasificaciones convencionales, genera unas piezas exquisitas y, casi sin excepción, lectores fieles. Es difícil terminar un libro de Rosalba y no apuntarse una nota mental de conseguir otro en breve. Tuve el gusto de participar en la edición cordobesa de “Ciudades para errantes” (2007), y quedé prendado de esa manera sutil de narrar, de crear una atmósfera confortable mediante el entrecruzamiento de las palabras justas, de provocar el vuelo imaginativo y onírico, y una sonrisa con el remate de la última línea. Después de esa experiencia de edición, sin prisa -pero sin pausa- me fui agenciando de “Formas de la memoria” (1989); “Herencias” (2002); “Los años del arcángel” (1998); y del sutilísimo “Ella contaba cuentos chinos” (2009). Tras leer la reseña de Susana Chas que incluyo también aquí, seguro que “Avistamientos” será el próximo en mi lista.

“El tiempo a uno no le basta, porque cuanto más tiempo tiene, más ambiciones de irlo llenando con tantas cosas... yo he calculado que me haría falta vivir, para cumplir los proyectos que tengo, siendo joven unos trescientos cincuenta años, aunque no creo que me toque. Bueno, de momento, acabo de publicar en España una pequeña obrita, que se llama 'Mínima mitológica'; después vendrá 'Descartes del laberinto', donde combino en catorce pequeños libros (porque catorce, como anota Borges en el comentario al laberinto del Minotauro, es un numeral que representa el infinito) imágenes y palabras; tengo también dos novelas terminadas, que espero que encuentren casa y lectores libres...”

Pasar por Córdoba. Volver “al pago” del que nunca se terminó de ir del todo, y donde además del origen en aquella punta del Camino Real de los incas, y de la herencia del lenguaje, también están los amigos, una comunidad de afectos determinante para Rosalba Campra, tanto a nivel biográfico como profesional. “Yo me siento una persona privilegiada con los amigos, con los que han continuado a mi lado desde siempre, y así también los que he ido ganando a lo largo de los años. Y, una cosa maravillosa, la amistad de quienes fueron mis alumnos, de los que he aprendido muchísimo. Tengo amigos que tienen casi noventa años, y otros que tienen veinticinco”, dice, y en el brillo vivo de sus ojos celestes tiene todas esas edades.



Twitter:  @nspecchia




.