domingo, 9 de septiembre de 2012

El último año de las Farc (08 09 12)

El último año de las Farc


La decisión que Juan Manuel Santos ha tomado para enfrentar el problema social, político y de seguridad interna más importante de la historia contemporánea colombiana es una novedad radical. 

Nelson Gustavo Specchia*





Cuando Álvaro Uribe asumió que no podría presentarse a una nueva candidatura, la elección de Juan Manuel Santos para sucederlo fue la garantía de la continuidad del “uribato” (2002-2010).
Continuidad que implicaba un trípode no negociable: la relación estratégica con Estados Unidos, la tensión vecinal con Venezuela y sostener el acoso a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), hasta vencerlas por la vía militar.

Uribe afirmó públicamente en todos los actos de campaña que Juan Manuel Santos, por entonces ministro de Defensa, era la garantía de aquel trípode que, a juzgar por la alta popularidad de Uribe, era refrendado por los electores: con “el Gato” Santos nada cambiaría. En todo caso, credenciales conservadoras al delfín no le faltaban: hijo de una de las familias tradicionales de la oligarquía bogotana, tanto por prosapia como por trayectoria personal, era una ficha segura para la derecha.

La quinta pata del gato. 

Sin embargo, temprano comenzó a advertirse la voluntad emancipatoria del primer mandatario respecto de su antecesor y mentor. Y el primero en darse cuenta de ello fue el propio Álvaro Uribe, que reaccionó como un amante despechado: de censor privado pasó a crítico público, y terminó convirtiéndose en un acérrimo opositor.

Denosta a Santos a diario, especialmente mediante las redes sociales (su cuenta en Twitter, @AlvaroUribeVel, tiene casi un millón y medio de seguidores, y en ella se pueden leer entradas como esta, escrita ayer a la mañana: “este es el proceso de entrega de Colombia al terrorismo chavista”).
El encono de Uribe hacia su ex delfín se fundamenta en que este venía con agenda oculta bajo el brazo. En efecto, Santos ha mantenido un buen diálogo con la Casa Blanca, pero en un tenor menos incondicional que Uribe.

El tema de las bases militares para uso exclusivo de los marines , que provocó rispidez en los demás países del continente, se ha congelado; y Santos ha tenido gestos de agenda exterior independiente, como el hecho de viajar a La Habana para dar explicaciones personales a los Castro sobre el veto norteamericano para que Cuba participara en la Cumbre de las Américas de Cartagena, en abril pasado.

En todo caso, y a pesar de cierta heterodoxia, la vinculación prioritaria con el Departamento de Estado norteamericano se ha mantenido. Pero Santos sí que ha cambiado el libreto de las otras dos patas de aquel trípode: Hugo Chávez y –desde esta semana– las Farc.

Respecto del primero, el abrazo de ambos, en mangas de camisa y bajo el retrato de Simón Bolívar, inauguró un nuevo tiempo bilateral, la recomposición de los flujos comerciales, el alivio militar en la frontera y un consecuente aflojamiento de las diatribas verbales del venezolano contra el gobierno de Colombia.

Idealismo periférico. 

Y respecto de las Farc, la decisión que Juan Manuel Santos ha tomado para enfrentar el problema social, político y de seguridad interna más importante de la historia contemporánea colombiana es una novedad radical, y una auténtica sorpresa.

En la década de 1990, tuvo influencia una mirada teórica sobre las relaciones internacionales que dio en denominarse “realismo periférico”, y que tuvo entre sus cultores al profesor argentino Carlos Escudé, cercano entonces al menemismo.

Esta perspectiva entendía que la política exterior de los países marginales debe evitar la confrontación con los lineamientos globales de las potencias, concebir a la autonomía no tanto como libertad de acción, sino como el balance de los costos de utilización de esa libertad. De esta teoría se desprendieron los alineamientos con Washington (que en algunos casos llegaron a ser “relaciones carnales”).

Santos ha decidido apostar por una metodología diferente a la preferida por la Casa Blanca para enfrentar a la guerrilla. Una dirección que –en contraposición con la tesis de Escudé– podríamos explicar como “idealismo periférico”.

En nuestro libro El último año de las Farc: conflicto, guerrilla y búsqueda de paz en Colombia (Córdoba, Educc, 2010) propusimos una revisión crítica de los métodos con que se ha intentado zanjar el enfrentamiento social colombiano, y sostuvimos que más temprano o más tarde habría que sentarse a negociar con las guerrillas frente a frente, ofreciéndoles la salida de su incorporación a la vida política institucional (como lograron hacerlo en El Salvador) a cambio 
del abandono de la vía armada. Esa fue la alternativa que Juan Manuel Santos sopesó, y terminó escogiendo.

Ahora sabemos que los encuentros preliminares han sido numerosos, y comenzaron poco después de haber accedido Santos a la primera magistratura. Eso demuestra que llegó al gobierno ya convencido de abrir el camino del diálogo (y también da la razón a Uribe, de que venía con agenda oculta).

La manifestación pública de “Timochenko”, actualmente a cargo de la comandancia militar guerrillera, de llegar a las negociaciones de Oslo y de La Habana “sin condicionamientos ni rencores”, prueba que también las Farc asumen la necesidad de habilitar un nuevo tiempo político, ya agotada la vía militar insurgente.

Será un camino arduo, largo y difícil, pero la guerrilla más vieja del mundo y la última de América latina, símbolo de un tiempo felizmente superado, se acerca a la normalización política.



*Politólogo. Profesor de Política Internacional (UCC y UTN Córdoba)

LA VOZ DEL INTERIOR, Opinión, sábado 8 de septiembre de 2012. 

Twitter:   @nspecchia




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