viernes, 30 de noviembre de 2012

La legitimidad Palestina (30 11 12)

HOY DÍA CÓRDOBA – Periscopio – viernes 30 de noviembre de 2012. Columna  PERISCOPIO



La legitimidad Palestina

por Nelson Gustavo Specchia 





La diplomacia palestina ha trabajado sin descanso durante el último año, desde la anterior reunión plenaria de las Naciones Unidas, cuando el apoyo mayoritario a las aspiraciones árabes supuso un quiebre en la ruta de las históricas peticiones y reivindicaciones de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

Entonces, el cerrado respaldo y los discursos de solidaridad de los jefes de Estado y de Gobierno presentes en la máxima instancia democrática de la organización, sólo pudieron ser frenados por el anunciado veto estadounidense, que respondió de esa manera a su principal aliado en Oriente próximo: el lobby israelí.

SUTILEZAS ORIENTALES

Pero aquel portazo ya tuvo un envión más atenuado que los anteriores, lo que fue leído en Ramallah -la capital de facto de los territorios palestinos- prácticamente como un triunfo político.

A partir de él, Mahmmoud Abbas y su gente visitaron casi todas las cancillerías europeas, negociando bilateralmente ya no principios generales (la proclamación tradicional de los derechos de regreso de los refugiados palestinos y la vuelta a las fronteras fijadas por los tratados y las resoluciones de la propia Organización de las Naciones Unidas), sino acordando puntos específicos de negociación con cada quién. Así con Londres, con Berlín, y hasta con Madrid.

Con ese trabajo de ablande, la delegación palestina llegó ayer a Nueva York con un cálculo diferente a las frustradas iniciativas anteriores.

El símbolismo y la carga de legitimidad que entraña la petición de la ANP ante la Asamblea General de la ONU, por supuesto, se mantienen: los palestinos siguen siendo un pueblo vencido, sojuzgado y que malvive preso en su territorio ancestral, al que no puede ni siquiera considerar un país según las normas consuetudinarias y el derecho público internacional.

Y aunque la argumentación del Departamento de Estado norteamericano también se mantenga, en el sentido de que una incorporación de Palestina a la ONU no facilitará, sino que, por el contrario, será un nuevo palo en la rueda de las negociaciones de paz con Israel, Mahmmoud Abbas formalizó la petición a la reunión multilateral de que eleve el estatuto que la ANP tiene en el organismo, desde "observador permanente", al de "Estado no miembro observador permanente".

La diferencia, para nada sutil, está en la palabra "Estado": la admisión de la ONU, aunque siga sin membrecía plena y permanezca como mero observador, implica un paso determinante en el camino hacia la constitución de un país propio. La oposición de Israel es entendible: tras la aceptación de Naciones Unidas ningún israelí podrá decir que los territorios palestinos están "disputados" -que es la fórmula que Tel Aviv utiliza hasta hoy-, y Palestina se convertirá, de facto, en un país ocupado.

DISQUISICIONES

Las negociaciones, los debates, las transacciones diplomáticas y los trascendidos a la prensa acerca del proceso de reconocimiento forman tal entramado que requieren de algunas precisiones conceptuales para mensurar su alcance.

Palestina lleva décadas hundida en un limbo jurídico que, en última instancia, termina siendo funcional a Israel. Desde el punto de vista formal, para la legalidad internacional es un pueblo que ocupa un territorio reivindicado y controlado por una potencia externa.

La falta del reconocimiento simbólico a nivel mundial -que desde la segunda posguerra se establece mediante el acuerdo de los demás países del orbe y se concreta a través de un sitial en las Naciones Unidas- no ha impedido que el "Estado de Palestina" haya sido instituido modernamente, en 1988, tras la Declaración de Argel.

Pero por aquella falta de reconocimiento, esta entidad política sigue desprovista de sus atributos esenciales, como el control del territorio (que, de hecho, lo tiene el ejército israelí) y el ejercicio de la soberanía. La virtual situación de ocupación por una potencia externa no ha conseguido bloquear, durante estos años, la incorporación de Palestina a diversas organizaciones internacionales, e inclusive al establecimiento de relaciones diplomáticas e intercambio de embajadores.

De los 193 países en que actualmente se divide el globo, la Autoridad Palestina ha conseguido el reconocimiento de 120, entre los que se cuentan potencias emergentes (como China, India y Rusia), y muy especialmente los grandes países sudamericanos, como Brasil y Argentina.

El equipo de Mahmmoud Abbas no dejó ningún cabo suelto: la petición del cambio de estatus, después de haber logrado estos apoyos, cayó en 29 de noviembre, el Día de Solidaridad con el Pueblo Palestino.

En 1977, la Asamblea General pidió que se observara anualmente este día para recordar la deuda que la comunidad internacional mantiene con los árabes: fue el 29 de noviembre de 1947 cuando el pleno de la ONU aprobó aquella Resolución 181, que estableció el Plan de Partición de Palestina e hizo posible el surgimiento del Estado de Israel.

El segundo Estado previsto en aquella resolución, el correspondiente al pueblo árabe, sigue esperando su hora.

"¿HAY UN PUEBLO QUE SOBRA? ¿O UN ESTADO QUE FALTA?"

La pregunta del subtítulo fue la que realizó ayer Abbas, con voz firme, ante el pleno de la Asamblea General. A ver quién se atrevía a responder. La dirigencia palestina busca, por esta vía, superar el estancamiento de las negociaciones con Israel, frenadas una vez más hace dos años, y revertir el creciente deterioro del conflicto mediante la ampliación del reconocimiento internacional de la estatalidad de los territorios ocupados.

Dejadas de lado (al menos momentáneamente) las reivindicaciones maximalistas, Mahmmoud Abbas trazó esta nueva estrategia, a la que es muy difícil oponerse, tal como se vio el año pasado, cuando desde el atril de mármol verde de la Asamblea General levantó los documentos de solicitud y pidió el cambio de estatus.

 La aceptación de ayer eleva la entidad a una categoría como la que ostenta el Estado del Vaticano en la ONU, o como el que ejerció Suiza hasta el año 2002.

Con voluntades políticas inclinadas a su favor y un contexto internacional propicio, las mesuradas demandas de la ANP no podían encontrar demasiados escollos: finalmente fueron 138 votos a favor, 9 en contra, y 41 abstenciones, dejando a Israel en el mayor aislamiento que haya conocido jamás.

Pero el cambio de estatus internacional no modifica demasiado las cosas al interior de los territorios, ni significa que se posibilite en el corto plazo una soberanía efectiva ni el cese de la ocupación. Las que sí cambian son las coordenadas que ubican el proceso de paz: pone en un relativo pie de "igualdad formal" a dos Estados que sostienen un conflicto; separa el tema del Estado propio de la cuestión de la autodeterminación; y obliga a poner sobre la mesa de negociaciones la retirada del país ocupante en algún plazo racional.

En la Asamblea General, a Mahmmoud Abbas le contestó, con un discurso de inusual dureza, el embajador de Israel, Ron Prosor; y el premier Bibi Netanyahu, ya resignado a perder la votación, reiteraba una y otra vez que nada cambiará tras la votación perdida.

Pero algo, aunque a su pesar, tendrá que pasar, y más temprano que tarde: un Estado -aunque sólo sea "observador"- puede denunciar a otro Estado ante la Corte Penal Internacional por violación de derechos en la ocupación, o por crímenes de guerra por sus operaciones militares, como los habituales bombardeos a Gaza, momentáneamente detenidos ahora por una frágil tregua impulsada por el islamismo egipcio.

Un Estado, también, puede reivindicar con otra fuerza la retirada del ejército ocupante a las fronteras de 1967. Es uno de los objetivos de máxima de los palestinos, y desde ayer hacen parte de una renovada legitimidad.





Twitter: @nspecchia