domingo, 2 de diciembre de 2012

El dilema catalán (01 12 12)

El dilema catalán 

A pesar de las apariencias en contrario, después de las elecciones autonómicas del domingo pasado la independencia de Cataluña se acelerará. 

por Nelson Specchia. 01/12/2012






Cataluña se debate entre dos fuerzas: los españolistas y los independentistas. Nada nuevo: es la discusión más antigua de la política en la región autónoma y cruza desde los partidos hasta el interior de las familias.

El domingo pasado, ese viejo tironeo volvió al centro de la cuestión y –de una manera muy catalana– no se resolvió, sino que dejó abierto un abanico de interpretaciones y alternativas. Artur Mas lidera Convergencia i Unió (CIU), los partidos que han hegemonizado el poder desde el posfranquismo.

Esa alianza de nacionalistas y democristianos representa a la mayoría y se hizo cargo del gobierno casi sin interrupciones. Las pocas excepciones ocurrieron cuando los partidos minoritarios se coaligaron, como el “gobierno tripartito” encabezado por los socialistas, en la anterior legislatura.

El patriarca en su laberinto. 

Mas recibió el testigo de Jordi Pujol, el patriarca de los conservadores catalanes. Pujol fue la figura central en todo el proceso democrático, desde finales de la dictadura.

Después de reconstruir el nacionalismo, al aglutinar a ambos partidos en torno de su figura, Pujol se instaló en la presidencia de la Generalitat y se quedó allí, hasta que la vejez le impuso la jubilación. Entonces Mas, que había aguardado pacientemente su turno a la sombra del patriarca, se hizo cargo de la federación de partidos y, desde hace un año y medio, de la conducción de la Generalitat.

Apenas estuvo instalado en el palacio de Sant Jordi, pegó un golpe de timón e instaló una vez más aquel antiguo tópico de la discusión catalana en el centro de la agenda.

Durante las cuatro largas décadas del “pujolismo”, las demandas autonomistas se mantuvieron dentro de un cauce de negociación, especialmente en los capítulos fiscales y presupuestarios.

Jordi Pujol aventaba la bandera separatista, pero básicamente para obtener mejores términos en las cuentas de distribución de los recursos federales. Una vez conseguida una buena tajada de parte de Madrid, las reivindicaciones catalanistas se internaban por algún pasillo lateral del laberinto, hasta la discusión económica del año siguiente.

Así, durante el “pujolismo” las ancestrales ansias de independencia del Reino de España fueron el patrimonio político del independentismo de izquierda, nucleado en el partido Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), que representa a alrededor de una quinta parte de la sociedad catalana, especialmente en las provincias interiores.

El espectro de Berlín. 

A ese orden sui géneris de la institucionalidad mediterránea se lo llevó puesto, como a tantas otras cosas que parecían sólidas, la crisis europea. Las medidas erráticas de la segunda presidencia socialista de José Luis Rodríguez Zapatero y su reemplazo por el conservadurismo de Mariano Rajoy en el gobierno central, sumado al draconiano ajuste estructural impuesto por el liderazgo europeo de Ángela Merkel, impactaron también en Barcelona.

A Artur Mas ya no le resultó suficiente, como al viejo patriarca, hacer ondear la bandera autonomista para conseguir mejores condiciones. Decidió entonces acelerar y les arrebató el discurso separatista a los republicanos de ERC.

Pese a no llevar ni dos años al frente de la Generalitat, Mas convocó a elecciones anticipadas y pidió el voto de los catalanes para alcanzar la mayoría absoluta en el Parlamento regional. Si le daban el apoyo mayoritario, prometió, lanzaría una consulta popular vinculante que decida si Cataluña debe separarse del Reino de España y formar un Estado propio.

Sí, pero no. 

Pero el catalán es un pueblo complejo, culto y reflexivo, que desconfía de los cambios de última hora. En las elecciones del domingo, Artur Mas recibió un humillante bofetón electoral.

Con una participación sensiblemente alta para la media histórica, las urnas le quitaron una parte importante del apoyo que habían dado a CIU en las últimas elecciones: Mas no sólo no obtuvo la mayoría absoluta que pedía, sino que la caída electoral le ha hecho perder 12 bancas en el Parlamento.

El españolismo festejó este varapalo. En Madrid, el Partido Popular de Rajoy descorchó cava catalán para brindar y los titulares de la prensa conservadora se burlaron del soberanismo. “Duro castigo”, “Cataluña rechaza la independencia”, “Adéu (Adiós) Mas, a Cataluña le gusta España”, fueron algunos de los cabezales de los diarios de mayor tirada esta semana.

Pero sostener que en las elecciones del domingo perdió el independentismo catalán es una conclusión errónea.

La política de la Generalitat no ha dejado de ser laberíntica, como lo fue siempre, y deben utilizarse lentes sutiles para leerla.

El que perdió fue Artur Mas, en efecto. Pero porque el electorado decidió no apostar por un soberanismo parvenu , sino por los que siempre lo han sido: Esquerra Republicana de Cataluña. ERC dobló sus votos. Y si a ella se suman los diputados de Iniciativa per Cataluña-Verds y Unitat Popular, el arco separatista agregaría 87 escaños en el legislativo autonómico.

Mientras, las fuerzas españolistas, aunque se sume a la izquierda (PSC-PSOE) y a la derecha (Partido Popular), apenas alcanzan los 48 diputados.

La política es el arte de lo posible. Y es posible que Artur Mas convoque, a pesar de las profundas diferencias que los separan, a ERC para formar un gobierno de coalición en la Generalitat.

Si lo logra, el plebiscito por la independencia de Cataluña se realizará antes de que cante un gallo. O dos.






* Politólogo, profesor de Política Internacional (UCC y UTN Córdoba)



Twitter:  @nspecchia